Capítulo 23: Vamos a la playa

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—Drogarme hasta que sea media noche —me pasó una caja.

—¿Qué es esto?

—Un regalo de Deborah. Adentro hay una pequeña planta africana llamada vloek; sus hojas tienen propiedades alucinógenas potentes. He escuchado que con sólo masticar una puedes elevarte durante horas. Tiene cierta fama de enloquecer a las personas, pero una vez no debe hacer daño, ¿cierto?

—Mejor no me preguntes a mí. Ya sabes lo que pienso.

—Está bien —agarró la caja.

—¿Lo harás? ¿La probarás?

—No delante de ti.

—Entonces te dejaré sola —me di la vuelta y caminé a la puerta.

—Espera —la ignoré y ella corrió detrás de mí—. Viniste hasta acá. No puedo dejar que te vayas sin más.

—No te preocupes. Conozco la ruta de buses y puedo regresar a la universidad por mi cuenta.

—Por favor, quédate conmigo —me agarró la mano—. Quizás tu presencia me haga bien.

Di media vuelta y la miré a los ojos.

—¿Eso es lo que quieres?

Ella asintió con una ligera sonrisa.

—Me preguntaste si tenía algo planeado. ¿Tienes algo en mente?

—Pensé en darnos una escapada. En las afueras de la ciudad, casi llegando a un pueblo, hay un sector playero.

—Suena genial. Sólo dame un momento para vestirme.

Fue a su dormitorio. Unos minutos después, salió usando un short claro, una camisa verde olivo y unos tenis negros.

—Creo que es la primera vez que te veo usando short.

—No suelo ponérmelos. No soy es muy de mi estilo. A ti te queda mejor con esas piernas.

Me sonrojé.

—Anda, vamos.

Ella se echó a reír.

—Vamos —insistí.

—Vale —agarró las llaves del auto y salimos.

***

Mientras ella buscaba la carretera principal, aproveché para conectar mi celular al reproductor de mp3 y coloqué mi lista de reproducción playera. Entonces recosté mi cabeza a la ventana para recibir la dulce brisa veraniega en la cara.

—Parece que va a llover — dijo sin despegar sus ojos del camino.

—No lo creo —miré al cielo—. Capaz es sólo una nube pasajera.

—¿Cuánto falta para llegar?

—Ya estamos cerca.

Disminuyó la velocidad y entró a una gasolinera.

—Voy a llenar el tanque. Mientras tanto, si quieres, ve a la tienda y compra algo para más tarde —me ofreció dinero.

—Tranquila —le rechacé—, lo tengo todo cubierto.

Nos bajamos del carro. Ella se recostó en un muro, de brazos cruzados, y se limitó a ver cómo iba aumentando el contador de la gasolina. Yo me alejé para entrar a la tienda. Una vez allí, tomé una canasta oxidada y caminé los pasillos sin saber lo que estaba buscando. Acabé agarrando pan, jamón y queso para hacer sándwiches. También malvaviscos, uno que otro mecato y un muffin de mora azul. Como el lugar lucía viejo y sucio, me aseguré de mirar la fecha de caducidad de cada producto. Tras comprobar que estaba en orden, me acerqué a la caja registradora donde estaba atendiendo una chica que escuchaba música a todo volumen con sus audífonos.

—¿Algo más? —preguntó tras haber sumado.

—¿Tienes velas?

Asintió y explotó una burbuja de chicle.

—¿Cuántas quieres?

—Una —recosté mi brazo en la mesa, pero lo retiré enseguida al darme cuenta de que la madera estaba llena de polvo. Con disimulo, me limpié el brazo.

—Aquí tienes la cuenta —me pasó un papelito donde estaba escrito a mano el valor de cada ítem y la suma total.

Le pagué y esperé el cambio. La chica, sin cuidado alguno, guardó todo en una bolsa y me la dio. Salí de allí y busqué a Marianne; ella ya estaba dentro del vehículo.

—¿Qué compraste? —preguntó al verme llegar.

—Es una sorpresa —dejé la bolsa en los asientos traseros—. Espera y sabrás —me abroché el cinturón.

Empezó a manejar.

—Cuánto misterio —puso su mano sobre mi pierna.

Aquel gesto sin connotación sexual me dejó pensativa.

Parecía haber sido un acto involuntario. Mientras tanto, me debatía entre colocar mi mano sobre la suya o ignorarlo y actuar como si nada hubiera sucedido. Cuando por fin me decidí a tomar su mano, ella la quitó para activar el limpiaparabrisas: había empezado a llover.

—¡Te lo dije!

—De seguro es un sereno pasajero.

—Eso dijiste la vez pasada respecto a la nube.

—¿Acabas de cumplir un año más y ya te has vuelto una aguafiestas?

Expulsó aire a través de su boca.

—Es esta fecha. Cada año me pasa lo mismo.

—Pues anímate porque ya hemos llegado. Gira a mano derecha.

Ingresó por el sendero no pavimentado que le señalé. El camino, al ser de tierra, se convirtió en una capa lodosa que, sumada a las rocas y los baches, nos dificultó avanzar. Prácticamente estábamos brincando cada tres segundos en nuestros asientos. De un momento a otro, nos entró un ataque de risa del cual nos fue difícil recuperarnos.

SERENDIPIA PARTE I: MARIANNEWhere stories live. Discover now