Capítulo 32: Noche de ruleta

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En el camino a la discoteca, pude darme cuenta que el recelo que Marianne le guardaba a Alexis y Marcus no era injustificado. Los dos eran como un par de niños pequeños de ocho años: se distraían con cualquier cosa, decían cosas indiscretas, no controlaban sus impulsos y se comportaban de forma desmedida.

A tan sólo unas calles de distancia, tuvimos que detenernos. Me pasé para atrás y me senté en la mitad con el fin de ver si estando separados podían autorregularse más. Funcionó un poco, pero acabé siendo su objetivo de entretenimiento. Me hicieron varias preguntas personales, jugaron con mi cabello e incluso, tras haber hecho una broma, llegaron a tocar mis senos. Marianne observaba de vez en cuando a través del retrovisor; en sus ojos podía ver que me compadecía.

Cuando por fin llegamos, ellos abrieron la puerta y, sin decir más nada, se alejaron corriendo. Nos dejaron solas en el carro y yo no podía estar más agradecida por ello.

—¿Cuántos años tienen?

—Creo que Alexis tiene veinticinco y Marcus veintisiete.

—¿Es en serio? —exhalé con ganas.

Ella se pasó para atrás y me hizo un masaje en los hombros.

—Eres un ángel por haber soportado tanto. Yo los habría dejado botados a mitad de camino.

Me eché a reír.

—No deberías santificarme. Estaba tentada a hacer lo mismo.

Nos dimos un par de besos aprovechando nuestra soledad. Un vigilante no tardó en acercarse y tocar en la ventana con cierto afán. Marianne bajó el vidrio para escuchar al hombre.

—¿Van a entrar o no?

—Sí, ya vamos.

Nos bajamos del carro. Afuera de lo que aparentaba ser una bodega estaban dos guardias esperando para hacernos una requisa; tenían cara de pocos amigos. Estaba un poco extrañada ya que, de la primera vez que fui, no recordaba que hubiese tanta vigilancia.

—¿Qué es esto? —uno de ellos le preguntó a Marianne tras descubrir la bolsa plástica.

—Mira por ti mismo.

—Vamos a ver… —procedió a abrirla. Cuando se dio cuenta de que se trataba de drogas, aprobó con un gesto—. Déjenlas pasar.

Avanzamos hasta el portón donde se encontraba un guardia al cual pude identificar como el de la vez pasada gracias a su inconfundible cicatriz. Él le revisó la muñeca a mi acompañante.

—Qué sorpresa… Tú nunca vienes a la Noche de Ruleta.

—Bueno, siempre hay una primera vez —forzó una sonrisa—. Ella viene conmigo.

El guardia me colocó el sello.

—Que lo disfruten —nos abrió la puerta.

Mientras caminábamos por el largo pasillo, los recuerdos de aquella noche, varios meses atrás, empezaron a resurgir.

Recordé cómo mi corazón latía desenfrenado ante la incertidumbre de no saber hacia dónde nos dirigíamos. Recordé haber pensado mil y una cosas entre las cuales la que más predominaba era regresar a casa, pero había algo que me hacía seguir adentrándome. Sólo entonces pude entender que ese algo no se trataba de la adrenalina ni de la curiosidad; sino de Marianne.

—Cada Noche de Ruleta, los guardias de seguridad están más alerta que nunca por si algún agente encubierto intenta colarse. Mientras ellos se juegan la vida afuera, adentro es una puta locura —explicó—. Sólo vine una vez y no me quedaron más ganas de volver.

SERENDIPIA PARTE I: MARIANNEWhere stories live. Discover now