Capítulo 1

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El rugido del potente motor resonó contra las paredes de las antiguas casas, cuando el motociclista, que llevaba puesta chaqueta negra, aceleró la motocicleta al bajar la pendiente que desembocaba en el tranquilo pueblo de Cotswold, en Arbory Magna.

El viajero tuvo que disminuir la velocidad para coger las curvas de la estrecha carretera, que corría entre las paredes de piedra de unas construcciones que los siglos habían teñido con un color miel y que parecían dormitar perezosamente bajo la luz del sol de aquella tarde de verano.

En la única taberna del pueblo, Arbory Arms, dos hombres de edad avanzada, estaban sentados en una mesa de la terraza, y jugaban una partida de dominó. Tenían junto a ellos sendas jarras de cerveza oscura.

Cuando la moto se detuvo, levantaron la vista. Aunque el motor quedó apagado, la enorme máquina negra plateada, aún vibraba entre las piernas del viajero. Este levantó una de sus manos enguantadas para alzar la oscura visera del casco y miró a los dos hombres.

- ¿ Podrían indicarme cómo llegar a Abbot´s Arbory ? -inquirió suavemente.

Los ancianos observaron el silencio la chaqueta tachonada con botones metálicos que formaban un cráneo y dos huesos cruzados en la espalda. Bajaron la vista y le vieron los pantalones ceñidos, metidos por las botas.

- Salga del pueblo y suba la colina por el lado contrario -explicó uno de ellos, poniéndose en pie-. Pasados unos ochocientos metros llegará a la verja de East Lodge. No se perderá, hay unos gruesos pilares de piedra.

- Gracias.

Levantó la mano y puso otra vez en marcha el motor.

Antes de que desapareciera en la primera vuelta, los dos ancianos se miraron y rieron como por alguna broma secreta.

Poco después de salir del pueblo, la carretera se ensanchó y se vio un alto muro de piedra de aspecto gastado, como si lo hubiesen construido hacía mucho tiempo, que bordeaba el lado derecho. Detrás de él, un tupido cinturón de altos árboles proyectaba perfiladas sombras sobre la carretera.

El ruido del motor se intensificó cuando el viajero cambió de velocidad para subir la pronunciada y larga cuesta, pero volvió a ronronear al llegar a las verjas de East Lodge.

Tal como le había explicado el anciano, eran inconfundibles: dos altos pilares de piedra, coronados con dos leones que mostraban sus garras.

Todo estaba erosionado por el tiempo, aunque los animales no habían perdido su ser orgulloso y desafiante ni habían dejado de guardar celosamente la entrada.

Pandora Smith levantó la visera del casco y sonrió al observar la simbología heráldica. Estaba tan fuera de época como el concepto de la tendencia de tierras por herencia que representaban. El que algún guerrero medieval importante se hubiese apoderado de la tierra de los campesinos, a base de la espada y la tortura, no significaba que sus herederos tuviesen derecho a seguir siendo propietarios.

Apagó el motor con expresión malhumorada y apoyó la moto contra el muro.

La verja de hierro forjado era bella y repetía, en color dorado el diseño heráldico de los leones. Daba muestra de la maravillosa artesanía del herrero que la había realizado. La chica supuso que debía ser del siglo diecisiete. Al pasar junto a ella alargó la mano para tocarla, ya que era sensible al genio que había creado aquellas obras de arte, aunque odiaba a la sociedad que había permitido aquel despliegue de riqueza y de privilegios únicamente para una minoría.

Más adelante, a la izquierda del camino particular, había una casa de un piso, construida con piedra de Cotswold y ornamentada en la pared más cercana a la verja con una torrecilla, que sobresalía por encima de la casa y tenía una ventana abuhardillada a la carretera. La casa parecía desierta y el jardín un tanto descuidado.

Gritó y no obtuvo respuesta; se volvió y descubrió que la verja no estaba cerrada con llave. La afianzaban unos barrotes clavados en el suelo. Logró levantarlos, metió los brazos y movió el picaporte para empujar la puerta. Hizo rodar la moto, cerró la verja y se sentó en el asiento de su moto para proseguir.

Cruzó un terreno arbolado y llegó a un claro que emergía de la oscuridad creada por los árboles a pesar de que a aquella hora el sol brillaba con toda su fuerza. Se detuvo para admirar el paisaje. Vio un inmenso prado de robles y olmos, que proyectaban sombras sobre la hierba, pero lo que más le llamó la atención fue un gran lago cuyas aguas centelleaban a la luz del astro rey. Lo alimentaba un pequeño riachuelo que caía, formando una cascada irregular, desde lo alto de una roca.

Al otro extremo del lago, donde el agua era más plácida, aunque oculta, a tramos, por macizos de lirios blancos y amarillos, vio reflejada una mansión de estilo Palladio. Estaba construida en forma de pagoda, que se vislumbraba apenas entre el follaje, sobre una islita cercana al extremo izquierdo del lago.

La muchacha estaba tan fascinada que tuvo que hacer un esfuerzo para levantar los ojos y observar la casa que producía aquel hermoso reflejo en el agua.

Estaba construida sobre una elevación, la rodeaban verdes prados y se erguía tan orgullosa como los leones que la cuidaban.

Era un magnífico edificio en forma de H. Tenía tres pisos con una sección central, y los ángulos y chimeneas del techo quedaban ocultos detrás de una balaustrada de estilo italiano. Unos anchos escalones llevaban a la fachada principal de la casa, que mostraba unos pilares en el centro de la sección alargada.

La simetría de la arquitectura se suavizaba con la textura de la piedra y con la enredadera que subía siguiendo un caprichoso recorrido hasta media altura.

Pandora se asombró ante aquella grandiosidad y belleza de principios del siglo diecisiete, construida en el apogeo de la época de la Restauración. La muchacha quería desviar la mirada por temor a que resultara ser sólo un espejismo, un palacio de cuento de hadas, que desaparecería en cualquier momento.

Cerró los ojos, contó hasta diez y se burló de sí misma por ser tan imaginativa. Como era de esperarse, la casa no se esfumó y seguía estando en su sitio, igual que lo había estado durante más de trescientos años. Suspiró, pensando que al menos el dinero había producido algo digno de admirarse.

Pero volvió a enfadarse al recordar que la casa, y los cientos de acres de tierra que la rodeaban, eran propiedad de un solo hombre y que la gente común y corriente no tenía acceso a ella ni siquiera para verla. No se trataba de una augusta finca, con parque zoológico o algún otro señuelo, abierta al público.

Abbot´s Arbory era propiedad particular y así permanecería.

Pandora permaneció allí varios minutos, antes de internarse por el camino que conducía hacia la casa. Aceleró el potente motor para cruzar con rapidez los prados y se sorprendió al observar unos venados que pasaron delante de ella. Huían hacia la arboleda más cercana. La impresión le hizo aflojar las manos del manillar y la moto rugió como un cañón, espantando más a los atemorizados animales.

La chica recobró el dominio de sí y continuó con más precaución, preparada para la aparición de más animales sueltos. Más adelante vio unos ciervos, que se apartaron nerviosamente de su camino. Después, lo único que vio fueron unos caballos dentro de un cercado, en una pradera que había cerca de la casa.

Recorrió unos ochocientos metros y llegó a otro cercado que había al otro lado del camino. Seguramente era para mantener a los venados lejos del terreno que rodeaba la casa y el lago. Había un foso que protegía los prados.

Pandora prosiguió con cuidado hasta llegar al puente, cuyos tres arcos encuadraban el borde del lago, al que fluía el río formando meandros por entre el verdor del parque.

A la izquierda, al otro lado del lago, había un camino y vio que un Land Rover se dirigía por él hacia el puente. Iba de prisa, por lo que Pandora disminuyó la velocidad para que el otro vehículo cruzara antes que ella, ya que no cabían los dos. Pero el jeep no cruzó, sino que se paró al otro extremo del puente y le interceptó el paso a la moto.

Apasionada PandoraWhere stories live. Discover now