Capítulo 33

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Hay días en los cuales, no entiendo ni siquiera porqué debo despertar. Todos los días me parecen iguales, con pequeños matices que diferencian unos de otros, pero al fin y al cabo, los días van pasando. Y cada semana que llega a su fin es una semana más de desconexión del mundo en general. Y es que desde que llegué aquí, siento que he desconectado de mi vida por completo, tal vez hubiera algunos puntos de mi pasado que quisiera olvidar, pero no puedo parar de recordar cómo era todo cuando llegué aquí.

Todos los días eran detestables, mi vida en casa era mi propio infierno, sentía que no podía caer más bajo, pero siempre puedes caer más bajo, varios metros por debajo del suelo, la cuestión reside en saber salir de éstos hoyos. No envidio nada de mi antigua vida, pero el presente no me es mucho mejor. Han pasado tantos días que ya no recuerdo mis últimos castigos, tampoco recuerdo la rabia, hay momentos en los que me siento a punto de estallar, de decir basta, de parar de fingir y aparentar, pero sólo entonces, cuando siento que estoy en mis límites y que ya no puedo retroceder, me calmo. Se ilumina alguna voz en mi cabeza que me dice que esté tranquila, que lo haga por mi propio bien.

No sé cuándo comencé a perder la cordura, no sé cuándo me dejé dominar por la rabia, pero en aquellos odiosos días, nublados por velos de sangre cada vez que sentía mis venas arder eran terribles. Toda yo era un monstruo, alguien a quien todo el mundo temía. Ahora he llegado a un punto muerto, en el que me siento aislada del mundo exterior, en el cual he dejado de sentir que fuera de éstas miles de paredes en éste impersonal mundo hay algo que solía llamarse libertad. ¡Qué increíble me parece ahora poder ir a lugares a mi antojo! Ya no recuerdo la última vez que salí a la calle, sin motivo aparente, sólo por el hecho de salir de mi casa, de salir del colegio, de perderme entre calles.

Las noches, frías, plagadas de soledad, no son mucho mejores que los días en los cuales no sé cuándo comienzan y en qué momento terminan. Aún recuerdo mi llegada aquí, venía dispuesta a dejar claro quién era, cómo me llama, me juré que sabrían mi nombre, pero cuando conocí lo que eran los castigos, me acobardí, me hundí en mi mísero mundo. Desde entonces, no he salido de allí.

Hoy estoy a sábado, bueno, al menos creo que estoy a fin de semana, no lo sé. Una vez termino con los horarios de las clases, dejo de saber qué hora es. A pesar de todo, unos insistentes toques en la puerta, hacen que me levante de la cama. He pasado una noche horrible, atestada de pesadillas y sueños incongruentes. Ni cerrando los ojos consigo dejar atrás las sombras que me han dejado.

Con pesadez, arrastro los pies por el frío suelo, me froto la sien, no me molesto en subir las persianas, y mi enfado aumenta cuando veo centelleante que son las nueve de la mañana, no me quería despertar tan temprano, mas sabiendo que no tengo nada de importancia que hacer.

Abro la puerta sin pensarlo y veo a Elena al otro lado de la puerta.

-¿Qué mierdas quieres?-Le pregunto malhumorada, aún sin quererlo, levanto el tono de voz. Cada día que pasa, sigo sin comprender cómo Elena, puede soportar mi mal genio.

-Bueno, chica, veo que te has despertado de malas, ¿Verdad?-Dice con una pequeña sonrisa. Me limito a cerrar los ojos y a preguntarle qué le urge a las nueve de la mañana.

-¿Te acuerdas de lo que dijo ayer Mateo?

-¿Qué dijo?-Pregunto demasiado confusa aún para despertarme del todo.

-Nos dijo que hoy sábado, nos daría una noticia. Creo que sé de qué se trata, pero no estoy segura.

-Ah, sí, lo recuerdo.-Digo haciendo memoria lentamente como si mis circuitos neuronales empezaran a funcionar.-¿Y éso era tan importante como para despertarme temprano?

Sombras a mi alrededorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora