Capítulo 14

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Hace unos días intenté seguir con la novela. Me obsesiona pensar que si no logro superar este bloqueo nunca terminaré nada, seguramente ni siquiera volveré a escribir. Sé que las palabras están ahí afuera: palabras con manos que me acechan con ecos de vetusta ternura, palabras que destrozan el silencio como si fuera una pared. Palabras que son huecos llenos de gritos y que resuenan como una alarma en un callejón peligroso. Palabras que bailan en la boca del mundo, que se alimentan de relojes, que bailan en el alfeizar de mi locura. Palabras que se escriben como si fuera una vela a punto de apagarse, con vocación de escombro, árbol de vidrio y paraíso perdido. Pero no conseguí nada, solo el silencio de la página en blanco.

Ahora estoy en la cama, enfermo, con fiebre, incapaz de dormir. Llevo ya tres días así. Ni siquiera puedo comer, me entran náuseas y lo vomito todo. Hoy está siendo la peor noche, me siento como si estuviera desplomado sobre mí mismo, el cerebro con la textura de la gelatina rancia. Alicia, el fantasma de mi trabajo, habla con Kirk entre susurros. A veces entra en mi habitación, mira debajo de la cama y se sienta a mi lado. Me cuenta historias. Me habla de su familia. De la Guerra Civil. De un Madrid asediado por el hambre y los franquistas. Me habla de su único amor, Carmen, y cómo se escapaba de su casa para pasar la noche con ella. Me habla de los bombardeos continuos, de su huida al final de la guerra a Francia. De cómo murieron todos cuando ella solo tenía diecisiete años. Ha pasado demasiado tiempo, le intento decir que su venganza ha perdido sentido. Pero ella mira por internet, busca apellidos, periódicos, algo que le ayude a encontrar a los asesinos de su familia, pero sobre todo de Carmen. El amor, el odio, la venganza, motores de nuestra vida.

Los antibióticos no funcionan, no bajan la fiebre, sus relatos se confunden con un extraño duermevela de sueños confusos, deslavazados. A veces me despierto temblando de frío y no hay nadie a mi lado, pero tengo la sensación de haber hablado durante horas. Intento levantarme, pero estoy tan débil que no consigo salir de la habitación. El cuello me palpita como si hubiera algo dentro de mí, consumiéndome, pujando por salir. Pienso en la muerte, en su corazón de espejos. No me preocupa. Séneca tenía razón. Pienso también en Tamara, en las relaciones humanas. Siempre hay un desequilibrio de necesidades y sentimientos. Siempre hay que elegir entre el amor o el poema. Y la intimidad, ese dado trucado que gira ante el cristal roto, suele terminar rindiéndose ante el silencio.

Sueño con ella, con sus salvajes ojos azules, un sueño erótico en el que nada importa, solo follarme sus imperfecciones. Mis dedos de pianista recorren el vórtice de sus caderas, desbrozando su ropa interior. Lujuria. Desesperación. Intenso someterla, desollarme en sus labios. Calor. Sudor. Flujos mezclándose, descendiendo por sus muslos. Caricias llenas de cínico romanticismo que glorifican el altar hedonista de su carne. Subir y lamer su cuello, Abrir su coño con embestidas rítmicas, rígidas, sexo tierno y brutal. Mordiscos a ras de hueso, orgasmo eviterno, aullido vertical. Mis manos apretando su cuello, lubricando una mezcla espuria de lenguaje obsceno y poesía gastada. Me rodea con sus piernas, usa las uñas. Intento sujetar su violencia. La cama hace demasiado ruido. Todo gira. La sed continúa. Las sinapsis crepitan, pavesas de lujuria cegando nuestros ojos. Quiero llenarla pero es un océano ilimitado. Sudor. Oscuridad. Calor. Amor. Odio. Dolor. Colisión. El aire vibra con destellos de riesgo. Nuestra carne humea incandescente, se funde en un perfecto y jodido milagro, en un puto guiño a los dioses paganos. Noto sus contracciones en mi polla, como una bomba atómica explotando en el desierto. Las paredes se arrugan ante el terremoto de emociones. Sus ojos, carámbanos de hielo, se abren como el escote de una nube espasmódica. El orgasmo ilumina la escena, amor blanco vertiendo encrucijadas genéticas en su interior. Nos separamos. Suspira débilmente. Al rato me acoge en un abrazo lleno de posdatas, mientras el vértigo, como una vieja enredadera, lame cada centímetro de nuestra piel. Tu coño era mi hogar. Abría tus cicatrices y las dejaba gotear sobre mis ojos abiertos, como un dulce profeta del fracaso. Pero te convertiste en una muñeca de nieve y ceniza, y me abandonaste como a un par de zapatos viejos: sin ningún pudor.

Kirk me despierta para tomar los antibióticos, pero la fiebre sigue alimentándose de la herida de mi cuerpo. Más sueños: Sherlock aparece y me indica que el truco es una solución al 7% de cocaína. Que la misoginia es la actitud más lógica para el veleidoso comportamiento de las mujeres. Le menciono a Irene Adler y se queda callado. Alguien recita: "Yo soy un sueño, un imposible, vano fantasma de niebla y luz, soy incorpórea, soy intangible. No puedo amarte." –y quiero responder: "¡Oh ven, ven tú!". Pero sé que no debo. Luego solo quedan fetiches, muescas en el tiempo, una falda airada con vocación de portazo. La estela blanca en el cielo, la sombra desnuda en las sabanas, el salitre manchando las mejillas, el otoño, los alisios, postales con sabor a Satie, Pessoa y la saudade.

Chinaski se bebe mi vino y grita: "Todos mis poemas eran falsos, los escritores son los mayores mentirosos que existen. La inmortalidad está sobrevalorada, lo esencial es transmitir un paisaje emocional que haga huir a los gusanos hambrientos del cerebro embrutecido del lector" Fiebre. Alicia me trae un caldo, pero las náuseas me impiden beberlo. Me susurra que el cambio será rápido, que resista. Me pone toallas húmedas en la cabeza, pero cuando se va las tiro al suelo. Huesos hundiéndose como piedras. Camisa de fuerza de carne. Marcas de muerte abriéndose al rojo oscuro por mi piel. Quiero escapar, pero ni siquiera puedo levantarme de la cama. Tengo la sensación de estar muriéndome. Ellos también lo saben. Pierdo de nuevo la consciencia. Esta vez no sueño con nadie, solo existe la negrura de un abismo inescrutable. Dejo ahí mi disfraz de humano y abrazo el silencio.

Memorias de un decadenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora