—Están locos los dos —susurré tras suspirar—. No quiero que me incluyan en todo esto.

—¿Entonces? —se interesó mi compañera.

Después de meditar las extrañas circunstancias, me eché de espaldas sobre la cama y pasé varios minutos con la vista clavada en el techo. La luz del día comenzó a apagarse paulatinamente mientras yo deambulaba por los oscuros y retorcidos pasillos de mi imaginación. Aunque lo intenté con todas mis fuerzas, no pude alejar de mi pensamiento el raciocinio de que aquella visita estaba ligada al asunto de la biblioteca. Pero no se lo dije a Siloh. No quería que se preocupara por mí.

Me hice a la idea —traté— de que Nash no se molestaría en tomar aprecio de mí si estaba en problemas con su expareja, o lo que fuera que fuese Cristin de él. Fingiendo indiferencia delante de mi mejor amiga, me vi envuelta hasta el cuello en remordimientos.

—Tal vez es mejor que le cuente a mi madre —dije. Miré a Siloh por fin y negué con la cabeza antes de agregar—: O hablar con Clarisa primero...

—Ni lo pienses —comentó Siloh—. Esto... ¿qué relación tiene con Nash, de cualquier modo?

Yo no tenía idea. Suspiré varias veces mientras cavilaba cómo decirle a mi madre que una persona de mi pasado quería revolver brasas en mi estómago. También me plateé la idea de decirle al decano sobre la visita de Cristin. Pero, por desgracia, mi currículo frente a él no era muy conciliador ni creíble.

La única probabilidad certera que poseía, era que los cuchicheos de Nash habían sido ciertos: Cristin se traía algo entre manos. Y, aquella tarde, me había dejado en ascuas: me fue imposible no preguntarme por qué motivo Nash seguía atribuyéndose la culpa sobre la fotografía. Acabé suponiendo que, de alguna manera, había sido su forma de mantenerme a raya en su vida.

El timbre de mi celular me sacó un respingo. La mirada de Siloh se clavó sobre mí, airada. Pasados unos minutos, luego de acabar de acomodar mis útiles lo bastante lejos de mí —en la mesa de estudio que se encontraba junto a la cama de Siloh—, por fin me atreví a leer el texto que me había llegado.

Era de un número desconocido, con la imagen de mi foto. Cuando entendí que era Cristin, me limité a observar la que antes había sido la manera más contundente de atraparme. En esta ocasión, cerré el mensaje, abandoné el teléfono en la mesa de noche y continué con mis tareas.

*

Encontré el ejemplar de Los Miserables escondido en uno de mis cajones de la cómoda, hundido debajo de tomos pesados de psicología. Shon se aproximó a mí, agachándose lo suficiente como para examinar el lomo del libro. Yo me encontraba sentada en el suelo tratando de encontrar un antiguo ensayo que le había valido a Clarisa como pretexto para clavarme con más trabajo innecesario.

Según ella, mi personalidad era demasiado desprendida, pero ahora entendía que sus intenciones habían estado lejos de lo profesional.

—¿Estás segura de que no sabes qué relación hay entre Nash y Clarisa? —le pregunté a Shon, que parpadeó varias veces.

Negó con la cabeza mucho tiempo después, como si quisiera ignorar su propia consciencia.

—Nash no es la persona más comunicativa del mundo, en realidad —se excusó—, pero, ¿por qué quieres encontrar algo tan viejo?, ¿eh?

—Sé que en ese ensayo Clarisa me pidió que narrara mis recuerdos más remotos sobre mi familia. Cuando mi padre vivía aún —dije, al volver a meter un par de engargolados en el interior del cajón.

Repasé las tapas de la historia de Víctor Hugo con las yemas de los dedos para estudiar su textura. Era una muestra fortuita, el libro, de que una parte de mi raciocinio se negaba a dejar tranquila esa etapa de mi vida en la que yacían culpas más tangibles y turbias.

Nasty (A la venta en Amazon)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum