Capítulo 21: No te enamores

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A lo lejos vislumbré una silueta acercándose. Pertenecía a la chica pálida, de cabello corto y con tatuajes que tanto me volvía loca. Una enorme sonrisa se dibujó en mi rostro.

-¿Sabes lo que va a pasar? -me preguntó en lo que caminábamos buscando su carro.

-Lo que las dos queremos que pase.

-Esta sería nuestra cuarta vez -me miró-. ¿Estás segura de que quieres pasar ese límite?

-¿Creaste esa regla por las demás mujeres o por ti misma?

Me abrió la puerta.

-Tras la tercera vez, los sentimientos tienden a volverse turbios y confusos -me explicó una vez entró-. Detesto tener que romper corazones, por eso evito que se involucren emocionalmente. ¿Puedo contar con que ese no será nuestro caso?

-Por supuesto -aseguré.

-¿No te vas a enamorar de mí?

-No -respondí no muy segura.

-Me alegra escucharlo -devolvió su vista al frente, encendió el carro y empezó a manejar.

-Le has dejado claro a todos que puedes estar con cualquiera si así lo deseas. ¿Por qué darme vía libre a mí? -disfracé la pregunta con humor para hacer que mis intenciones pasaran desapercibidas.

Ella se echó a reír.

-Voy a honesta: disfruto mucho de follarte y que me folles. Tú tienes algo, un no sé qué, que las demás no me han provocado.

Las mariposas en mi vientre se agitaron. Intenté guardar la calma y aparentar delante de ella.

-Cuidado, puedes acabar enamorándote de mí -bromeé.

Negó con la cabeza.

-Puedes estar tranquila. El amor está prohibido para mí.

-¿Por qué te cierras tanto a eso?

-Digamos que ni a ti ni a nadie le conviene quererme. Todas las personas a las que alguna vez he amado de verdad, acaban mal... y yo también. Pero es bueno tener las cosas claras, ¿no?

Tras de haber dicho eso, las dos nos quedamos en silencio. Ambas teníamos nuestra mente ocupada recordando cosas. Dios sabrá qué pasaba por la mente de ella, pero en la mía no dejaba de relacionar su respuesta con el portarretratos que estaba observando esa madrugada después de nuestra primera vez.

***

Cuando llegamos a su apartamento, fuimos directo a su habitación. Sin prologarlo más, me puso contra la pared y empezó a besarme. La envolví con mis brazos y la acerqué a mí. Segundos más tarde, ella posicionó sus manos en mi espalda y bajó la cremallera de mi vestido dejando que cayera sobre el suelo.

-Vaya -retrocedió dos pasos para verme mejor-. Te preparaste para esto, ¿uh? -dijo en referencia a mi ropa interior: tenía una tanga diminuta y un bralette, ambos negros y de encaje.

Asentí con la cabeza.

-Mi cuerpo te ha extrañado -confesé.

-Veamos qué tan cierto es -sonrió-. Date la vuelta y coloca las manos sobre la pared.

Obedecí. Ella me abrazó por detrás y besó mi cuello haciéndome soltar el primer gemido de los muchos de esa tarde. Sin resistir más, agarré su mano y la llevé hasta mi entrepierna.

-Mhm -gimió al sentirme.

-¿Ahora me crees?

-¿Y cómo no voy a hacerlo? -susurró en mi oído-. Estás tan mojada que empapaste tus bragas.

Me giré y la agarré del brazo para llevarla al borde de la cama. Allí, con un pequeño empujón, la obligué a acostarse. Entonces desabroché su jean y se lo quité mientras que ella misma se deshacía de su camisa. Cuando quedamos en ropa interior, me acosté sobre ella y empecé a besarla con todas las ganas que había estado acumulando.

Sus traviesas manos no demoraron en buscar mi trasero y agarrarlo con fuerza. Yo, en cambio, no quería dar tantos rodeos, por lo que le quité el brasier y acaricié sus senos enseguida. Apenas sentí que sus pezones se pusieron duros, acerqué mi boca y les pasé la lengua con anhelo. Bajé besando los tatuajes que tenía en los costados y pasé mi mano sobre sus piernas disfrutando de aquella suavidad que su piel poseía. Todo culminó conmigo quitando sus bragas y descubriendo que también estaba mojada.

-Tú tampoco te quedas atrás, ¡eh? -dije sonriente a la vez que observaba mi fruto prohibido.

-¿Qué puedo decir? Me excitas demasiado.

-Me alegra saberlo -mordí mi labio.

-¡Espera! -dijo al ver que me amarraba el cabello-. ¿Podrías ponerte encima de mí? Me estoy muriendo por comerte.

-En otro momento, me habría negado sólo para torturarte. Tienes suerte de que anhelo sentir esa lengua haciendo lo suyo -sonreí.

Nos acomodamos en la forma de sesenta y nueve. Yo estaba arriba dejando mi vagina a merced de su cara mientras que ella estaba abajo cediéndome todo el control sobre la suya. De repente, sentí cómo su lengua se abría paso entre mis labios mayores. Una descarga eléctrica recorrió mi cuerpo haciéndome temblar. Recobré la compostura como pude, me acerqué a su vagina y empecé devorarla con ansias.

Parecía que había una competencia porque cuanto más intensa era con mis movimientos, más intensa se ponía ella. Pronto, permanecer concentrada haciendo sexo oral se volvió difícil: mis incontrolables gemidos se interponían, pero seguí batallando contra ello. Pude darme cuenta de que ella no podía resistir ante el placer desorbitante, aunque tampoco quería rendirse de primera. Necesitaba impresionarla a toda costa, así que aguanté lo que más pude.

Presumir que se viniera primero sería absurdo ya que la diferencia entre las dos fue de tan sólo segundos. Potenciada por el clímax, ella succionó mi clítoris y movió su cabeza de un lado a otro produciendo una especie de vibración que me derrotó. Las dos caímos rendidas y jadeando. Mi vagina y mi culo descansaban sobre su pecho y no me importaba en lo absoluto. Las contracciones que estaba teniendo eran tan fuertes que me tenían inmovilizada.

En el momento que recuperé un poco de fuerza, me levanté y me tumbé a su lado. La miré; estaba sudada y respiraba por la boca de manera agitada. Demonios, se veía tan sensual incluso cuando lucía como una simple mortal más.

-¿Quieres algo de tomar? -preguntó entre jadeos-. ¿Cerveza?

-Una cerveza estaría bien.

Se levantó y fue a la cocina. Estando sola en su cuarto, mientras la esperaba, me entró un terrible sentimiento de curiosidad. Marianne se estaba demorando en volver, así aproveché para revisar su mesa de noche esperando encontrar aquel portarretratos. Justo cuando estaba a punto de abrir el último cajón, escuché sus pasos. Acomodé todo en su lugar y volví a acostarme en la cama.

-Aquí tienes -me dio una Smirnoff y se sentó en el borde de la cama. Con una mano agarraba su botella y con la otra un cigarrillo a medio acabar.

-Tengo hambre -le dije-. ¿Pido una pizza?

Ella negó con la cabeza.

-No te preocupes. ¿Me ayudas a cocinar?

-Puedo intentarlo -di un sorbo-. ¿Qué tienes?

-Hay pastas y verdura.

-Vamos.

SERENDIPIA PARTE I: MARIANNEWhere stories live. Discover now