Capítulo 25: ¡Feliz no-cumpleaños!

8.8K 521 41
                                    

Fue un largo beso que se convirtió en muchos más. La forma en la que me besaba, en esa particular noche, era tan intensa y cargada de emociones, pero a la vez tan pura y tan transparente. Tanto así que a pesar de que todavía estábamos desnudas, Marianne nunca tocó mi cuerpo con lujuria ni segundas intenciones: aquella vez sólo fueron caricias tiernas. Por supuesto me encantaba tener sexo con ella, pero había algo mucho más especial entre nosotras cuando actos como besarnos y tocarnos surgían de manera espontánea y en situaciones no encaminadas a tener relaciones sexuales.

Cuando empezamos a sentir frío y la sábana no fue suficiente, entramos al carro y nos pusimos la ropa. Abrí el paquete de los malvaviscos y el de los mecatos. Por pedido de ella, revolví todo en la bolsa más grande. Me inventé un juego.

—A ver si lo he entendido bien… Si saco una papa, debo decir un recuerdo vergonzoso. Si saco un malvavisco, uno feliz. ¿Y si saco un dorito? —me preguntó.

—Dices un recuerdo gracioso.

—Vale. Empieza tú.

Metí la mano y agarré un dorito.

—Uhmm —intenté recordar—, creo que mi vida es aburrida.

—No lo creo —me miró—. Piensa bien.

—Bueno… Hace unos semestres, Daf y yo hicimos brownies para vender y con el dinero comprar boletas para el concierto de Maroon 5… La cuestión es que ella y yo nunca habíamos cocinado algo así y, como ninguna tenía horno, pensamos que meterlos en el microondas surtiría el mismo efecto. Craso error. En cuestión de minutos, los brownies se quemaron y el olor a humo invadió la casa. La mamá llegó a la cocina, en toalla y sobresaltada, creyendo que habíamos hecho un incendio. En uno de sus intentos desesperados por disipar el humo con un trapo, se le cayó la toalla y quedó desnuda.

—Uy, imagino que ver a la mamá de tu mejor amiga de esa manera no fue algo agradable.

—¡Para nada!

Las dos nos reímos.

—Mi turno —sacó una papita—. Uh, este lo tengo claro. Había una chica hermosísima a la que intenté llevarme a la cama durante meses. Cuando por fin estaba a punto de lograrlo, estaba tan borracha que vomité en sus pies. Ella, desde luego, se fue y le contó a todos lo que había sucedido. Nadie quiso prestarme atención por un tiempo.

—¿Y qué hiciste?

—Irme a otra ciudad —hizo una mueca de indiferencia—. Para ese entonces, ya me había marchado de casa y estaba andando por allí sin rumbo fijo. Es tu turno.

Saqué una papita.

—Este es de hace siete años. En una presentación de ballet me caí, tumbé conmigo a la chica de al lado y se produjo un efecto dominó hasta que casi todas quedamos en el piso. La entrenadora se enfureció tanto conmigo que se fue del teatro y renunció. Desde ese momento, mis compañeras me odiaron.

—¿Qué hicieron tus padres?

—Mi papá me dio pizza y helado para consolarme. Mi mamá, en cambio, no me dirigió la palabra por días. Recuerdo haberla escuchado hablando por teléfono con las madres de otras niñas diciendo que se sentía humillada.

—Eso debió haber sido feo para ti.

—En ese momento, sí. Pero ahora que lo pienso, aplaudiría a mi yo del pasado por haber tumbado a esas chicas.

Ella sonrió.

—Yo también te habría aplaudido.

—Tu turno.

—Bueno, vamos a ver… —metió la mano en la bolsa y sacó un malvavisco que intentó devolver.

—Espera —la detuve—, ¡no puedes hacer trampas!

SERENDIPIA PARTE I: MARIANNEWhere stories live. Discover now