Capítulo 19: Tercera... ¿y última?

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—Aquí está la mejor novia de todas —me sorprendió por detrás cuando estaba ingresando a la universidad.

—¡Matthew! —exclamé nerviosa. No esperaba que estuviera de regreso tan pronto. Se acercó para darme un beso, pero yo lo detuve dándole un abrazo.

—Te he extrañado tanto.

—¿Cómo les fue? —cambié de tema—. ¿Qué tal la boda?

—Como cualquier otra. Primero hubo una larga misa y después una fiesta de celebración en el salón de eventos del Yellow Grand Diamond. Había bufé, músicos y un show de baile.

—Suena como algo grande.

—En realidad, estuvo bastante aburrido. Creo que habría sido más interesante si hubiese estado contigo allí.

Forcé una sonrisa. Él me tomó de la mano y caminamos hacia el salón. Mientras tanto, pensaba en cómo iba a terminarle. Nunca había hecho algo parecido y lo que menos deseaba era herir los sentimientos del chico más caballeroso que había conocido.

—¿Qué tal estuvo tu fin de semana? —me preguntó—. Apenas y pudimos hablar el viernes en la noche.

—Ocupado —dije con mi característica torpeza y poca creatividad para mentir—. Ya sabes, asuntos familiares y una que otra asignatura.

Nos detuvimos frente a la puerta.

—Oh, casi lo olvido. Tengo algo para ti —me entregó un estuche rojo de terciopelo. Lo abrí y confirmé lo que me temía: era un anillo.

—¿Es para mí? —atiné a preguntar.

Él se rio.

—Por supuesto, tonta.

En ese instante, Marianne pasó junto a nosotros y entró al salón.

—P-pero… Es un… No puedo aceptarlo.

—Sí que puedes. Es sólo un regalo.

—Matthew… —me quedé sin palabras.

—No tienes que decir nada —me besó—. Se nos hace tarde.

Abrió la puerta del salón y la sostuvo para que entrara. Le agradecí y me separé para buscar a mi mejor amiga.

—Así que ya está aquí —dijo refiriéndose a Matthew.

—Lo sé.

Me senté junto a ella.

—¿Por qué tienes esa cara? ¿Ya lo hiciste?

—No. Peor aún —le mostré el anillo.

—¡Dios mío! —exclamó sorprendida. Yo le pedí que bajara la voz con un gesto y a partir de ahí empezó a susurrar—. ¿Te acaba de pedir matrimonio?

—¡Claro que no! Al menos no fue explícito —me recosté sobre el espaldar sobre la silla y lo pensé—. No, eso es imposible. No llevamos ni dos meses de conocernos. Él dijo que era sólo un regalo.

—Pues mira qué regalo —señaló el anillo—. ¿A los seis meses qué, el crédito para sacar una casa juntos?

La profesora empezó a pasar lista.

—Tengo que terminar con esto pronto.

Me despedí de ella y fui a mi puesto.

—Es un bonito anillo —Marianne comentó al verlo mientras yo lo guardaba en mi maletín.

—Es una locura. Eso es lo que es.

Entonces una chica alta, pelinegra y de cabello largo, usando un septum y con los labios pintados de rojo, entró al salón. Bastó unos segundos para que Marianne le echara el ojo, así como casi todos los chicos del salón, incluyendo a Matthew.

—Audrey —la profesora la señaló—, puedes presentarte.

—Seré breve —sonaba intimidante—. Me llamo Audrey Rivera, tengo veintidós años y soy monitora de la clase. La profesora me dijo que podrían necesitarme, así que estoy aquí.

—Esto es lo que vamos a hacer: yo voy a pasar por sus puestos entregando las calificaciones —contó la profesora—. Mientras tanto, Audrey va a estar sentada junto a mi escritorio. La idea es que quienes hayan sacado una nota baja se acerquen y le den sus datos personales para que programen las monitorias.

Miré de reojo a mi compañera; no podía despegar su vista de la despampanante monitora. Algunos minutos después, la profesora pasó por nuestro puesto y nos entregó los exámenes.

—Felicitaciones, señorita Fitzgerald —dijo antes de irse.

Alcancé a observar su calificación antes de que doblara el papel. Había sacado un diez: la nota más alta. Sin embargo, se levantó y fue directo a donde la monitora. Las observé durante el tiempo suficiente para hacerme hervir de los celos. Aunque no escuchaba lo que decían, sabía que Marianne le estaba coqueteando porque sus gestos eran parecidos a los que tenía conmigo. Al cabo de un rato, varios chicos llegaron interrumpiéndolas y la fila creció.

Todos le caían como moscas a la monitora. Aquello no me hacía gracia en lo absoluto; no por ellos ni por mi propio novio, sino por Marianne. Si empezaba a ver a Audrey como un reto, el interés por ella subiría como espuma.

—¿Vas a inscribirte? —Matthew me preguntó.

Miré mi nota. Yo había conseguido un ocho.

—No, no la necesito.

—Creo que yo sí —ocupó el asiento de Marianne—. Un seis no es algo de lo que me enorgullezca.

—¿Tú también? —lo miré con rabia—. Bah, haz lo que quieras.

—¿Eh? —preguntó confundido— ¿Acaso estás celosa?

—No, no lo estoy —me puse de pie—. Voy al baño.

Abandoné el salón sin decir más nada. Fui al baño más cercano y desde allí llamé a mi compañera. Sin ahondar en detalles, le pedí que saliera para encontrarnos. A los minutos, ella apareció.

—¿Sucede algo? —preguntó confundida.

La agarré por el brazo y la llevé a una de las cabinas. Entonces la coloqué contra la pared y empecé a besarla.

—Wow, espera… —se separó— ¿Qué está pasando?

—Me dieron ganas —desabroché su pantalón y metí mi mano—. ¿Vas a hacérmelo o no?

Sonrió a medio lado.

—¿Quieres hacerlo aquí, en un baño?

—¿Y desde cuándo eso ha sido un impedimento para ti?

Burló mi falda y metió su mano por debajo de mis bragas.

—¿Estás segura?

—Sí —dije no muy convencida.

—Como quieras.

Estábamos en una posición incómoda, pero eso no impidió que nuestros cuerpos reaccionaran. Una vez nos lubricamos lo suficiente, nos penetrarnos al mismo tiempo. Como siempre, sentía maravilloso tenerla en mi interior, pero no tardé en arrepentirme de haber dejado que ese impulso, motivado por mis celos, cobrara vida.

De las tres oportunidades que tenía para estar con Marianne, gasté la última que me quedaba en un incómodo rapidín con la ropa puesta. Tuvimos que ahogar nuestros gemidos para no meternos en problemas. No pude tocarla ni besarla como hubiese querido y me fue imposible tener un orgasmo. Estaba tan nerviosa que, ante cualquier ruido, me asustaba. Todo terminó con las dos calladas, lavándonos las manos y rogando porque la clase no se hubiera acabado. Cuando salí del baño, descubrí que Matthew me estaba esperando. Su expresión cambió en un milisegundo cuando la vio saliendo detrás de mí.

—¿Por qué te demoraste tanto? —me preguntó—. Llevo más de quince minutos esperándote —su actitud era diferente; era obvio que estaba sospechando algo.

—Matthew, ¿podemos hablar?

—¿De qué quieres hablar?

—Aquí no.

—Entonces tendrá que esperar —se dio la vuelta para regresar al salón, pero yo lo detuve agarrándole el brazo.

—No puede esperar.

SERENDIPIA PARTE I: MARIANNEWhere stories live. Discover now