40. No valgo la pena

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Narra LIA

Camino decidida por los pasillos del internado, como de costumbre, muchos se fijan en mí. Sin embargo, hace tiempo que todo eso ya no me llena, antes solía buscar esa reacción en la gente, sobre todo en los chicos, pero algo en mí ha cambiado.

Puede que sea el hecho de no necesitar más que una sola mirada de la persona correcta y no doscientas de desconocidos.

No obstante, me gusta que me miren, sentirme acogida por esos ojos que me traen sin cuidado, de alguna manera, siento que siempre me encuentro fuera de lugar, pero soy capaz de invadir la mente de muchos con solo darme un paseo delante de ellos.

Es fácil y aburrido, pero reconfortante. No lo suficiente como para ser lo único a lo que aspirar en la vida, pero sí que funciona como una pequeña dosis de autoestima para seguir adelante.

Me imagino como sería un encuentro con él, si no nos conociéramos, claro está. En ese caso, probablemente nunca hubiéramos tenido más que alguna que otra conversación corriente de compañeros de clase.

Como con los demás, nunca habría encajado con ellos, de hecho, hay veces que aún siento que no lo he hecho. Si no hubiera sido por mi caída en las drogas, nunca habría sabido lo que son los amigos de verdad. Me habría pasado la mitad de la vida rodeada de mentiras, de una familia que yo pensaba que me quería y al verse afectados por mis condiciones, no quiso tener nada que ver conmigo.

Abandono del internado con la mayor naturalidad que logro reunir, después de todo, no nos permiten salir por las buenas, y la verdad, por las malas tampoco, y menos en horario de clase. Sin embargo, es en el único momento del día en el que puedo hacer esto, pues los chicos pensarán que he no he ido a clase para ir de compras y de ese modo evitaré dar explicaciones.

Llego a la residencia, hace una semana que no vengo y me sorprende ver que han cambiado el color del mostrador de la recepción, me acerco para preguntar por ella pero no me da tiempo a abrir la boca pues la secretaria se me adelanta y me señala con amabilidad el jardín.

Algunos señores me saludan abiertamente, pues soy una de las pocas jóvenes que viene a este lugar, lo cual me parece muy triste y desconsiderado por parte de nuestra generación. Este tipo de comentarios son los que nunca podría decir con Chris delante, por ejemplo, ya que se piensa que soy una descerebrada que solo tiene en la cabeza ropa y zapatos, y siempre que intento demostrarle que no es así se ríe de mí soltando alguna broma ingeniosa.

Ella está sentada sola, en un banco en el que da la sombra de un árbol repleto de pequeñas flores blancas.

-Hola- digo al tiempo que me acomodo a su lado.

-¿Tú eres la que me tiene que traer las pastillas? Ya les he dicho que me las he tomado esta mañana, no soporto que me lleven la contraria...

-No, no vengo a traerte pastillas, Maggie- mi abuela me mira desconcertada, sin comprender qué puede querer de ella una muchacha de mi edad-. Te he traído galletas de limón, como todos los miércoles...

-Mentira- niega con la cabeza varias veces-. Yo nunca he probado ninguna galleta con sabor a limonada.

-En realidad, son de limón...

-¿Vas a darme una o no?- me interrumpe y yo suelto una risilla mientras abro la caja y le alargo una de ellas. Ella la saborea como si fuera la primera vez que las toma, tal y como hace cada miércoles, y me mira desconfiadamente, tal y como hace cada miércoles.

-Pues no les noto el...

-Ya, no saben mucho a limón pero están muy ricas- me adelanto, porque siempre dice lo mismo-, y son bajas en azúcar, lo cual te viene muy bien.

DescontroladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora