Cap. XIV - South Beach. Lincoln Road Mall

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En el interior del Chevrolet Cruze convertible dos sujetos encapuchados con pasamontañas negros de lycra aguardaban que ella saliera del local de Prada en el que había entrado quince minutos antes. En el lugar había movimiento, pero aún no se estaba ni cerca del horario pico del Lincoln Road Mall de Miami Beach. Un grandioso centro comercial al aire libre, compuesto por cientos de tiendas de marcas de primer nivel y un mercadillo gourmet, que se encuentra ubicado en la parte norte de South Beach. En varias oportunidades habían encendido y apagado el vehículo que se movía sobre una de las calles habilitadas para la circulación a un costado del Mall, adelantando algunos metros cada vez para sostener el contacto visual con su objetivo. Habían enrollado y subido hasta la frente los dos cobertores de tela elástica negra para no llamar la atención de algún transeúnte fisgón que pudiese pasar demasiado cerca del auto y percibir por detrás de los vidrios polarizados su forma.

Según la información recibida con anterioridad con las indicaciones precisas para el abordaje, todo debería ser muy simple, si era posible sin llamar mucho la atención y evitando lastimarla en el proceso. Después de su estadía en San Pedro a la llegada de Herz desde España, ella volvería a Miami para un evento especial en el Luxury que anunciaba su presencia desde hacía más de dos semanas. Los datos eran precisos, y hasta el momento todo se venía dando según lo planificado. Mía se movía de un local a otro con demasiada premura, en una forma de compra casi compulsiva, lo que hacía difícil anticipar sus próximos pasos. La ansiedad iba en aumento dentro del habitáculo del Cruze. No podían perderla una vez más. Esa mañana se les había esfumado en pleno centro al tomar intempestivamente un taxi sin siquiera darse cuenta de que la estaban siguiendo, y que en segundos darían el golpe final a la sujeción prevista para su entrega. Al parecer debían hacerle unas cuantas preguntas sobre la reciente muerte de un tipo en España que estaba pasando información para un trabajo de apriete y extorsión que se venía efectuando desde hacía un tiempo. De ahí la necesidad de levantarla y transportarla con urgencia al lugar establecido.

_Te digo que lo escuché al jefe hablando desde su celular en la piscina hace dos noches. Estaba muy nervioso y gritaba fuerte pidiendo explicaciones de cómo podía ser que lo hubiesen matado. Por lo que decía, lo ejecutaron de dos balazos mientras esperaba para su regreso en un departamento alquilado en Barcelona.

_Creo que además la preocupación viene por la posible conexión que podría hacer la policía española entre el muerto con las actividades que él desarrolla acá. Algo que desde siempre lo obsesiona y lo hace ser tan meticuloso en cada detalle.

_Incluso decía también que ésta mujer lo había entregado para que lo limpien allá. Son muy pocas las personas que sabían que estaba siguiendo como perro de caza a la esposa del actor.

En ese instante Mía salió por la puerta principal de la tienda de carteras y zapatos en cuero Gucci cargada con varios bolsos en ambas manos, cruzó muy cerca, por delante del Chevrolet para dirigirse a las vidrieras de la acera contraria. Aprovechando la inmejorable oportunidad que se presentaba por esa circunstancia ligada al azar, que seguramente no se repetiría una vez más, uno de los dos descendió del vehículo y la tomó por detrás. Pasó en un solo movimiento continuado el brazo desde atrás hacia el frente y por sobre el hombro, apoyando sobre su boca y nariz un paño embebido en cloroformo. De inmediato el líquido anestésico produjo los efectos deseados y ella sintió que las piernas se aflojaban para no sostenerla más en pie. Perdió el conocimiento a los pocos segundos, mientras sentía que las bolsas caían de sus manos y que alguien la cargaba tomándola por debajo de las axilas.

Cerró de un empujón la puerta, para volver a trepar en un segundo junto al conductor, mientras las ruedas ya rechinaban contra el asfalto en la tracción de la acelerada para salir cuanto antes del lugar.

Después de manejar unos 250 km desde Miami Beach el Cruze azul metalizado atravesaba ahora el emblemático Puente de las Siete Millas que permite el ingreso a Key West en el extremo suroeste de los Cayos de La Florida. Los dos brazos de cemento que lo constituyen, el tramo nuevo y a un costado el viejo, se incrustan a mar abierto desde el continente y parecen perderse sobre la superficie del océano en los casi doce kilómetros de distancia que tiene hasta llegar a la isla. Mía estaba aún inconsciente por los efectos del químico, acostada y atravesada en el asiento trasero con una manta de hilo que la cubría sobre su cuerpo.

El paisaje al cruzar cada uno de esos puentes que atraviesan Los Cayos es único. La tupida vegetación, el agua turquesa y transparente que permite visualizar la arena blanca del fondo junto al contraste con los cientos de cardúmenes multicolores es una imagen que se repite durante todo el acceso a Cayo Hueso.

Se abrió el portón de rejas corredizo y en el patio exterior de la mansión junto a la playa esperaba parado con una bata blanca, luego de su nado diario en el mar antes del amanecer, el prestamista y corredor de apuestas deportivas Dom Delaware.

Se había iniciado en el tema hacía muchos años, cuando trabajaba de camarero en Nueva York, donde empezó a frecuentar a varios corredores de apuestas que le pedían que guardara unos sobres de papel madera llenos de billetes y boletos, hasta que luego algunos clientes pasaban a retirarlos más tarde. El espacio abierto del bar en una gran franja horaria, el contacto social permanente, su gran empatía para las relaciones y la avidez por ganar mucho dinero cuanto antes, le permitieron aprender rápido los secretos del oficio. Por lo que muy pronto se familiarizó con los aspectos menos atractivos y sucios del negocio, empezando por cómo funciona realmente ese trabajo cuando de verdad se quiere hacer la diferencia.

En qué momento dejar apostar sin dinero y cobertura alguna, como captar al cliente que está perdido por el juego, a quiénes sí y a quiénes no, y fundamentalmente como asegurar después esos cobros más el interés proporcional asignado por ese riesgo que asume el que toma la apuesta...

Tarea que sin dudas requiere como requisito básico muy pocos escrúpulos y una conciencia que no se vea resentida fácilmente por el hecho de tener que infligir dolor a otros. Todo tipo de dolor que pueda necesitar la disuasión para el cobro... Esos aprietes pueden ir desde llamados telefónicos recurrentes, visitas al trabajo y al domicilio particular del deudor, amenazas a familiares, hasta llegar a gatillarles en falso sobre la frente después de algún magullón conveniente sobre el cuerpo, extirpar las uñas con tenazas, molerlos a golpes con un bate de beisbol, y en el peor de los casos la muerte. Las técnicas que había aprendido en todos esos años fueron muchas...y al parecer se seguían ajustando a la creatividad de los matones a sueldo de turno, que siempre ideaban un método aún más efectivo. De los antecedentes y trayectoria previa, era de donde sin dudas aparecían las fuentes de inspiración más inesperadas para el fin preciado de la cobranza. Así y todo, la gente seguía apostando... Un negocio redondo por donde se lo mire. Que en los últimos diez años le habían representado millones en materia de ganancia.

Mía era una de esas personas adictas a la adrenalina que genera la expectativa por el resultado, a esa necesidad de poder atender cada vez que se presenta esa sensación, ese pálpito que viene para iluminar a todo aquel que apuesta convencido de que obtendrá lo esperado.

Así se habían conocido hace muchos años, en un vínculo que difícilmente el jugador que ya está enfermo tenga posibilidad de romper a tiempo...

SIN MÁS QUE DECIR Kde žijí příběhy. Začni objevovat