Capítulo 7: La caja de Pandora

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Días después.

Tenía muchas ganas de faltar a la clase para no verle la cara a Marianne, pero hacerlo habría significado darle importancia a lo que ocurrió entre nosotras. Lo que debía hacer era olvidarme de todo y continuar con mi vida como si nada hubiese pasado. Por eso, a pesar de mis verdaderos deseos, me dirigí al salón.

—¡Kathe! —escuché a alguien llamarme.

Identifiqué la voz de Dafne y me volteé para saludarla. Ella, en vez de corresponderme, me miró de arriba abajo, me tomó del brazo y, sin decir nada, me llevó hasta el baño más cercano.

—¿Qué pasa? —le pregunté confundida.

—Sabía que vendrías así.

Me miré en el espejo tratando de entender a qué se refería.

—¿De qué hablas? Así vengo siempre.

—Exacto. Ponte esto —sacó un jean de tiro alto y una blusa verde olivo muy femenina.

—¿Al menos podrías explicarme?

—Eres mi mejor amiga y te amo, precisamente por eso debo decirlo… Siento que ocultas tu belleza a propósito. Esas camisas tipo polo y esos pantalones anchos no son… tú. Kathe, eres hermosa, más que cualquier otra chica. Y sin duda, más que esa rubia.

— Dios, ¿por qué tenías que mencionar eso?

—Estuviste callada como una tumba, pero tu cara decía mucho. Ahora entra allí y cámbiate. Vamos a llamar la atención de Matthew y hacer que Marianne se lamente.

Esbocé una pequeña sonrisa.

—Oye, gracias —le di un abrazo.

Entré a un cubículo con la ropa en las manos y, cinco minutos después, salí con ella puesta. Dafne me llevó hasta el espejo, soltó mi cabello y se colocó detrás de mí.

—Mucho mejor, ¿ves?

—No lo sé —me analicé en el espejo: la blusa mostraba mi escote y el jean acentuaba mis caderas—. Nunca había usado algo así en la universidad. Allá hay treinta y siete personas además de Matthew y Marianne, entre esas, la profesora.

—Estás perfecta. Confía en mí.

Le eché un vistazo a mi reloj: eran las 10:12 a.m. La profesora acostumbraba a poner falta a quienes llegaban con quince minutos de retraso, por lo que Dafne y yo corrimos hacia el salón para evitar la inasistencia. Apenas entramos, todo el mundo nos miró. Pude notar como algunos chicos se quedaban viendo mi cuerpo y algunas chicas murmuraban entre sí sorprendidas.

Avergonzada, me dirigí a mi puesto sin mirar a nadie, ni siquiera a Matthew o Marianne; aunque sabía muy bien que ellos me estaban observando. Dafne, al darse cuenta, se giró hacia mí y me guiñó el ojo. Le respondí con una mueca apenas perceptible y nos sentamos en las primeras sillas vacías que encontramos. La profesora nos tomó la asistencia y continuó dando la clase.

—Me siento extraña —le susurré.

Cinco segundos después, sentí la vibración en mi bolso. Saqué mi celular y me encontré con un mensaje de Marianne que decía: Vaya… Parece que mis besos te sientan bien. Expulsé una gran bocanada de aire al terminar de leer aquellas palabras.

—¿Es de quién tengo en mente?

—Sí —respondí sin despegar mis ojos del celular. Le tomé una captura al mensaje y se la mandé.

—Ni se te ocurra responderle.

—No lo haré. De todas formas, ¿qué le diría?

La profesora nos observó. Dafne y yo guardamos los celulares y empezamos a prestarle atención. La clase parecía ser sólo expositiva; Camps pasaba diapositiva tras diapositiva mientras explicaba el contenido de ellas. Alcancé a tomar un par de notas. Así transcurrió la primera hora. Pensé que me iba a salvar de tener que trabajar con Marianne, pero, faltando cuarenta minutos, la profesora pidió que nos reuniéramos con nuestras parejas. La chica de tatuajes no tardó en acercarse a donde yo estaba. Dafne notó su presencia, se levantó de la silla en mala gana y se fue, pero no sin antes lanzarme una mirada amenazadora de recuerda-lo-que-hablamos.

SERENDIPIA PARTE I: MARIANNEWhere stories live. Discover now