Capítulo 32: Noche de ruleta

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—¿Y qué hacemos aquí? —pregunté asustada.

—Voy a deshacerme de los cigarrillos.
Ella abrió la puerta y pude notar que había el doble o triple de personas que las que vi unos meses atrás. Todos estaban bailando de forma alocada y eufórica ante el son de una electrónica que retumbaba en las paredes del lugar.

—¿Puedes esperar aquí?

Me dejó en la misma mesa donde nos habíamos sentado la primera noche. A pesar de la gran masa de gente que vimos en la entrada, alrededor de mí no había ni un alma. Al parecer, todas las personas estaban concentradas en la pista de baile. Minutos después, mi acompañante regresó con una sonrisa.

—¿Cómo te fue? —le pregunté.

—Tuve que darles a probar un poco, pero les encantó. Pisaron la venta con la mitad del dinero y, cuando me den el resto, les entregaré todos los cigarrillos.

—¿Cuándo será eso?

Se encogió de hombros.

—Supongo que cuando reúnan fondos suficientes. Tendremos que esperar un poco más.

—Esto me da mal rollo —confesé.

—Lo sé —me dio la razón—. Parece que van a inaugurar el juego.

Un hombre alto, con rastras que le llegaban hasta la espada y una barba desaliñada, subió al escenario. Se colocó al lado de la DJ, le hizo una seña y ella silenció la música para dejarlo hablar.

—Señoras y señores… damas y caballeros… drogadictos y putas… ¡La Noche de Ruleta está a punto de iniciar! —la audiencia rugió y aplaudió con desenfreno—. Para participar, deben acercarse a la barra, pagar según la categoría que elijan y se les entregará un brazalete. Recuerden que ese es su boleto. Sin brazalete no hay juego.

—Creí que el “ruleta” era en sentido figurado.

—No, es bastante literal. Dentro de nada, sacarán las tres ruedas.

—¿Las tres ruedas?

Asintió sin mirarme.

—Este mes tenemos unos productos muy especiales. ¿Están listos para que lea los premios en cada categoría? —volvieron a gritar—. De acuerdo, veamos —la DJ le pasó una lista—. CATEGORÍA A: Esta es la más suave de todas. Aquí tenemos tequila, vodka, whisky, opio y marihuana —algunos abuchearon—. Tranquilos, que ya vamos para lo bueno. CATEGORÍA B: Éxtasis, metanfetaminas y hongos —varios aplaudieron—. Y por último… ¡Los pesos pesados! CATEGORÍA C: Cocaína, heroína, popper, LSD y… vloek. Así es. ¡La mítica planta africana! Se creía que era una leyenda, pero hoy la casa la ha conseguido para ustedes —todos enloquecieron.

Largas filas se formaron en un santiamén. Varias personas, incluso, se empujaron con tal de conseguir ser atendidas enseguida. Empecé a sentirme mareada al presenciar esa situación. Tanta gente, tantos tipos de droga, tanto daño… No podía ni imaginar en lo que el bar se iba a convertir cuando las drogas hicieran efecto.

—¿Podemos irnos a otro lugar?

Ella puso su mano sobre mi pierna.

—Apenas me paguen, nos vamos.

—¿Por qué tardan tanto?

—Oye, tranquila —me besó—. Todo va a estar bien.

—Si pudieras salirte de esta clase de ambiente, ¿lo harías?

Se quedó en silencio mientras pensaba su respuesta.

—Si tuviera elección, claro que lo haría: dejaría las drogas y otros tantos males. Tal vez mi vida sería mejor. Pero eso no va a suceder. No en este mundo, no en esta vida.

—¿Y por qué no? —tomé su mano—. Todos tenemos algún grado de elección sobre nuestros actos.

—Yo no —insistió—. Yo estoy encadenada a esto.

—¿Por qué lo dices?

—Porque… —desvió la mirada.

—Puedes decirme. Está bien.

—Necesito de esto, ¿sí? Necesito de las fiestas, las drogas, el sexo y las mujeres para mantener mi mente ocupada. Así es como evito pensar en ella —tragó saliva—. Realmente la amé, pero su recuerdo me está atormentando —su voz se volvió aguda—. De esta forma, aunque sea por un rato, puedo olvidarme de todo.

—Tal vez nunca entienda ese tipo de dolor —le confesé—. No conozco todos los detalles, pero estoy segura de que ella también te amaba. Y no habría querido que estuvieras así.

La miré: sus ojos estaban vidriosos.

—¡Marianne! —alguien la llamó.

Nos volteamos y descubrimos que se trataba de Deborah.

—Y la novia de mi primo —me miró—. ¿O debería decir exnovia?

Marianne aclaró la garganta antes de hablar.

—¿A qué debemos tu maravillosa presencia, Tami?

—Estaba vendiendo por allí en pequeñas cantidades, ya sabes, a algunos no les gusta dejar su destino en el azar. Cuando escuché que entre los pesos pesados está vloek, de inmediato pensé en ti —se cruzó de brazos—. No estarás vendiendo mi regalo, ¿cierto? Porque me costó mucho conseguirlo.

—Probé las hojas, pero no me gustaron —mintió—. Al parecer, lo sintético me va más. No podía dejar que tu regalo se echara a perder y se me ocurrió darlo a quienes sí puedan aprovecharlo. Y por supuesto, sacar un poco de provecho para cubrir mis necesidades personales. Espero que no te moleste.

Deborah se acercó a ella más de la cuenta.

—Sólo porque te guardo un poquito de aprecio, lo dejaré pasar —le susurró al oído—. Pero no quiero volver a escuchar que has seguido vendiendo. Este es mi territorio y esa era mi planta.

—No te preocupes —sonrió con tranquilidad—. Te prometo que no volverá a suceder.

Deborah retrocedió.

—Más te vale, Marianne. Más te vale —advirtió antes de irse.

SERENDIPIA PARTE I: MARIANNEWhere stories live. Discover now