Capitulo 17: Si no sientes, no duele

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Sonríe al verla y se levanta para colocarla en una de las estanterías que decoran las paredes.

Finalmente, debajo del árbol solo quedan dos pequeños paquetitos, uno rojo y otro rosa.

-¿Y si los abrimos a la vez? -pregunta, y asiento.

-Esta vez, no te preocupes por el papel. Sinceramente, me gustaría vivir algo antes de que lleguen las próximas Navidades -bromeo, tomando el regalo.

Travis se limita a sacarme la lengua, y los dos abrimos el regalo. Me río al ver que nos hemos regalado lo mismo: un brazalete.

El suyo es de plata, con una gran M pintada, para que nunca se olvide de mi. La mía, dorada, con una T.

-Al final vamos a ser más parecidos de lo que pensaba -comento, mientras me lo coloco en la mano derecha.

-Paso, ¿parecerme a una loca? Ni de coña.

Se gana una colleja por ese comentario.

Tras un desayuno que él se dedica a preparar, (traté de ofrecerme para ayudar, pero me advirtió que no tocara ni el microondas, según él, podría hacer estallar su preciosa cocina) vuelvo a mi piso, con la esperanza de poder tener un poco de tranquilidad por una hora. Una siesta no me vendría mal.

Me doy una ducha que sirve para que me relaje, y me cambio la ropa por unos vaqueros negros ajustados, un jersey granate y unas botas. Dejo que mi pelo corto se seque al aire, apenas peinandolo.

A veces, al pasar los dedos por mis rizos, extraño cuando lo tenía largo, aunque, sin duda, ahora es mucho más cómodo.

Me pongo las gafas, decidiendo pescindir de las lentillas, y camino hacia el salón con el libro de Harry Potter y la Piedra Filosofal, con intención de leerme la saga por octava vez, pero antes de que pueda llegar a mi destino, suena la puerta.

La abro para encontrarme delante a mi vecino, con el pelo aún mojado por la ducha, y vestido de forma muy elegante.

-Maddy, lo siento, pero mi abuela me ha invitado a comer -me dice, con las manos en los bolsillos y mirandome con cierta pena.

-No te preocupes -digo con una sonrisa- Creo que yo también iré a comer con mi familia.

En cuanto la mentira escapa de mi boca me siento horrible. No le he contado a Travis que mis padres y Ashton no quieren saber nada de mi, y mentir al chico se siente realmente mal.

-Genial -dice, devolviendome la sonrisa- Pasalo bien. Te veo luego.

Tras depositar un suave beso en mi mejilla, desaparece por las escaleras. Cierro la puerta con un suspiro, con un sentimiento extraño instalandose en mi estómago.

No me detengo a analizarlo, no quiero hacerlo. He decidido dejar mis sentimientos de lado, así todo será más fácil, supongo. Si no sientes, no te duele.

Tras una mañana entera de lectura y una comida bastante solitaria, decido que quizás no sea tan mala idea ir a ver a mis padres. Quizás pensaron que no iba a querer ir, y por eso no me dijeron nada. Si, seguro es eso.

Cojo mi abrigo y salgo de casa. Tras tres autobuses, y dos transbordos de metro, llego a la conclusión de que tengo que comprarme un coche. Estar todo el tiempo usando el transporte público me limita.

Cuando me coloco delante de mi antiguo hogar, me invade la nostalgia. Con paso seguro, camino hasta la puerta y llamo al timbre. La puerta se abre, dando paso a mi madre, que parece sorprendida de verme.

-¿Madison? ¿Qué haces aquí? -pregunta.

Su tono de asombro, mezclado con otra cosa, que identifico como decepción, me envía una punzada de dolor directa al pecho, aunque aparto la sensación rápidamente.

<<Si no sientes, no duele>> Me repito a mi misma, intentando convencerme.

-Feliz Navidad a ti también, mamá -digo, esbozando una pequeña sonrisa.

La mujer parece debatir un instante entre si dejarme entrar o no, haciendo que me piquen los ojos.

<<Si no sientes, no duele>>

Finalmente, se aparta de la puerta, dejandome entrar. El calor de la casa me envuelve, y me quito el abrigo antes de entrar a la sala.

Cuando lo hago, interrumpo toda conversación. Mi padre, Ashton y su futura esposa, Lindsay, parecían muy cómodos hablando antes de que entrara, y me siento una extraña en mi propia casa.

-Feliz Navidad -digo, con una media sonrisa.

Ashton me mira, impasible desde su asiento, y vuelve la mirada hacia la mesa, que parece muy interesante.

-¿Madison? -pregunta mi padre, igual de atónito que mi madre antes.

-¿Tan raro resulta verme? -pregunto con una ceja alzada.

Se calla, y al instante se que su respuesta sería afirmativa.

-Cariño, ven, sientate, estabamos hablando de la boda -dice mi madre, visiblemente incómoda.

¿Por qué? ¿Por qué es como si no me quisieran aquí? Soy su hija.

-Quizás no debería -comenta Ashton, con la voz fría- De todas formas, no está invitada.

Mis padres están a punto de regañarlo, pero las palabras parecen quedarse atragantadas en sus gargantas. Miro a mi hermano, sin dejarle ver ninguna emoción, aunque por dentro estoy bastante conmocionada con la noticia; este me devuelve la mirada por apenas unos segundos. Lindsay se dedica a intentar disimular una sonrisa triunfante, aunque no lo consigue del todo.

-Si, quizás tienes razón. Siento haber interrumpido la reunión familiar. -digo, y me despido con una sonrisa, para después salir de allí.

Nadie intenta detenerme, aunque tampoco lo esperaba. Tampoco paso por alto que nadie me deseó Feliz Navidad de vuelta.

De vuelta a casa, deshaciendo el camino que me costó más de una hora, me siento vacía, e intento distraer mi mente con cualquier cosa, con tal de no pensar en lo ocurrido.

-Si no sientes, no duele -me murmuro a mi misma, lo que provoca que la mujer que se sienta a mi lado en el bus me mire raro y se cambie de sitio.

Suspiro, no tiene caso pretender que no estoy loca. Es posible que lo esté, tampoco tengo mucho interés en hacer algo al respecto.

Cuando las puertas del ascensor se abren, llego a tiempo para ver a un hombre con un traje de cartero y un paquete en las manos llamar a timbre.

Le digo que yo vivo ahí y él me hace firmar unos papeles; después, me entrega la caja.

Camino dentro de mi pequeño hogar, que por primera vez me resulta solitario. La verdad, extraño a Pali viviendo aquí. Seguramente ahora estaría sentada en el sofá, comiendo palomitas mientras ve una serie. Probablemente eso es lo que esté haciendo ahora, en casa de Anna.

Disipo los pensamientos con un ligero movimiento y dejo la caja sobre la encimera de la cocina. Al abrirla, me encuentro otra mucho más elegante que la anterior, blanca, con un lazo plateado rodeandola.

La abro con cuidado, temiendo estropear lo que sea que hay dentro, que seguramente será caro.

El vestido azul que me probé en la tienda cuando fui a comprar los vestidos de dama de honor parece reirse de mi desde su posición.

El paquete no lleva tarjeta, pero no me hace falta para saber quién lo ha enviado.

Sin pensarlo demasiado, saco mi telefono y marco un número que me se de memoria.

-¿Si? -la voz de mi antigua mejor amiga hace que se me encoja el corazón-¿Maddy?

-¿P-puedes venir? -susurro, y lo repito por temor a que no lo haya oido.

-Dame diez minutos.

Cuelga, y yo me quedo en medio de la sala, sin saber muy bien qué hacer.

Cuando Anna aparece en el apartamento unos minutos después, mis músculos reaccionan por sí solos, y corro hacia ella, atrapandola en un abrazo.

Y poco después, lágrimas que no sabía que estaba conteniendo empiezan a resbalar por mis mejillas.

<<A la mierda, esto duele. Duele mucho>>

Cuando El Otoño LlegaWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu