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—¿Sabes? —dijo Nam-Gyu, su voz baja pero firme—. Aunque te vayas… te voy a encontrar.

Se-Mi lo observó, sin parpadear, intentando descifrar si era una amenaza o una promesa.

Él dio un paso lento hacia ella, sin apartar los ojos de los suyos.
—Es mejor que te quedes… y me dejes ver al niño.

El silencio que siguió fue denso, casi pesado.
Se-Mi apretó los labios, sintiendo que la rabia y el miedo se mezclaban peligrosamente.
—No te voy a dejar decidir por mí —respondió, pero la firmeza de sus palabras no logró borrar el escalofrío que le recorrió la espalda.

Nam-Gyu sonrió apenas, como si supiera que, tarde o temprano, todo terminaría como él quería.

—Sé que estuve ausente —dijo Nam-Gyu, con una calma que contrastaba con la tensión entre ellos—. ¿Por qué crees que he vuelto?

Se-Mi frunció el ceño, sin responder, pero él no le dio tiempo.
—Además de él… te quiero a vos.

Sus palabras quedaron flotando en el aire, pesadas, difíciles de ignorar.

—Y sé… que vos me querés a mí —agregó, con esa seguridad que la enfurecía y la desarmaba al mismo tiempo.

Se-Mi sintió un nudo en la garganta. Quiso negarlo, escupirle que estaba equivocado, pero algo en sus ojos —esa mezcla de convicción y vulnerabilidad— la dejó sin voz por un instante.

—Te dejo que lo pienses —dijo Nam-Gyu, con un tono que sonaba más a ultimátum que a paciencia—, pero necesito la respuesta ahora.

Se-Mi lo miró, apretando los labios.
—¿Puedo hacer algo que no sea… que veas a mi hijo?

Nam-Gyu soltó un suspiro largo, pasándose una mano por el cabello, aunque sus ojos no se apartaron de ella ni un segundo.
—¿Por qué no quieres que lo vea, eh? —preguntó, con una mezcla de molestia y curiosidad real.

Se-Mi no contestó de inmediato.
Había demasiadas respuestas posibles… y ninguna que quisiera darle.
Nam-Gyu lo notó, y eso solo hizo que se acercara un paso más, como si la falta de respuesta fuera, para él, una confesión en silencio.

—¿Acaso… verme te provoca? —soltó Nam-Gyu, con ese tono bajo y arrogante que parecía hecho para atravesarle las defensas.

El calor subió al rostro de Se-Mi de inmediato.
Sí… la provocaba.
Pero no lo iba a admitir ni aunque la amenazara.

—No digas estupideces —respondió rápido, esquivando su mirada.

Nam-Gyu sonrió de lado, inclinándose apenas hacia ella, disfrutando del leve sonrojo que intentaba ocultar.
—Entonces… ¿por qué estás roja?

Se-Mi apretó los dientes, odiando que él notara incluso lo que ella no quería mostrar.
—Porque me sacas de quicio —replicó, pero su voz no sonó tan firme como quería.

—Eso también me gusta —murmuró él, y su cercanía volvió a tensar el aire entre los dos.

—No creo —dijo Se-Mi, con la voz firme y un brillo desafiante en los ojos—. Sabés de lo que soy capaz, Nam-Gyu.

Él sonrió, ladeando la cabeza con esa confianza que siempre la ponía en guardia.
—Vos también sabés de lo que soy capaz… y aun así me evitás.

Se-Mi apretó los puños, sin poder negar la verdad que pesaba en esas palabras.
—No es lo mismo.

Nam-Gyu dio un paso más cerca, sus ojos clavados en los de ella.
—Para mí sí lo es.

La tensión entre ambos creció, densa y eléctrica, como si ese juego de miradas pudiera romperlos o unirlos en cualquier momento.

—¡Que n—! —Se-Mi iba a terminar la frase, pero antes de que pudiera, Nam-Gyu deslizó una mano por detrás de su cabeza, aferrándola con firmeza.

Con el otro brazo, la rodeó por la cintura y la atrajo hacia él con un movimiento decidido.

Sus labios se encontraron en un beso intenso, que no dejó espacio para palabras ni excusas.

Se-Mi quedó momentáneamente paralizada, sorprendida por la fuerza y la urgencia del gesto, pero pronto respondió con la misma pasión contenida, como si ese beso fuera la única verdad que podían permitirse en ese momento.

Se-Mi se aferró con fuerza a la remera de Nam-Gyu, como si ese contacto fuera lo único real en ese momento.
El beso se volvió más desesperado, más caliente, más hambriento, cargado de todo lo que habían reprimido hasta ahora.

Entre esos labios ardientes, Se-Mi logró susurrar, casi sin aliento:
—¿Por qué?

Nam-Gyu respondió con voz ronca, igual de cerca, igual de urgente:
—¿Por qué qué?

Ella no dijo más, sino que aumentó la intensidad del beso, dejando que su hambre y sus ganas hablaran por ella hasta que de pronto solto:

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué ahora?

Entonces, con un suspiro que pareció sacudirlo por dentro, él confesó, firme y sincero:
—Porque… te amo.

Esa simple verdad fue suficiente.

Por alguna razón que ninguno de los dos entendía del todo, Se-Mi sintió que bajaba la guardia.
Se entregó al momento, a ese beso, a ese amor que por fin se atrevía a asomar.

Y se quedaron ahí, perdidos el uno en el otro, como si el mundo se hubiera detenido solo para ellos.

Lo que no sabían era que, dentro del auto, unos ojitos inocentes los habían estado observando todo.

Seo-Jun, con la mirada curiosa y algo confundida, había despertado en silencio.
Desde su asiento, había visto cómo la tensión entre sus padres estallaba en ese beso intenso, cargado de emociones y secretos.

Aunque aún no comprendía del todo lo que había pasado, algo en el aire le hizo apretar fuerte su mantita, como si sintiera que ese momento cambiaría para siempre las cosas.

El silencio fuera del auto se volvió aún más pesado, y mientras Nam-Gyu y Se-Mi seguían atrapados en su mundo, Seo-Jun guardaba en su pequeño corazón la imagen de esa noche que ninguno esperaba.

De pronto, Seo-Jun hizo un ruido involuntario: un pequeño quejido, un crujido apenas audible.

Ese sonido fue suficiente para que Se-Mi volviera en sí de golpe.
Se separó un poco de Nam-Gyu y giró la cabeza hacia el auto, sus ojos buscando a su hijo en la penumbra.

Seo-Jun, con rapidez y sin perder la calma, fingió estar dormido, cerrando los ojos y acunando la mantita contra su pecho.

El alivio recorrió el rostro de Se-Mi en un suspiro silencioso, aunque la confusión permanecía.
No sabía exactamente por qué se había besado con Nam-Gyu, ni qué significaba todo aquello, pero no pudo evitar mirarlo con una mezcla de reproche y una curiosidad profunda, como si quisiera entenderlo sin palabras.

Nam-Gyu también notó esa mirada y, sin decir nada, dejó que el silencio hablara por ellos.
Esa noche, con Seo-Jun dormido entre ellos, todo parecía más complicado… y a la vez, más inevitable.

^Semgyu^Where stories live. Discover now