Se-Mi se acercó tanto que sintió su respiración contra la suya. Levantó un dedo y le empujó la cara con un gesto lento, desafiante.
—¿Por qué ahora, eh?
Nam-Gyu sonrió, pero esa sonrisa no era sincera; era un disfraz torpe, una máscara que no terminaba de encajar.
—Tengo derecho, Se-Mi —dijo con una fingida ternura que no engañaba a nadie—. Aunque no lo admitas… soy su padre.
Ella soltó una risa breve, seca, sin un gramo de humor.
—No estuviste cuando lo necesitó. No estuviste en sus primeras palabras, sus primeras caídas, sus miedos. Y ahora… ¿aparecés como si nada?
—Aparezco porque ya no pienso perderme ni un segundo más —replicó, y aunque su voz era baja, cada palabra pesaba—. No me importa si eso te gusta o no.
Se-Mi apretó la mandíbula, notando que él no se movía ni un centímetro, como si esperara que fuera ella la que se apartara primero.
—No lo vas a decidir vos —sentenció, pero sintió un ligero temblor en las manos que le molestó reconocer.
Nam-Gyu bajó la voz aún más, inclinándose apenas hacia ella.
—Te guste o no, Se-Mi… él se parece a mí. Y tarde o temprano, él mismo va a querer saber por qué.
Ella lo miró fijamente, con el corazón golpeando fuerte, sabiendo que lo que estaba en juego esa noche no era solo si se iban o no… sino quién tenía el control de la historia que Seo-Jun iba a escuchar.
—Muérete, Nam-Gyu —escupió Se-Mi, dándose la vuelta para entrar.
No llegó a dar un paso.
Su mano fuerte la sujetó por la cintura y, en un tirón firme, la obligó a girar hacia él. La cercanía fue instantánea, casi asfixiante.
—Ahora dime algo que sí sea lo que piensas realmente —dijo, su voz grave, rozándole el oído—. No un impulso.
Se-Mi sintió la presión de sus dedos en su costado, el calor que emanaba de su cuerpo. Intentó apartarse, pero él no cedió ni un milímetro.
—Te estoy diciendo exactamente lo que pienso.
Nam-Gyu ladeó la cabeza, con una sonrisa casi imperceptible.
—No, Se-Mi. Lo que piensas de verdad… te lo guardas. Porque si lo dijeras, cambiaría todo.
Ella frunció el ceño, pero su corazón latía tan fuerte que temía que él pudiera escucharlo.
—Estás delirando.
—¿Ah, sí? —susurró, inclinándose un poco más—. Entonces mírame a los ojos y jura que nunca pensaste en cómo sería si yo me quedara.
Se-Mi abrió la boca para responder, pero las palabras no salieron.
Cerró la boca con fuerza, mordiéndose los labios hasta sentir un leve ardor.
Nam-Gyu lo notó. Y sonrió.
Se inclinó apenas, acercando su boca a su oído, su voz baja, envolvente.
—¿Ves? No piensas eso realmente… lo sabía.
Se-Mi tragó saliva, sintiendo un escalofrío que no quería reconocer.
Con un movimiento rápido, tomó las manos de Nam-Gyu y las apartó de su cintura, empujándolas con fuerza.
Se separó de golpe, como si la distancia pudiera devolverle el aire que él le había robado.
—No vuelvas a tocarme.
Nam-Gyu arqueó una ceja, pero no se movió de su sitio.
—Podría… pero no quiero prometer algo que no voy a cumplir.
—Estás enfermo —escupió ella, girándose para abrir la puerta.
Él dejó escapar una risa breve, sin alegría, pero con esa seguridad que siempre la sacaba de quicio.
—No. Solo sé lo que quiero. Y esta vez… no voy a dejarlo ir.
Se-Mi entró y cerró la puerta de un portazo, apoyando la espalda contra la madera, con el pulso desbocado. Afuera, no escuchó pasos alejándose. Él seguía ahí.
Y eso le confirmó algo: irse esa noche ya no iba a ser tan sencillo.
"Seo-Jun está dormido… simplemente tengo que salir y evitarlo" pensó Se-Mi, sintiendo cómo la adrenalina le recorría el cuerpo.
Agarró las maletas una por una, intentando que las ruedas no chirriaran contra el piso, y las empezó a sacar al pasillo.
La puerta se cerró a su espalda con un clic suave.
Nam-Gyu estaba allí.
Exactamente donde lo había dejado. De pie, con las manos en los bolsillos, la cabeza apenas ladeada, observándola como si fuera un espectador que ya conoce el final de la obra.
No dijo nada.
No se movió.
Solo la siguió con la mirada mientras ella dejaba la primera valija en el baúl de su auto y volvía por la segunda.
Cada paso de Se-Mi se sentía más pesado que el anterior.
Cuando tomó la última maleta, él sonrió apenas, como si hubiera estado esperando justo ese momento.
—¿Y ahora? —preguntó, rompiendo el silencio con una calma que helaba—. ¿Vas a fingir que no me ves?
Ella apretó los dientes, sin responder, y empujó la maleta hacia el auto.
Nam-Gyu dio un solo paso hacia adelante.
—Si te vas Se-Mi… va a ser conmigo detrás.
El clic del cierre del baúl sonó fuerte en la noche silenciosa.
Se-Mi caminó al lado de Nam-Gyu sin siquiera mirarlo, y en un movimiento rápido, volvió a entrar al edificio y le cerró la puerta en la cara.
Subió directo al cuarto de Seo-Jun.
El niño dormía profundamente, con la respiración lenta y el puño cerrado alrededor de su mantita.
Se-Mi lo tomó con cuidado, acomodándolo en sus brazos. Apagó las luces, cerró con llave y, con el corazón acelerado, volvió a la calle.
Nam-Gyu seguía allí, apoyado contra la pared, siguiéndola con los ojos.
Ella no se detuvo.
Caminó directo hacia su auto, abrió la puerta trasera y colocó a Seo-Jun en el asiento, asegurándose de abrocharle el cinturón sin despertarlo.
Cuando cerró la puerta, sintió una presencia detrás.
Se giró… y lo encontró.
Nam-Gyu estaba a menos de un paso, bloqueándole el movimiento, con una mano apoyada en el techo del auto y la otra en la puerta. Sus ojos la sostenían con una intensidad que la hizo contener el aliento.
—No vas a irte —dijo despacio, cada palabra cargada de certeza—. No así. No con él.
Se-Mi tragó saliva, con la espalda pegada al auto y su respiración entrecortada.
—Apartate.
Nam-Gyu ladeó la cabeza, estudiándola.
—Pedímelo otra vez… pero sin temblar.
