Capítulo 2

179 10 0
                                    

Pandora, se detuvo a unos metros del jeep. La muchacha vio llena de asombro que se bajaba de él un hombre, llevando una escopeta debajo del brazo y un par de perros siguiéndole.

- ¿ Qué está haciendo aquí ? -inquirió airadamente, acercándose a Pandora. La joven le miró boquiabierta pero antes de que pudiese contestar, él añadió-: ¿ No sabe leer ? Es una propiedad particular y en cada entrada hay un letrero que así lo especifica. ¡ Largo de aquí ! si no quiere que la detengan por invadir terrenos sin tener derecho.

Era un hombre alto y de anchos hombros, que habría podido echarla personalmente y, si ella le hubiera dado la oportunidad de hacerlo, lo habría disfrutado.

Pandora desmontó de la moto y dijo:

- No estoy haciendo ningún daño, he venido a ...

- ¿ Ningún daño ? -replicó él en tono amenazador-. ¿ No ha asustado a los venados con esa máquina infernal ? He oído el ruido a más de un kilómetro y medio de distancia. Vosotros, los patanes, sois todos iguales. Veis un camino derecho y creéis que podéis hacer vuestros calentamientos y acrobacias de velocidad, no pensáis en los demás. Sin embargo, no lo harás en Arbory. Puedes dar la vuelta y sacar eso de aquí. ¡ En este instante ! -gritó amenazador.

Pandora lo miró indignada a través de su visera color humo.

Era evidente que aquel hombre había pensado que ella era uno de los muchachos que recorrían la campiña, en sus motos, a toda velocidad y que convertían los campos en una pista de carreras.

Pandora disfrutaba de la velocidad como cualquiera de ellos, pero no era un muchacho, aunque vestida como estaba, comprendía lo fácil que era que la tomaran por uno de ellos.

Decidió sacar a aquel hombre de su error.

- Se equivoca, he venido ... -dejó de hablar al ver que le apuntaba con la escopeta.

- Ya has oído lo que te he dicho, ¡ fuera ! ¡Si no has salido dentro de cinco minutos, te echaré los perros !

Los brazos de Pandora cayeron laxos a sus costados y observó horrorizada el cañón del arma. Poco a poco levantó la vista hasta el rostro del hombre y notó el brillo triunfal de sus ojos. Aquello la enfureció y, sin pensar en las consecuencias, se irguió y le espetó:

-  ¡ Cobarde ! -a pesar de que la visera deformó su voz, él la oyó perfectamente, muy bien, y se sorprendió-. ¡ Protegiéndose con una escopeta y con dos perros ! Apuesto a que, de estar solo, saldría huyendo. Ustedes, los orgullosos terratenientes son todos iguales. ¡ De antemano juzgan a las personas diferentes a ustedes y nada ni nadie logra hacerles cambiar de opinión, sobre todo si tienen el menor temor de que les cambien su precioso modo de vida ! ¡ No quieren perder ningún privilegio, por pequeño que sea ! Cualquiera que se vista o actúe un poco diferente a usted, es un enemigo. No me ha preguntado a qué he venido antes de demostrarme su autoridad. No es más que un patán mal educado y para colmo, ¡ cobarde !.

El hombre dejó de fruncir el ceño, pero continuó con los párpados entrecerrados y la boca apretada. Su postura era aún más amenazadora. Bastó que levantara la mano para que los perros se alejaran y se sentaran junto al Land Rover.

- Quietos -les ordenó, mientras posaba la escopeta en el suelo. Se acercó a Pandora y conteniendo la furia, la miró de arriba a abajo-. Ahora no tengo escopeta ni perros, ¿ cómo me califica ? -murmuró entre dientes.

Pandora parpadeó y levantó la cabeza. El hombre era mucho más alto que ella, aunque no era baja. Por lo menos medía más de un metro noventa, quizá un poco más. Era ancho de hombros y parecía estar en buena condición física. No tenía ningún músculo flácido y su rostro no revelaba otra cosa que desprecio. Pandora le observó las manos, en aquel momento cerradas, decidió  que había sido demasiado atrevida y que debía marcharse inmediatamente.

Dio un paso atrás y dijo:

- Veo que lo mejor será que me vaya.

- ¿ Tan pronto ? -preguntó él, volviendo a acercarse a la joven-. No me digas que te he asustado -murmuró en tono burlón.

La moto de Pandora estaba a poca distancia, así que ella no tardó más que unos segundos en coger el manillar y levantar una pierna para montarse. Antes de que pudiera poner en marcha el motor, el hombre la agarró por la solapa de la chaqueta y tiró de ella, de modo que su rostro se quedó unos centímetros por encima de la cabeza de la muchacha.

- ¡ Rapazuelo ! -gritó-. Nadie me llama cobarde con impunidad, ¿ comprendes ? ¡ Nadie !

La zarandeó con tanta fuerza que Pandora creyó que se golpearía la cabeza contra el interior del casco.

- ¡ Deténgase, suélteme ! -exclamó, levantando las manos para defenderse, pero fue como intentar doblar un tubo de hierro.

De pronto, él la soltó y al perder el equilibrio, Pandora cayó al suelo.

- ¿ Ahora quién es el cobarde, gamberro ? Tenéis agallas sólo cuando estáis en grupo. Sal de aquí antes de que pierda realmente los estribos. Y dile al resto de la banda de los Angeles del Infierno, que si pesco a alguno en mi propiedad, tendrá el mismo tratamiento.

Pandora no esperó más, se levantó lo más rápido que pudo, corrió a la moto y, debido al nerviosismo, se le caló el motor en su primer intento de ponerlo en marcha. Antes de salir volvió la cabeza por encima del hombro y observó que el hombre seguía disgustado.

El la siguió en el jeep. Sin duda quería asegurarse de que no asustase a un conejo o aplastara el césped, pensó Pandora, llena de rabia.

Se entretuvo en la verja, al tratar de abrirla, pero él no la ayudó ni la estorbó. Por fin logró su objetivo y al pasar se volvió para cerrarla; el hombre ya lo había hecho y la observaba a través del intrincado  trabajo de herrería, en espera de que desapareciera.

La chica se sintió liberada, como si hubiese salido de la prisión y aquel hombre fuera su carcelero. Levantó la cabeza con aire desafiante. El se quedaba en prisión, por voluntad propia se había rodeado de barrotes que le separaban, por clase social y riqueza, de los demás.

Apasionada PandoraWhere stories live. Discover now