Capítulo 8: Yo nunca

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—No voy a hacerlo. Matthew es lo que siempre he querido. Ella, en cambio, es una simple aparecida.

El taxi llegó justo en ese momento. Dafne le dio al conductor la dirección del centro comercial que quedaba cerca a su casa y le metió conversación para que nos dejara elegir la música. Así, estuvimos escuchando a Lady Gaga, Taylor Swift y Miley Cyrus durante todo el camino. Al cabo de media hora, llegamos a nuestro destino.

—¡Bienvenida a mi mundo! —exclamó ante las puertas automáticas.

Esa fue la primera vez que compramos ropa juntas. Nosotras no solíamos hacer las cosas convencionales que se supone que las mejores amigas hacen, pero en esa ocasión nos divertimos viendo las vitrinas, entrando a los locales y probándonos todo tipo de ropa. Unas horas después, salimos de allí con nuestros brazos llenos de bolsas. Íbamos a ir caminando hasta su casa, pero, en vista de que teníamos mucho equipaje, tuvimos que agarrar otro vehículo.

Una vez llegamos a su hogar, entramos a su cuarto y vaciamos el contenido de las bolsas sobre el colchón para contemplar, orgullosas, lo que habíamos comprado. Ella consiguió un short blanco, un crop top negro de estampado floral y unas sandalias. Por mi parte, yo conseguí una corta falda negra de tiro alto, una blusa blanca con puntos negros y unas botas negras que combinaban.

—Creo que hicimos un buen trabajo —dije.

—Venga esos cinco.

Chocamos nuestras manos.

Elena, su mamá, nos llamó para avisarnos que la cena estaba lista. Dejamos nuestras cosas dónde estaban y nos sentamos en el comedor para comer juntos. Una de las cosas que le envidiaba a Dafne era los padres que tenía. Ellos eran una encantadora pareja que realmente se quería: en su juventud viajaron por el mundo con nada más que dos mochilas, un diccionario multilingüe y un mapa. Siempre tenían una historia interesante que sacar a relucir, y esa vez no fue la excepción.

James, su papá, nos contó cómo, por culpa de unas páginas que estaban desteñidas, terminó insultando sin querer a un sueco que les estaba dando posada; los dos fueron echados en pleno invierno y tuvieron que refugiarse en una tienda de herramientas. La historia, a pesar de sonar trágica, era muy graciosa. Moría por escuchar más, pero la hora de la fiesta se acercaba y teníamos que alistarnos.

—Estamos perfectas —dije observando nuestro reflejo en el espejo apenas terminamos de cambiarnos.

Nos tomamos unas cuantas fotos haciendo muecas.

—Aún te falta algo, Kathe.

—¿Qué?

Se mordió el labio.

—Déjame maquillarte un poco, ¿sí?

Lo que pensé que iba a ser un maquillaje sutil terminó siendo un smokey eye a lo Avril Lavigne. Como toque final, desató mi cabello y formó algunas ondas con su plancha rizadora.

—Voilà —hizo que me pusiera de pie y diera una vuelta.

—Vaya —dije sorprendida—. Se ve genial.

—No es nada —me guiñó el ojo—. Ahora debo maquillarme yo.

Larry, su hermano, esperó impaciente a que termináramos. Él nos llevó a la vivienda de Santiago, el anfitrión de la fiesta. La calle estaba repleta de vehículos estacionados, por lo que Dafne y yo tuvimos que bajarnos varias casas antes y caminar. Desde donde estábamos, podía escucharse la música.

—¡La pasaremos en grande! —no contuvo su emoción.

Tocamos el timbre un par de veces. Un chico sin camisa, que tenía algunos escritos en su pecho con labial rojo, nos abrió la puerta. Me pregunté cómo se había percatado de que estábamos afuera si a leguas se notaba que estaba muy borracho. Él se abrió paso entre nosotras y corrió hacia los arbustos para vomitar; entonces entendí que había sido casualidad. Dafne y yo nos reímos y aprovechamos para entrar.

SERENDIPIA PARTE I: MARIANNEWhere stories live. Discover now