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 Olía a vainilla. Pero no a vainilla pesada que se te pegaba a la ropa y no te deshacías de ella en días, no. Era ese tipo de vainilla que podrías pasarte el día oliendo sin cansarte de ella. 

Fueron unos segundos los que Bash pudo oler su perfume pero esos segundos hacían su día, eran el momento en el que la chica estaba más cerca de él.

Caminó lentamente hasta la puerta con sus manos escondidas en su chaqueta y la cartera, casi más grande que ella, a las espaldas.

—¡Adiós, Sky! —Gritó la camarera que había detrás de la barra y la chica sonrió tímidamente. A Bash se le paró el corazón cuando vio los hoyuelos que se le formaron en las mejillas.

Se llamaba Sky, su Sky.


13.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora