—¿Eso no es acoso? —preguntó Seo-Jun.
Nam-Gyu se mordió el cachete por dentro y desvió sus ojos a los de Se-Mi; la vio al borde de reírse, disfrutando de su incomodidad, pero después miró a Seo-Jun.
Nam-Gyu inspiró hondo, conteniendo una respuesta demasiado afilada para un chico de esa edad.
—No… —respondió finalmente, bajando un poco la voz, con esa calma forzada que solo usaba cuando se sentía arrinconado—. Es… interés. Diferente.
Seo-Jun frunció el ceño, confundido.
—¿Interés en qué?
Nam-Gyu lo sostuvo la mirada un instante, como si buscara la manera de traducir lo que sentía en palabras que no lo delataran del todo.
—En conocerla más… —murmuró—. A veces, cuando algo te gusta, lo mirás sin darte cuenta.
Seo-Jun ladeó la cabeza, pensativo.
—¿Como cuando me gusta un juguete en la vidriera?
Se-Mi no aguantó más y dejó escapar una risita corta, aunque enseguida intentó disimularla detrás de una mano. Nam-Gyu la fulminó con la mirada de reojo, pero no dijo nada.
—Algo así… —aceptó él, sin poder evitar que un matiz de ironía se le escapara—. Solo que tu mami no es un juguete.
Seo-Jun parpadeó un par de veces, procesando la respuesta.
—¿Eso no es acoso? —preguntó Seo-Jun, a lo que Nam-Gyu se mordió el cachete por dentro y desvió sus ojos a los de Se-Mi. La vio al borde de reírse, disfrutando de su incomodidad, pero después miró a Seo-Jun.
—No, pequeño… —dijo despacio—. Es diferente.
—No me gusta —replicó Seo-Jun enseguida, aferrándose más a la pierna de su madre.
Esa frase cayó como un golpe seco.
Nam-Gyu no reaccionó de inmediato, pero en sus ojos pasó una sombra de frustración que Se-Mi detectó enseguida. Ella, en cambio, sintió esa victoria dulce y peligrosa que sabía que no duraría para siempre.
Porque aunque Seo-Jun lo rechazara en ese momento…
Se-Mi temía que Nam-Gyu encontrara la forma de ganárselo.
Nam-Gyu ladeó un poco la cabeza, todavía mirando a Seo-Jun.
—¿No te caigo bien, pequeño? —preguntó con voz tranquila, aunque en el fondo ya sospechaba la respuesta.
Seo-Jun lo miró de arriba a abajo, tal como hacía Se-Mi cuando algo no le gustaba. Nam-Gyu reconoció esa expresión al instante y tragó saliva.
—No es eso… pero —contestó el niño, encogiéndose apenas de hombros— como ya dije, es raro e incómodo.
Nam-Gyu lo observó en silencio, con esa media sonrisa que no era realmente una sonrisa.
—Tal vez te parece raro porque no sabés quién soy para vos —dijo despacio, midiendo cada palabra.
Se-Mi sintió que el corazón le dio un salto.
—Nam-Gyu… —advirtió con un tono bajo, cargado de advertencia.
Él no apartó la vista de Seo-Jun.
—¿Y si te contara algo sobre mí? —insistió—. Quizás así deje de parecerte raro.
Seo-Jun lo miró, entre curioso y desconfiado.
—¿Como qué?
Nam-Gyu se inclinó un poco hacia él, apoyando un codo en la rodilla, como si estuviera compartiendo un secreto.
—Como que… en realidad nos parecemos más de lo que pensás.
El niño lo escaneó de nuevo con la mirada y luego, con toda la franqueza del mundo, replicó:
—No creo.
Se-Mi casi tuvo que morderse el labio para no reír. Nam-Gyu, en cambio, inspiró hondo, como si esa respuesta fuera un desafío que aceptaba sin decirlo en voz alta.
—Ya veremos, pequeño —dijo al final, con una calma que solo enmascaraba su determinación.
Se-Mi miró a Seo-Jun apenas y le dio unas palmadas en la espalda, suaves pero firmes, como indicándole que ya era suficiente.
El niño la miró un instante, luego giró sobre sus talones y volvió adentro de la casa, cerrando la puerta tras de sí.
Se-Mi esperó unos segundos, asegurándose de que él ya estuviera dentro y fuera de alcance de lo que estaba por pasar. Entonces, giró hacia Nam-Gyu, lo tomó del brazo con fuerza y lo obligó a dar un paso hacia ella.
—¿Qué carajos fue eso, Nam-Gyu? —espetó, casi gritándole, con los ojos encendidos de rabia.
Él no apartó la mirada, incluso esbozó esa media sonrisa irritante que usaba cuando sabía que había tocado un punto sensible.
—Fue… hablar con mi hijo —respondió, arrastrando las palabras con calma.
—¡No lo llames así! —lo interrumpió, apretando más el agarre en su brazo—. No después de lo que acabás de hacer.
Nam-Gyu arqueó una ceja.
—¿Después de qué? ¿De intentar que deje de verme como un extraño? —dijo, con un tono que oscilaba entre la defensa y la provocación—. Porque te recuerdo que eso fue lo que vos misma dijiste que él necesitaba.
—No de esa forma —replicó ella, acercándose lo suficiente como para que él sintiera el calor de su furia—. No manipulándolo.
Nam-Gyu sostuvo su mirada unos segundos más, y en ese silencio había tanto desafío como advertencia.
—No lo manipulé, Se-Mi… —bajó un poco la voz, con un matiz grave—. Solo le di una pista.
Ella sintió un escalofrío.
Porque conocía ese tono.
Y sabía que, a partir de ahora, Nam-Gyu no solo iba a buscar a Seo-Jun… sino que iba a hacerlo con paciencia y estrategia.
Se-Mi apretó más el brazo de Nam-Gyu, su voz subió casi al grito, cargada de dolor y rabia contenida.
—Ya te lo dije, Nam-Gyu… —comenzó, mirándolo directamente a los ojos—. Él no te necesita.
Nam-Gyu no se inmutó, aunque en su mirada se percibía un dejo de desafío.
—Yo hice el rol de padre y madre todos estos años porque vos no lo hiciste. Él está bien.
Se-Mi tragó saliva, como si cada palabra le pesara en el pecho, pero no podía dejar de decirlo.
—Nunca preguntó por vos. Ni siquiera cuando otros niños le preguntaban. Solo se encogía de hombros y seguía adelante.
Nam-Gyu la escuchó en silencio, apretando los dientes, sin interrumpirla.
—¿Por qué crees que ahora le importará, eh? —remató ella, con una mezcla de amargura y desafío.
El silencio se hizo denso entre los dos.
Nam-Gyu bajó la mirada un instante, como si esas palabras le hubieran llegado, aunque no lo admitiera. Luego, volvió a levantar la cabeza con la misma calma fría de siempre.
—Porque a veces las cosas cambian, Se-Mi. Y a veces… las personas también.
