Capítulo 9

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Tener un hijo es demasiado sencillo, está al alcance de cualquier tarado, unos minutos de placer y a los nueve meses ya somos uno más: has creado vida, tienes un legado. Y muchas veces ni siquiera somos totalmente conscientes de haber tomado esa decisión, tenemos demasiados resortes evolutivos que nos impulsan a ello. El más conocido es el llamado "reloj biológico" de las mujeres, que despierta a los veinticinco años y que a los treinta ya es demasiado ruidoso para poder soportarlo. Incluso la sociedad, en mayor o menor medida, presiona para que formes una familia, para que edifiques tu vida en torno a los hijos. Según Schopenhauer el amor es simplemente una coartada de la Naturaleza para mezclar los genes de una forma adecuada; partiendo de la premisa de que la razón última de nuestra existencia es reproducirnos, lo que está claro es que nuestra felicidad o afinidad como pareja es secundaria, de ahí que la mayoría de las parejas no se aguanten cuando el efecto de la dopamina y la oxitocina desaparece. Lo malo es que el niño sigue existiendo, y hay que encargarse de él.

Siempre he pensado que tendríamos que otorgar carnets de padres, es decir, un permiso del Estado para poder reproducirnos. Deberían de poner en el agua algún tipo de anticonceptivo, y en caso de que alguien tuviera la necesidad de formar una familia, tendría que acudir a un comité especializado para revisar su caso. Algo serio, exhaustivo: ¿Tiene usted recursos económicos suficientes? ¿Cuánto tiempo lleva con su pareja, se conocen, han convivido, en caso de separación se comprometen a no utilizar a su hijo como arma arrojadiza y a intentar mantener un statu quo decente? ¿Le interesa la política? ¿Es feminista? ¿Es vegetariano? ¿Por qué? ¿Qué considera que es lo más importante en la educación de su hijo, el tiempo que pase con sus padres o el número de actividades extraescolares? Sus respuestas servirían para verificar, en mayor o menor medida, si esa persona es consciente de la responsabilidad que implica y también su capacidad para ayudar al niño a alcanzar su potencial. Si la gente prefiriera escribir un libro a tener hijos el mundo sería un lugar mejor y no tendría ideas tan distópicas.

Lo del libro es interesante, pensad que es lo más parecido a tener un hijo intelectual. Algunos diréis que hay libros peligrosos, que la literatura no es inocente. No estoy de acuerdo, un libro es como un arma, el uso depende solo de ti. Puedes pensar que la Biblia es basura panfletaria de una secta dañina y peligrosa, o te la puedes tomar como un libro de cuentos y fábulas bastante divertido. Lo bueno de escribir un libro es que cualquiera puede hacerlo, todos tenemos una historia potencial en nuestro interior. Solo es cuestión de escribirla, y para eso no hace falta talento, de hecho siempre he creído que el talento está sobrevalorado. Lo que necesitamos es tiempo y energía. Esfuerzo y obsesión. Algunos se preocupan mucho por buscar una idea original, algo nuevo y diferente que les permita escribir el próximo best-seller, aunque eso implique escribir de vampiros luminosos o dominantes maltratadores. Yo creo que la idea es una excusa para que el escritor hable de sí mismo, de su historia, de algo que necesita sacar al exterior. O quizás soy un iluso y solo estoy diciendo chorradas.

Toda esta reflexión viene a cuento de que por fin me han dado el alta. Después de todo el desastre de Alberto y Ana me hospitalizaron y la policía vino varias veces a tomarme declaración. Había muchos intereses para mantener todo esto es silencio y Ana firmó un acuerdo de confidencialidad con la familia. Un abogado también vino a verme a mí con un cheque en la mano. Lo acepté, a fin de cuentas, por mucho que intentaran taparlo, algunos medios ya se habían hecho eco de los detalles de su muerte y CiudaGramos, el partido político del que Riveira era candidato, se estaba hundiendo en las encuestas. Por otro lado los médicos estaban muy emocionados conmigo: decían que era la recuperación más milagrosa que habían visto en el hospital, mis recuentos de plaquetas estaban diez veces por encima de la media. Querían que me quedase más tiempo para hacerme más pruebas médicas, intentar averiguar por qué mi cuerpo se curaba tan deprisa de una herida de bala y una conmoción cerebral. Pero ya estaba harto de estar allí, todo el día tumbado escuchando las telenovelas que mi compañera de habitación, una sexagenaria con problemas de libido, ponía a todas horas. Había intentado distraerme releyendo algunas obras de Bukowski, la última "Factótum", pero el viejo decadente me aburría demasiado, ya le había superado. Aun así agradecía en silencio todos los buenos momentos que me había brindado en la adolescencia –y también mucho después. Ahora estaba flipado con Murakami, "1Q48" un libro maravilloso, fascinante, y ansiaba volver a casa para volcar algunas ideas en mi novela.

Pero ahora aquí, en mi casa, en silencio, delante del ordenador, con el cursor del ratón parpadeando, el archivo Word abierto, una esquina marcando la página noventa y tres... nada. Toda la presunta energía e inspiración se ha diluido. Igual que cuando estaba en la universidad –hice dos años de la carrera de filosofía luego lo dejé, ¿estamos percibiendo aquí una constante en mi vida?-, y justo cuando tenía un examen, en vez de estudiar me dedicaba a cualquier otra cosa. Todo me parecía atractivo menos lo que, en teoría, tenía que hacer.

Apago el ordenador y me tumbo en la cama. Llueve. Kirk ronronea en una estantería, a él también le gusta el sonido de la lluvia. Estoy a punto de dormirme cuando suena el móvil. Miro la pantalla: Manolo. Dejo que suene durante un rato hasta que la llamada se corta. Ahora no tengo ganas de hablar con él, quizás mañana. Seguro que quiere, como ya hizo en el hospital, revisar todos los detalles de nuestra heroica acción. Tal vez ahora esté con todos sus amigos, allí en Benacazón, hablando de ello, enseñando los recortes de periódico de la noticia. Sonrió al recordarles. Debería devolverles la visita alguna vez, salir de Madrid durante unos días. Aquí me siento asfixiado, atontado. Intento dejar de pensar pero no puedo. Me he desvelado. Cojo el móvil y jugueteo con él. Sé que no debo hacerlo pero abro la cuenta de Twitter de Tamara. Ya lo decía Bukowski: el amor es un perro del infierno. Sigue con ese grupo de radicales feministas, yendo a manifestaciones con camisetas tipo "machete al machote" "ante la duda tú la viuda". Tengo que devolverle algunos libros, es el último fleco de nuestra relación, la última excusa para volver a verla. En algunas fotos sale con otra chica en actitud muy cariñosa, seguramente hizo caso a su propio consejo y prefiere de momento no tener nada que ver con hombres. Suspiro. Le envió un mensaje privado y apago el móvil. Me quedo pensando mirando al techo, escuchando la lluvia. Va a ser una noche larga.

Memorias de un decadenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora