Prólogo y trailer

2.4K 64 9
                                    

Los chicos seguían trabajando en silenciar las malditas alarmas del polideportivo en el que nos habíamos colado, eran las cuatro y media de la mañana y todavía, aun con todos los bares, clubes y discotecas cerradas, teníamos ganas de más. Supongo que de alguna manera sabíamos que todo aquello terminaría algún día y ese día tenía una fecha; El ocho de septiembre.

-¿Quieres callarte la boca, subnormal?- le espetó Chris a Homer mientras trataba de concentrarse en su trabajo, el cual, desde mi punto de vista, parecía juguetear con los cables del pequeño altavoz desde donde procedía el sonido, hasta que dejara de hacerlo. Sin embargo, en cuanto el terrible llanto cesó me di cuenta de que Chris servía para algo más que para molestar a los demás-.Listo- nuestros aplausos fueron inevitables y él sonrió con satisfacción.

-¿Quién tiene la botella?- preguntó Homer disimulando su vergüenza por haber intentado interponerse al éxito de Chris con la alarma.

-¡Yo!- la voz desequilibrada de Lia se oyó al otro lado de la piscina. Ninguno de nosotros se había percatado de que se hubiera alejado tantísimo de nuestro lado. Estaba sentada en el bordillo con los pies chapoteando en la superficie del agua. La luz de la luna se reflejaba en su largo pelo castaño, con aquella iluminación cualquiera la habría confundido con una sirena.

Lia era como una diosa griega. Piel y cuerpo perfecto, carácter abierto y gracioso. Ella gustaba a todos los chicos sin tal si quiera esforzarse, tenía a todo nuestro centro de menores detrás suyo y probablemente a toda la cuidad también. Era tan popular que todo el mundo sabía de ella sin que ella misma los conociese. También es cierto que gran parte de su celebridad era gracias a sus apariciones en revistas de moda y en carteles publicitarios. A pesar de estar internada en un reformatorio, como todos nosotros, las revistas le llamaban continuamente para sesiones fotográficas. Lo único que le limitaba a la hora de una sesión fotográfica era no poder salir del país.

-¿Eres estúpida o qué te pasa?- imploró Chris de mala manera-¡No seas egoísta que no es solo para ti!- yo permanecía sentada cerca de las escaleras de mármol que se hundían poco a poco en el agua. Sentía una sensación de nostalgia muy fuerte, echaba de menos algo que todavía no había perdido pero que sabía que sucedería. Lo cual me recordó a Jared, que no había dicho una sola palabra desde que saltamos la verja para entrar en el desierto polideportivo. Esperaba encontrarlo a mi lado nada más girar la cabeza pero allí no había nadie, busqué con la mirada a mi amigo y me hizo falta levantarme e inspeccionar la zona con detenimiento, forzando a mis ojos a distinguir alguna forma en la oscuridad para localizarlo en lo alto del tejado de los columpios. Aquella noche no había bebido mucho pero sentía el suelo zumbar bajo mis pies a cada paso que daba hasta el pequeño parque infantil.

-¿Quieres que suba?- decidí ser sincera porque después de todo lo ocurrido ya no sabía ni cómo mirarle a la cara. Él dibujó una sonrisa pícara en su rostro antes de mirar hacia abajo.

-La cuestión es: ¿puedes?- elevó una ceja con expresión desafiante, yo sabía de sobra lo que significaba aquello así que procedí a trepar. Primero puse el pie en un tablón de madera que no tenía ni idea de qué se suponía que era, puede que me ignorancia hacia estas cosas se debiera a que yo nunca había tenido la oportunidad de jugar en este tipo de sitios de pequeña. Soltó una sonora carcajada al verme porque pretendía escalar desde abajo a pesar de tener unas diminutas escaleras un metro a mi derecha, habría sido potencialmente más sencillo llegar hasta la mitad de la altura con la ayuda de esas escaleritas para niños deseosos de deslizar sus traseros por el tobogán, pero ese no era mi objetivo.

Quería demostrarle que podía trepar hasta arriba yo sola. Me colgué de una especie de ventana y apoye mi pie derecho en la barandilla de un puente de madera que daba acceso a la casita. Ascender resultó ser lo más sencillo, el verdadero problema era conseguir sentarme junto a mi amigo puesto que no lograba impulsarme lo suficiente como para llegar al tejado desde donde estaba-¿Necesitas ayuda, pequeña?- dios, odiaba que hiciera eso, él lo sabía y lo expresó con una cara de completa complacencia.

DescontroladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora