Cap. II - Gran Canarias Towers

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Los veinticinco pisos de vidrios espejados del Gran Canarias Towers se podían observar desde varios kilómetros a la distancia. El edificio rompía con el paisaje de la isla. Una mole que se levantaba hasta lo alto y demostraba que el crecimiento económico no respeta muchas veces el medio que lo alberga.

La camioneta Jeep 4 x 4 se movía rápidamente por la avenida principal hacia la zona noroeste de la isla donde se encontraban las dos alas del hotel. La torre de cristal, como todos la ubican en la isla, representa la última parte de un proyecto millonario que se inició a comienzos del nuevo milenio con la llegada de nuevos inversores. André Vernet dirigía el grupo forense enviado desde Madrid y zigzagueaba al volante de la camioneta intentando poder llegar en el menor tiempo posible, lo hacía casi en forma automática, sus manos húmedas en el volante de cuero parecían apretarse aún más con cada nueva aceleración y cambio de dirección del vehículo, mientras su mirada se desviaba de la ruta por segundos en busca de algunos lugares significativos de otros días en la isla.

Desde hacía dos años conducía el departamento de homicidios y delitos complejos de la capital española. Sus antecedentes en la Interpol le dieron la posibilidad de ocupar este cargo casi sin cuestionamientos de nadie dentro de la fuerza, y siendo muy joven en relación a la mayoría de sus colegas.

Saber que sería un caso tan mediático le resultaba molesto. Estaba convencido de que la prensa en este sentido lo único que hacía era embarrar la cancha. Sentía su estómago un poco revuelto. Intentaba vaticinar en pensamientos, al mismo tiempo que manejaba la Jeep, escenarios posibles según el diálogo telefónico que le había dado los primeros detalles del homicidio.

Al girar en u para entrar al sub suelo del estacionamiento del hotel confirmó con desagrado que era peor de lo que pensaba. El ingreso principal se veía colmado de vehículos de medios locales y extranjeros.

Faltaba una hora para el mediodía.

Al salir del ascensor lo esperaba Omar Castillo junto a dos policías que controlaban el ingreso a la suite de Herz.

_ Hola Capitán. ¿Cómo está?

_Muy bien Vernet, ¿Cómo estuvo el viaje?

_Tranquilo. Salimos de Madrid una hora después de recibir la noticia.

Mientras el elevador subía a gran velocidad hasta el piso 24 en forma casi imperceptible, ellos intentaban recordar en simultáneo cuando fue la última vez que se vieron.

_Sí, es verdad, creo que fue en el Congreso de Ohio – le dijo Castillo.

En ese momento se detuvo el ascensor y las puertas brillantes de acero lustrado se abrieron. Cruzaron un pequeño hall de ingreso a la habitación y entraron.

_La cerradura de la suite está intacta, y no tiene signos de haber sido forzada- anticipó Castillo. Sin dudas el que entró lo hizo con la tarjeta de código habilitada con clave del sistema informático. La cambian en cada nueva asignación al momento del chek-in, o cuando el cliente tiene algún problema al ingresar en su habitación durante la estadía.

Vernet abrió la puerta del cuarto, y de inmediato su mirada se detuvo en Natalie. Amarrada de sus muñecas a los barrales laterales de acero de la cama, sentada sobre las almohadas y con su boca cubierta por una cinta ancha plateada que llegaba hasta la mitad de sus mejillas.

A pesar del cuadro que tenía delante de sus ojos, quedó impresionado por su belleza. Sus cabellos rubios caían a un lado de su rostro como si hubieran sido delicadamente acomodados. Su cabeza apenas pendía hacia adelante y su cuerpo estaba totalmente desnudo. En su cuello enroscada a doble vuelta y con fuerza, la cinta de su propia bata de seda negra.

SIN MÁS QUE DECIR Where stories live. Discover now