—¿Qué querías que haga? —escupió Nam-Gyu, con la voz áspera—. Min-Su me daba que tenía otras intenciones con vos.
—¿Hablar tal vez? —soltó Se-Mi, con una risa seca que no tenía nada de humor—. Además, ¿por qué me hablas de eso… cuando vos eras el que coqueteaba con todas?
Nam-Gyu frunció el ceño.
—No era lo mismo.
—¡Claro que lo era! —lo interrumpió, acercándose hasta quedar a pocos centímetros de su cara—. Solo que vos lo disfrazabas de “amistad” o de “así soy yo”.
—Se-Mi… —empezó él, con un tono más bajo, pero ella no le dio oportunidad.
—No me llames así ahora, no después de todo lo que hiciste —dijo, y sus ojos brillaron, no por rabia, sino por ese dolor viejo que había intentado enterrar.
Nam-Gyu tragó saliva, pero sus manos seguían en puños.
—Yo también me sentí traicionado…
—No —lo cortó ella—. Vos te sentiste ofendido. Hay una diferencia enorme.
Hubo un segundo de silencio, cargado de todo lo que ninguno había dicho en años.
Nam-Gyu respiró hondo, intentando contener la ira.
—Tal vez… —dijo, bajando un poco la voz—, tal vez no supe cuidarte como debía… pero no pensés que fue fácil para mí.
Se-Mi lo miró como si quisiera creerle, pero no pudiera.
—No lo fue para vos… y para mí fue un infierno.
Las palabras quedaron flotando, y por un momento, el único sonido fue el de sus respiraciones agitadas.
—Estoy cansada —soltó Se-Mi, y su voz sonó más rota que enojada.
—Cansada de que, cada vez que la cagás, busques alguna excusa para no tener problemas… —continuó, bajando la voz con cada palabra, como si se estuviera apagando por dentro.
Nam-Gyu la miró, pero ya no con rabia, sino con algo que parecía miedo.
—No es una excusa… —murmuró, aunque sonó más a defensa automática que a verdad.
Se-Mi negó con la cabeza, casi riendo de incredulidad.
—Siempre es una excusa. Siempre hay alguien más, algo más… menos vos. Nunca sos vos el que se equivoca, ¿no?
—Yo… —intentó decir, pero ella dio un paso atrás, como si ya no quisiera escuchar nada más.
—Si de verdad querías estar… lo hubieras hecho, con o sin permiso mío. No te necesitaba perfecto… te necesitaba presente.
Él se quedó callado, apretando los puños, pero sus hombros se vencieron un poco, como si por primera vez entendiera que ya no tenía nada que decir para salvarse.
Nam-Gyu levantó la mirada, sus ojos brillando entre rabia y algo más profundo.
—¿Y vos qué? —soltó, su voz temblando apenas—. ¿Vos siempre estuviste perfecta? ¿Nunca te equivocaste?
Se-Mi lo miró, sorprendida por el cambio de tono.
—Yo nunca me fui.
—No… —él asintió, con una sonrisa amarga—. Pero sí me borraste de tu vida como si nunca hubiera existido. Me bloqueaste, me sacaste de todo… ni siquiera me diste la oportunidad de explicarte.
—Porque no querías explicarme —replicó ella, cortante.
—¡Quería! —gritó Nam-Gyu, dando un paso hacia ella—. Quería, pero cuando me di cuenta de que todo era mentira, ya habías levantado esa muralla de mierda y no me dejaste ni tocar la puerta.
Se-Mi sintió un nudo en la garganta, pero no bajó la mirada.
—Si no entraste… es porque no insististe lo suficiente.
Nam-Gyu soltó una carcajada corta, amarga, como si esa frase lo hubiera herido más que todo lo anterior.
—Siempre querés que adivine lo que necesitás… pero nunca me lo decís.
