Prólogo.

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Todos estamos acostumbrados a creer que no existe nada más fuera de nuestro mundo físico y nuestras posibilidades humanas. Personas, animales, plantas. Eso es lo que cubre nuestro ángulo de visión, todo lo demás es mito, leyenda, fantasías y ficción.

Por supuesto, el ser humano necesita, desesperadamente, creer en algo para refugiarse en sus momentos de crisis. Y vaya que se han refugiado en diferentes, miles, de cosas durante los siglos.

Al inicio del milenio, Dios y el Diablo hicieron una apuesta, ¿Quién dominaría el mundo al cierre de una era? ¿Quién tendría mayor cantidad de almas en su reino?

Cualquier adultero, asesino, mentiroso, blasfemo y ladrón iría derecho por la rampa al infierno, mientras que aquellos que sean todo lo contrario, serían elevados a la gloria eterna... Bueno, eterna hasta que su alma renazca.

Ese es mi trabajo, este milenio, proteger los intereses de mi Padre.

Día y noche, sin descanso, cambio o reafirmo los pensamientos de bondad y amor en los humanos. La humildad, caridad, sinceridad y altruismo son cualidades tan escasas en la raza humana, pero tan necesarias.

Ser completamente incorporea a los ojos mortales es, definitivamente, una de las mejores cualidades que podría tener en esta época tan... extravagante, y científica, en la me tocó rondar la tierra. No es que alguno de los humanos pudieran levantar la cabeza de las pequeñas pantallitas en sus manos para darse cuenta de algo, de cualquier cosa, pero aún así. Seguro un par de alas blancas como la nieve me harían, sin dudas, el blanco de su atención por, digamos, quince segundos antes de que regresen a su vida cotidiana.

Tres reglas:

No los toques.

No te dejes descubrir.

No toques, ni te dejes tocar, por un demonio.

Así como fui enviada a la tierra a redimir almas, hay un demonio enviado para exactamente la misma, y contraria, labor. Astaroth. Que comience el juego.

La Apuesta.Where stories live. Discover now