Capítulo 1

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Los diarios en primera persona son una trampa para indolentes. La forma más vulgar de contar una historia. Pero hay que desahogarse de alguna manera. Hay que contar las cosas, reducirlas a un conjunto de frases, de conceptos, de adjetivos calificativos que te permitan comprender esa falla oscura de ti mismo que cierra los ojos ante el vértigo de la cornisa. Escribir es huir, pero también vivir dos veces y corregir los matices. Vamos, adelante, es hora de comenzar la venganza de los malditos.

Para crear un contexto empecemos por mi precaria situación sentimental: a pesar de los meses que han pasado todavía me cuesta aceptar que ella no va a volver. Seguramente ya estará con otro, de rodillas, inclinándose, meciendo su polla en la boca. Haciéndole feliz. Las mujeres son seres terribles, su coño es una metáfora física de su forma de ser, adaptándose a cada nueva caricia con naturalidad y regocijo, sin secuelas visibles. Un día eres el centro de su vida, al siguiente eres solo un guiñapo, un escupitajo derritiéndose al sol, un decadente sin brillo. Ya, ya lo sé, los hombres hacemos lo mismo, pero estoy dolido, dejadme ser la víctima un par de párrafos más, fingid un poco de solidaridad. Hablar de dolor y de soledad resulta sencillo cuando escribes. Estás escapando. Estás huyendo. Parece increíble la forma en que algunas personas te arrancan de su vida, sin una lágrima, sin un suspiro, sin un gesto de duda. Toman la decisión y al instante siguiente ya eres historia. Bruscamente, golpe seco, como en un accidente de coche, la inercia lanzándote a través del parabrisas y fundido en negro. En esta casa ahora solo hay silencio, y eso me destroza, acepto mejor las cosas si soy capaz de verbalizarlas una y otra vez.

Podría hablar de política, pero vivo en España, quizás me condenen a un año y medio de cárcel, como al poeta Aitor Cuervo. Las cosas no van bien, y el futuro parece peor, todas las encuestas indican que Alberto Riveira será el próximo Presidente de Gobierno. Es triste compararnos con Francia, ellos se están manifestando, plantando cara al gobierno y a su nueva reforma laboral, mientras nosotros manifestamos unas tragaderas y una falta de intereses político tremendos. Quizás el problema es que no entendemos ni valoramos lo que es una democracia, y por eso ni siquiera sabemos defender nuestros intereses. Supongo que influye también la falta de estabilidad laboral, vivir al día, sobreviviendo. Nos estamos convirtiendo en seres cada vez más serviles y estúpidos. Todo para nada, para que luego te despidan con cincuenta años y con la única posibilidad de hacer cola al día siguiente en un comedor social.

Quizás no debería escribir de forma tan decadente, pero me siento como un pez flotando panza arriba en el acuario, incapaz de hacer vida social, de buscar afinidades con mis compañeros de trabajo. Prefiero quedarme solo en casa, escuchando música, silbando a la luna y riéndome de su reflejo en el mar de cristal de mi botella. Pero volvamos a la inquietante náusea existencial actual. Debería de irme de putas. Vivir alguna nueva experiencia. Huir de esa soledad de extrarradio. Me imagino acercándome a una de Montera, el diálogo estúpido pero necesario. Subir las escaleras del hostal cercano. Entrar en la habitación inundada por el color amarillento de las sábanas y el aliento rancio del sexo estancado. Vivir la antítesis del romanticismo en su forma de desnudarse, en observar tan de cerca su cuerpo devastado, su aburrida forma de abrirse de piernas, su maquillaje desleal, su mirada huidiza, sus gemidos como relojes de metal fluorescente. Correrme y huir. Y escribir sobre ello. Bah. No tiene sentido, somos gatos luchando dentro de un cubo de basura.

Saco un par de cervezas de la nevera y enciendo el ordenador. Miro un par de páginas pornográficas e intento masturbarme. Pero no puedo, todo es demasiado tosco, como estar tumbado en el sillón, cansado tras un largo día de trabajo, delante del televisor, sin ser consciente totalmente de lo que estás viendo, solo bloques de publicidad que interrumpen los gritos de un reality. No tienes energía, ni capacidad de resistencia, y sigues ahí, con los ojos fijos en la pantalla, pudriéndote lentamente. Apago el ordenador y sigo bebiendo en la oscuridad. Pienso en mi ex, en aquel día inigualable que llegué a casa y me recibió con ese conjunto de lencería roja. Oh, sí, no debería pero... estaba tan maravillosa, tan deseable, la ambrosía de su coño resplandeciendo entre mis dedos, sus piernas alzándose en una postura imposible. Sé que es un error pero no puedo evitarlo. El placer me inunda durante unos minutos hasta que llega el puto estertor, la bendita convulsión. Y durante unos segundos soy un copo de nieve único y resplandeciente lleno de comunión espiritual con el mundo.


Memorias de un decadenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora