Cap 4. El descanso del guerrero

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Era una maldita insolente y descarada, eso es lo que era aquella niñata. El libro se lo había mandado para restregarle por la cara que tenía razón y que lo sabía. Seguro que lo estaba pasando en grande mirándole y pensando que la verdad absoluta estaba siempre de su parte.

Lo peor de todo, es que había tenido las suficientes agallas para aguantarle la mirada por unos momentos, hasta que se apresuró a desviarla a algo que le estaba enseñando el zanahorio de su amigo. Se sintió tentado de acercarse a la mesa de Gryffindor y tirarle el libro a la cara. Pero tampoco quería humillarla delante de todo el alumnado y de los profesores. Tampoco era tan cabrón ¿o sí? De todas formas aquello hubiera despertado la curiosidad de todos y la noticia que el profesor Snape tenía un libro muggle de amor en su poder, correría como la pólvora por todo el castillo... y tenía una imagen de murciélago bastardo que mantener.

Además, ya que había vuelto a su poder, aprovecharía para leerlo. Más tarde pensaría la manera de hacerle pasar un mal rato a la impertinente de Granger. Pensando en su próximo castigo, tendría algo con lo que entretenerse esas noches de largo insomnio hasta que llegara el próximo sábado y la tuviera otra vez a su merced.

Severus salió del comedor bordeando la mesa de Gryffindor, cuando pasó a la altura de aquella infame y dejó escapar de sus labios un gutural gruñido.

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Era un domingo maravilloso y nadie podía estropearlo. Hermione desayunaba plácidamente en compañía de sus amigos en el gran comedor.

-¿Qué vais hacer hoy? - preguntó Hermione mientras saboreaba un delicioso zumo de calabaza.- Podríamos hacer algo juntos, ya que ayer me perdí el té en casa de Hagrid

-Ahora tenemos entrenamiento de Quidditch.- dijo Harry pensativo- Pero esta tarde podríamos ir a Hogsmeade a dar una vuelta y quizás tomarnos unas cervezas de mantequilla...

Ron, Ginny y Hermione recibieron la idea con gran entusiasmo, que pronto se vio ensombrecido por la bandada de lechuzas que traían el correo. En ese mismo momento, Hermione se arrepintió de algo que había hecho aquella mañana temprano y no sabía muy bien porqué. Ahora sentía ganas de esconderse bajo la mesa. El gran pecado de Hermione era la soberbia. Hermione se llenaba de satisfacción cuándo sentía cuando llevaba la razón en algo, dando igual el qué. Miró al profesor Snape que tenía ya cara de malas pulgas esa mañana y formaba un cerco de mala onda a su alrededor. Cualquiera diría que le habían echado en el café una poción para la amargura.

Entonces reconoció a la lechuza gris del colegio y el paquete que ella misma había atado aquella mañana en su pata.

Se arrepintió.

Y mucho.

Fue una mala idea.

La peor que tuviera en su vida, pero no había podido evitarlo. Ya no podía hacer nada para remediarlo, el profesor tenía ya el libro entre sus manos. Su cara era un poema, estaba enfadado, muy enfadado, verdaderamente enfadado...

Sus ojos colisionaron con la fuerza de dos trenes que van por el mismo carril y chocan de frente... Hermione le aguantó la mirada desafiante, una cosa era tener miedo y otra es hacérselo notar. Sintió una gran alegría cuando Ron rompió aquel duelo de miradas, demandando su atención.

-¡Mira Hermione lo que me han mandado los gemelos!- exclamó Ron lleno de felicidad.

-¿No será lo que yo pienso?- preguntó con un tono de desaprobación. Ron era prefecto y no debía ir jugando con aquellas chorradas, su obligación era predicar con el ejemplo.

No te acerques tanto a mí. (Sevmione)Where stories live. Discover now