16-La montaña

178 21 0
                                    

09:27 a9 de junio de 2018 

Rusakovo, Koriak, Rusia

Ya llevábamos un rato caminando cuando, de improviso, escuchamos un teléfono. Sin perder tiempo, seguimos el sonido y atendí la llamada.

—Veo que se tomaron un descanso antes de venir —dijo la voz al otro lado de la línea—. El camino hacia este refugio es bastante complicado.

—¿Hay muchos infectados?

—Para nada, les es imposible subir por la montaña.

—Una montaña no podrá detenernos con tanta facilidad —sonreí confiado.

—Créeme, subirla es fácil, sobrevivir a lo que oculta es otra historia.

—Eso ya lo veremos —gruñí antes de colgar el teléfono.


11:51 a9 de junio de 2018

Rusakovo, Koriak, Rusia

—¿Podemos parar? No aguanto más —resopló Rich, tirándose al suelo.

—Vamos, hay que llegar a algún lugar para refugiarnos o moriremos congelados —gruñó JDM, extendiéndole la mano.

—Estamos a un kilómetro del refugio, ya falta poco —los animé, a la vez que seguía avanzando contra la ventisca.

—¿Qué demonios es eso? —inquirió Rich.

—No es momento para buscar excusas, hay que continuar —dije frunciendo el ceño.

—Oh, mierda, creo que no es una excusa —balbuceó Fran, señalando una silueta que se movía entre montones de nieve.

De repente, noté como la silueta se acercaba a nosotros por un costado. Actuando por instinto, le quité el seguro a mi Desert Eagle. Ricardo y Fran hicieron lo mismo, a la vez que Rich se colocaba frente a Robert para protegerlo. Este último no paraba de forcejear con sus ataduras, mientras miraba a su alrededor con desesperación. Intenté apuntar, no obstante, esa cosa se movía tan rápido que apenas podía verse. Vacié el cargador sin acertar ningún disparo, y pude ver cómo se dirigía hacia el cuerpo de Robert. 

Afortunadamente, JDM pudo acertar un disparo, haciendo así que la sangre de aquella criatura manchara la nieve de rojo. Esta, herida, se vio obligada a reducir su velocidad de movimiento. A simple vista distinguí que se trataba de un Leopardo de las nieves. Al parecer no estaba infectado, pero sí hambriento. Soltó un gruñido desesperado, y todos permanecimos en silencio para ver qué intentaría. Se agazapó a una distancia prudencial de nosotros, a su vez, observábamos atentamente sus movimientos. La bala le había traspasado limpiamente el muslo derecho, por lo cual la criatura sangraba profusamente. Intercambié miradas con mis compañeros y noté que, al igual que yo, nadie quería matarlo. 

El Leopardo soltó otro gruñido de dolor y, acto seguido, se fue cojeando por donde había venido. No pude evitar que se me escapara un suspiro de alivio, había estado conteniendo la respiración sin darme cuenta desde antes.  Inmediatamente me acerqué a mis compañeros.

El Elemento de la Destrucción (En reedición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora