^08^

40 5 4
                                        

Se-Mi desvió el rostro hacia un costado, evitando sus ojos, aunque sentía perfectamente cómo la mirada de Nam-Gyu seguía fija en ella… como si supiera que ya había ganado esa pequeña batalla silenciosa.

—Para que puedas ver a Seo-Jun… —empezó, con un tono controlado pero cargado de advertencia— él necesita saber que sos su padre. Si no, te va a sentir como un extraño. Creo que lo entenderá… es muy maduro para su edad.

Nam-Gyu arqueó una ceja y, de pronto, soltó una risa breve, casi incrédula.
—¿Todavía no lo sabe? —dijo con una mezcla de burla y sorpresa—. Auch.

Esa palabra se le clavó como un alfiler.
Se-Mi apretó la mandíbula, girando hacia él con una chispa de enojo en la mirada.
—No es tan simple como venir y decirlo —espetó—. No después de todos estos años.

Nam-Gyu dio un paso lento hacia ella, acortando la distancia.
—Claro que es simple —replicó, su voz baja pero firme—. Venís, me dejás estar con él y lo sabe. Todo lo demás… son excusas.

Se-Mi tragó saliva, manteniendo la mirada firme aunque su pecho latía más rápido de lo que quería admitir.
—No voy a dejar que lo confundas.

Nam-Gyu sonrió de lado, esa sonrisa que siempre parecía esconder un desafío.
—No lo voy a confundir… lo voy a reclamar.

Ella sintió un nudo en el estómago. Parte de ella quería frenarlo ahí mismo.
Pero otra parte… temía que ya fuera demasiado tarde.

Se-Mi lo miró, lista para responderle a la defensiva, con las palabras afiladas ya en la punta de la lengua… pero entonces notó que Nam-Gyu había desviado la vista hacia la casa.

Él entrecerró los ojos un instante, y de pronto alzó la mano en un gesto breve, como si estuviera saludando.

Confundida, Se-Mi frunció el ceño y giró la cabeza para mirar hacia atrás.

Ahí estaba.

Seo-Jun, medio escondido detrás de la cortina de su cuarto, los observaba con esos ojos grandes y atentos. Sus manitos aferraban la tela con fuerza, como si necesitara esa barrera para sentirse protegido… o tal vez para contener su curiosidad.

El corazón de Se-Mi dio un vuelco.
Sintió que algo se le retorcía en el pecho: esa escena, ese cruce de miradas, ese instante en que su hijo y Nam-Gyu compartían un contacto silencioso… sin que él supiera quién era realmente.

Nam-Gyu, en cambio, sonrió. No esa sonrisa burlona de siempre, sino una suave, casi tierna, como si estuviera viendo algo que había esperado demasiado tiempo.

—Es igual a mí —murmuró, apenas audible, pero Se-Mi lo escuchó perfectamente.

Ella sintió que la respiración se le cortaba. No sabía si correr a cerrar la cortina o dejar que esa conexión siguiera, aunque le daba miedo lo que eso pudiera significar.

Nam-Gyu no quitó la vista de Seo-Jun, como si quisiera grabar cada detalle: la expresión, la postura, la forma en que lo observaba.

—¿Ves lo que digo? —susurró Nam-Gyu, sin mirarla—. Él ya me siente.

Se-Mi volvió a mirar a Nam-Gyu, sintiendo que la intensidad de su atención hacia Seo-Jun le revolvía algo por dentro.
Sin pensarlo demasiado, le apoyó la mano en el pecho y lo empujó levemente, obligándolo a retroceder medio paso.

Nam-Gyu la observó, sin borrar esa expresión tranquila, casi convencida de que tenía razón.
—Es verdad —dijo con una seguridad que la irritó más.

—¡Claro que no! —respondió ella rápido, con el ceño fruncido—. Sólo es curioso… nada más.

Nam-Gyu ladeó la cabeza, como si le estuviera dando el gusto de creer lo que quería, aunque en el fondo no cedía un milímetro.
—Podés repetirlo todas las veces que quieras, pero no va a dejar de ser lo que es —murmuró, con ese tono bajo que a Se-Mi le costaba ignorar.

Ella apretó los labios, mirando de reojo hacia la ventana. Seo-Jun ya no estaba ahí. Eso, lejos de tranquilizarla, la puso más alerta.
—Mejor que te vayas —dijo, intentando cortar la conversación.

Nam-Gyu dio una media sonrisa.
—Te sorprenderías de lo rápido que puede cambiar eso.

De pronto, Se-Mi sintió unas pequeñas manos aferrándose con fuerza a su pierna.
Bajó la mirada y ahí estaba Seo-Jun, abrazándola como si quisiera protegerla, su cuerpo pegado al de ella… pero sus ojos fijos en Nam-Gyu.

En ese instante, Se-Mi lo notó con una claridad que casi le robó el aire: Nam-Gyu tenía razón.
Eran muy parecidos.
El mismo tono de ojos, el mismo cabello rebelde, incluso esa manera intensa de fruncir el ceño cuando algo no le gustaba.
Era como ver al hombre en una versión pequeña e inocente.

Nam-Gyu también lo veía, aunque mantenía esa expresión serena, como si no quisiera darle a Se-Mi la satisfacción de notar lo que él sentía por dentro.

Entonces, la voz de Seo-Jun rompió el silencio:
—¿Puede irse? —preguntó, sin apartar la vista de Nam-Gyu.

Se-Mi lo miró y, apenas, sonrió. No era una sonrisa amplia, pero sí lo suficientemente victoriosa como para que Nam-Gyu la notara.
Giró el rostro hacia él, saboreando el momento.

Nam-Gyu seguía con esa cara tranquila… demasiado tranquila. Pero Se-Mi lo conocía.
Sabía que, por dentro, esa pregunta del niño le había caído como un golpe seco, y que aunque intentara ocultarlo, se sentía humilladísimo.

La tensión se volvió densa, como si cualquiera de los tres pudiera decir algo que lo cambiara todo.

Nam-Gyu se agachó lentamente hasta quedar a la altura de Seo-Jun.
Se-Mi, instintivamente, lo cubrió un poco con su brazo, como marcando un límite, pero a él no pareció importarle en lo más mínimo.

—¿Por qué querés que me vaya, pequeño? —preguntó, con una calma calculada.

Seo-Jun soltó una pequeña risa, esa risa rápida y algo burlona que Se-Mi conocía tan bien… idéntica a la de Nam-Gyu cuando estaba a punto de decir algo sarcástico.

—¿Por qué otra cosa sería? —respondió el niño, ladeando la cabeza con naturalidad—. Siempre se para ahí como menso mirando a mi mami… Me incomoda y se me hace raro.

Se-Mi tuvo que contenerse para no reír. La incomodidad de Nam-Gyu no era algo que se viera todos los días, y aunque él intentaba mantener el semblante, esa frase le había pegado directo al ego.

Nam-Gyu mantuvo la postura, pero su mandíbula se tensó apenas.
—¿Raro, eh? —dijo, con una media sonrisa que no alcanzaba a disimular la punzada de orgullo herido—. Tal vez… es porque me gusta mirar a tu mami.

Seo-Jun lo observó en silencio un segundo, y luego miró a Se-Mi como buscando una confirmación, mientras ella disfrutaba cada segundo de esa incomodidad disfrazada de serenidad.

^Semgyu^Where stories live. Discover now