-Será bueno para ti, eso ha dicho tu psicóloga- me dirigió una mirada de soslayo a la espera de una replica.

-¡Me importa una mierda lo que diga!- la sobresaltó el golpe que di a la mesa tratando de atraer su atención-. Yo... no soy como los demás, usted lo sabe, mi psicóloga también, no entiendo cómo...

-Dice que necesitas sentirte normal- eso me dolió tanto que di un paso atrás como si me hubiera abofeteado. Era absurdo, ella tenía que darse cuenta del peligro que estaban corriendo dejándome suelta.

-¿Y qué pasa con las sesiones? No puedo estar yendo y viniendo todos los días para ver a Amanda- mi psicóloga. Los demás solo recibieron sesiones privadas durante el primer año, después teníamos sesiones colectivas una vez por semana, pero al final en esas clases lo único que hacíamos era ver películas y escuchar las anécdotas de la triste vida de Amanda. El hecho de que yo todavía necesitara reuniones privadas y diarias con la psicóloga era, sinceramente, bochornoso, sobre todo teniendo en cuenta que nadie conocía la razón por la que me metieron en el centro de menores.

Yo odiaba hablar con esa señora de lo que sentía pero ahora lo estaba utilizando como excusa porque me aterraba la idea de dormir fuera de aquí, de hacer daño a alguien.

-Se reducirán a una vez por semana.

-¿Qué?- apreté los puños conteniendo la furia que llevaba dentro-. No puedo hacer esto.

-Todo va a salir bien, Dawn- suspiró y me colocó una mano tranquilizadora en el hombro-, date una oportunidad a ti misma-si se creía que con ese gesto me hacia sentir mejor no podía estar más equivocada; Yo soy un desastre a punto de suceder.

-¡Traigo los uniformes!- gritó Chris alzando una bolsa con el símbolo del internado.

-Por mí te los puedes meter por donde te quepan.

-Muy tentador, Lia, pero creo que prefiero verte a ti con uno de ellos puesto- la ofensa no llegó como él quería.

-Es natural, a mí todo me queda bien- bromeó dándose una palmadita en el trasero-. Sin embargo me hace sentir como una presa...

-Te recuerdo que en cierto modo lo eres.

-Me refiero a que si en el centro no hemos tenido que ponernos unos monos a rayas ¿por qué en un internado de niños ricos sí?

-¿Queréis subir al coche y dejar de discutir?- alegué cansada, Jared me abrió la puerta a lo que yo le respondí con una pequeña sonrisa falsa. No le convenció y me lanzó la mirada, esa que decía; "A la noche hablamos"

-La verdad- comenzó él cuando ya llevábamos diez minutos de camino-, es que no lo entiendo.

-¡Maldita sea, Homer!- chilló Lia desde el asiento trasero-, me estás babeando encima.

-Lo siento, me he dormido.

-Ya lo veo- contestó ella restregando su brazo contra el respaldo del asiento de delante, es decir, el mío.

-¿El qué no entiendes?- pregunté.

-Este cambio- todo el coche guardo silencio, era obvio que nadie quería decir nada desapropiado puesto que si aquello estaba pasando era por la muerte de su hermano-. Quiero decir, hay miles de maneras de hacer que nos portemos mejor, ¿no?

-Igual simplemente querían librarse de nuestros culos- aporté.

-No, yo creo que tiene que haber una razón de peso para dejarnos a nuestro aire.

-Vamos, Jared, la mayoría de nosotros tiene casi dieciocho años, somos mayorcitos para cuidarnos solos- dijo Chris. En realidad, Lia y yo todavía teníamos dieciséis, los chicos estaban en nuestra clase porque habían repetido un curso, lo cual, en este caso, fue una suerte.

DescontroladaWhere stories live. Discover now