Se-Mi permaneció ahi, sin hacer ruido. Observaba en silencio cómo Seo-Jun corría hacia Nam-Gyu y se aferraba a su pierna.
Un nudo se formó en su garganta al ver la sinceridad y vulnerabilidad en los ojos de su hijo. Su pecho se apretó, y una mezcla de alivio y emoción la invadió.
Sin hacer ruido, Se-Mi dejó caer lentamente los brazos a los costados, sintiendo que, tal vez, ese momento era un pequeño paso hacia adelante.
No dijo nada, pero su mirada transmitía todo: gratitud, esperanza y un deseo profundo de que, esta vez, las cosas pudieran ser diferentes.
Nam-Gyu levantó la vista y la vio. Por un instante, sus ojos se encontraron, y sin palabras, entendieron que estaban en el mismo camino.
Seo-Jun, todavía aferrado a la pierna de Nam-Gyu, levantó la vista tímidamente y, con voz suave, murmuró:
—¿Podemos ir a comer un helado los tres? Por favor…
Se-Mi y Nam-Gyu se miraron, sorprendidos por la inocencia y la sinceridad de la petición.
Se-Mi fue la primera en sonreír, esa sonrisa genuina que hacía tiempo no se veía en su rostro.
—Claro que sí, pequeño —respondió, con una ternura que le brotaba del corazón.
Nam-Gyu asintió, con una leve sonrisa, sintiendo que ese pequeño gesto podía ser el comienzo de algo nuevo para los tres.
—Vamos por ese helado.
Seo-Jun soltó una risita feliz, soltando finalmente la pierna de Nam-Gyu y tomando la mano de su mamá, listo para dar ese paso adelante juntos.
Años después, Seo-Jun ya tenía 13 años y estaba entrando en esa etapa rebelde que parecía desafiarlo todo.
Nam-Gyu, a veces al borde de perder la paciencia, lo miraba con el ceño fruncido, queriendo gritar o darle una buena reprimenda. Pero justo cuando estaba por explotar, lanzaba una mirada hacia Se-Mi.
Ella, con esa expresión que decía claramente “con el niño no”, le hacía saber sin palabras que no podía dejarse llevar por la rabia.
Nam-Gyu suspiraba, resignado, y bajaba la voz, intentando encontrar otro camino para llegar a Seo-Jun.
Se-Mi, mientras tanto, observaba a los dos con una mezcla de ternura y cansancio, sabiendo que criar a un hijo nunca sería fácil, pero que juntos podían intentar hacerlo lo mejor posible.
Seo-Jun y Nam-Gyu estaban en medio de una discusión tensa en la cocina.
—¡No quiero ir a comprar el pan! —gruñó Seo-Jun, cruzándose de brazos con la típica actitud desafiante de un preadolescente.
—Pero alguien tiene que hacerlo —replicó Nam-Gyu, con paciencia forzada—. No puedo estar yendo yo cada vez.
La pelea subía de tono cuando Se-Mi entró en la habitación, deteniendo la disputa con una voz firme pero calmada:
—¿Qué está pasando acá?
Seo-Jun abrió la boca para responder, pero Se-Mi lo calló con un suave “Shh”.
Se volvió hacia Nam-Gyu, que soltó un suspiro profundo y comenzó a explicarle la situación:
—Es que Seo-Jun no quiere ir a comprar el pan, y ya estoy cansado de hacerlo yo todo el tiempo.
Se-Mi frunció el ceño, mirando a Seo-Jun con una mezcla de ternura y autoridad.
—Seo-Jun, ir a comprar el pan es una responsabilidad que tenés que aprender a asumir.
El chico bajó la mirada, pero sin decir nada.
—¿Querés que vayamos los tres? —ofreció Nam-Gyu, intentando suavizar el ambiente.
Seo-Jun levantó la cabeza y asintió, algo resignado.
Se-Mi sonrió, satisfecha con el acuerdo silencioso.
—Perfecto. Entonces, vayamos.
Ya de camino a casa, con la bolsa del pan colgando de la mano de Nam-Gyu, Se-Mi los observaba desde un poco más atrás, sonriendo ante la dinámica entre los dos.
Nam-Gyu se inclinó hacia Seo-Jun con una sonrisa burlona y le dijo:
—Seo-Jun, ¿cómo vas a preguntar si tienen pan? ¡Es una panadería! Obvio que sí tienen —soltó una risa suave, disfrutando el momento.
Seo-Jun, con el ceño fruncido y haciendo un puchero, cruzó los brazos y replicó:
—Pero... nunca se sabe, ¿y si se les acabó?
Nam-Gyu sacudió la cabeza con fingida exasperación.
—¡Por favor! Eso no pasa en una panadería.
Se-Mi apretó los labios para no reírse, conmovida por esa interacción tan sencilla y cotidiana que, a su modo, significaba que estaban encontrando un equilibrio.
Seo-Jun lanzó una sonrisa tímida y siguió caminando, mientras Nam-Gyu le daba un codazo amistoso en el costado.
Entraron a la casa, y Nam-Gyu se dejó caer pesadamente sobre el sofá, suspirando con exageración.
—¿Por qué tenemos que ir caminando? ¡Por algo tenemos vehículo, mujer! —se quejó, cansado.
Seo-Jun y Se-Mi se miraron con complicidad, y luego ambos lo fijaron con una sonrisa pícara.
—Papá —dijo Seo-Jun con voz de reproche, aunque apenas disimulando la diversión.
Nam-Gyu los miró, ladeando la cabeza.
—¿Qué?
Se-Mi soltó una risa ligera.
—Está literalmente en la esquina, vago.
Nam-Gyu resopló, pero no pudo evitar sonreír ante la evidente verdad y la complicidad de los dos.
—Bueno, está bien —concedió, levantándose del sofá—. La próxima vez uso el auto… si es que hay próxima vez.
Seo-Jun soltó una carcajada y se fue caminando hacia su cuarto, todavía sonriendo por la queja de Nam-Gyu.
Se-Mi se acercó a Nam-Gyu, apoyando una mano en su hombro con una sonrisa divertida.
—Así el niño menos va a querer salir —le dijo, con un tono de burla suave—. Actuás como si hubieras escalado una montaña, Nam-Gyu.
Él la miró, fingiendo indignación, pero la chispa de complicidad en sus ojos no podía ocultarla.
—Es que caminar me mata, ¿qué querés que haga? —respondió con una sonrisa traviesa—. Pero igual, no le digas a Seo-Jun que lo dije, que después lo uso en mi contra.
Se-Mi rió y le dio un pequeño golpe en el brazo.
—Tramposo.
Nam-Gyu se dejó caer de nuevo en el sofá, esta vez con una sonrisa más genuina.
—Está bien, está bien… pero sólo porque ustedes están.
¡FIN!
