Prólogo.

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─ ¡Deje ya de hacer tanto escándalo! ¡Te aseguro que no te quejabas de esa forma cuando estabas muy a gusto abierta de piernas sin medir las consecuencias! ¡Es lo que digo siempre, niñas sin cerebro jugando a ser adultas y por eso terminan así! ¡Trayendo  a este mundo a un pobre niño sólo para sufrir!

Las crueles palabras de la enfermera trajeron lágrimas a mis ojos.

Ese tipo de comentarios habían sido bastante frecuentes en los últimos ocho meses y medio, solo porque iba a ser madre soltera a los dieciséis años. 

No es como si fuese una de mis metas a cumplir a esta edad, pero cuando un chico mayor y guapo te da su atención y a causa de eso eres la envidia de tus amigas, no es algo a lo que te puedas resistir.

Y por el simple hecho de pensar de esa manera, me encontraba ahora siendo humillada por una enfermera malhumorada, a la que le molestaba que hiciera el menor ruido, algo que no podía evitar ya que el tipo de dolor que estaba sintiendo, me hacia querer arrancar mi cabello o estrangular a alguien.

Finalmente la doctora que estaba asomándose entre mis piernas mientras ignoraba totalmente el comportamiento anti ético de la enfermera me dijo que podía empezar a pujar.

Cinco empujes y muchos gritos después, escuché el llanto de un bebé.

Mi hijo.

El niño que llegaba a cambiar mi vida para siempre, el niño del que no tenía la menor idea de cómo cuidar, el niño que yo no pedí, pero del que no tuve el valor de deshacerme porque a pesar de todo es una parte de mí, el niño que crecería sin padre, porque el hombre que contribuyó para la mitad de su ADN me dijo que estaba loca si pensaba que iba a amarrarlo con un hijo, el niño al que tenía que aprender a amar porque no tenía a nadie más que a mí, para protegerlo de todas las maldades que abundan en el mundo al que lo obligué a venir.   


Mi Pedacito de CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora