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Se-Mi se obligó a apartar la vista de Nam-Gyu, respirando hondo, como si con eso pudiera poner un muro invisible entre ambos.
Abrió la puerta del auto con cuidado y se acomodó junto a Seo-Jun, revisando que realmente estuviera dormido.

Nam-Gyu la siguió con la mirada sin decir nada. El aire frío de la noche entraba, pero ninguno parecía notarlo.

—Deberías irte —susurró Se-Mi, sin mirarlo.
—No quiero —respondió él con una calma peligrosa.

Ella cerró la puerta de golpe, como si ese sonido pudiera marcar un límite definitivo, pero Nam-Gyu no se movió. Dio la vuelta y subió al asiento del conductor, encendiendo el auto.

Cuando arrancó, él golpeó suavemente el vidrio con los nudillos. Se-Mi dudó… y lo bajó apenas unos centímetros.
—¿Qué querés ahora? —preguntó, intentando sonar firme.

Nam-Gyu inclinó un poco la cabeza, con una media sonrisa que no llegaba a los ojos.
—Verte mañana. A vos… y a Seo-Jun.

—No prometo nada —dijo ella, y antes de que él pudiera responder, subió el vidrio y se alejó.

Después de que Nam-Gyu se fue la noche se volvió silenciosa, sólo se podía escuchar la respiración tranquila de Seo-Jun.
Pero en la cabeza de Se-Mi, las palabras de Nam-Gyu seguían repitiéndose como un eco imposible de callar: “Porque… te amo”.

Pensó antes de subirse, se quedó un momento quieta, con las manos a sus costados, sintiendo que su corazón latía demasiado fuerte, pero no se subió, abrió la puerta trasera del auto para bajar a Seo-Jun cuando de pronto el se sentó y hablo.

—Mamá… —la voz suave de Seo-Jun la sacó de sus pensamientos.
Ella lo miro sorprendida.
—¿Qué pasa, amor? Pensé que estabas dormido.

Seo-Jun la miró con esos ojitos cargados de inocencia… y algo más.
—¿Por qué estabas besando a ese chico que vimos en el parque?

Se-Mi se quedó congelada. No esperaba escucharlo tan directo, tan simple… y tan difícil de responder.

Su hijo no apartaba la mirada, esperando una respuesta que ella no tenía del todo clara.

—Fue… un momento —atinó a decir, acariciándole el cabello—. No te preocupes por eso.

Seo-Jun ladeó la cabeza, sin convencerse del todo.
—Pero… vos estabas feliz.

Esa frase la golpeó más que cualquier reproche.
Sintió que las palabras se le atascaban en la garganta y que su hijo había visto más de lo que quería admitir.

—Vamos adentro —dijo al fin, ayudándolo a bajar del auto.

Mientras caminaban hacia la puerta, Se-Mi no pudo evitar pensar que esa noche había abierto una puerta que quizás ya no podría cerrar.

Al otro día, Se-Mi había amanecido con el cansancio pegado a la piel.
No se había ido. No después de lo que pasó.
En cambio, había acostado a Seo-Jun en su cama y pasado parte de la noche bajando las cosas del auto, acomodando cajas, bolsas y maletas en la casa.
No le dijo nada a Seo-Jun. Ni sobre que Nam-Gyu es su padre, ni sobre el beso aún que el ya lo había visto, ni sobre lo que fue la conversación que había tenido y que había dejado su corazón enredado.

Pensó que quedarse ahí sería lo mejor… al menos por ahora. Esa casa, aunque no era perfecta, le daba una sensación de refugio.
Se preparó un café y se asomó a la ventana para ver la calle.

Y ahí estaba él.

Nam-Gyu, parado en el mismo lugar donde lo había visto la noche anterior, con las manos en los bolsillos y esa típica sonrisa suya… la que hacía que Se-Mi no supiera si quería golpearlo o besarlo.
O las dos cosas.

El vapor del café se le escapó entre los dedos, pero no apartó la mirada.
Él tampoco.

La sonrisa de Nam-Gyu se ensanchó apenas, como si pudiera leerle los pensamientos desde donde estaba.
Un gesto mínimo, pero suficiente para que el corazón de Se-Mi se acelerara… y para que el nudo en su estómago se apretara aún más.

No sabía si abrir la puerta para enfrentarlo… o cerrar todas las cortinas y fingir que no estaba ahí.

De pronto, Se-Mi escuchó pasos arrastrados detrás de ella.
Seo-Jun salió de su cuarto, con el pelo alborotado y los ojos todavía medio cerrados por el sueño.

—Mami… —murmuró, frotándose uno de los ojos—. Ahí está el chico de nuevo… —señaló con la barbilla hacia la ventana—. ¿Y si hablas con él?

Se-Mi se quedó congelada, el café suspendido a mitad de camino hacia sus labios.
—¿El chico? —repitió, intentando hacerse la tonta, o por lo menos sonar indiferente.

—Sí… —dijo Seo-Jun, bostezando—. El que siempre te mira así como… raro.

Ella parpadeó, sin saber si reírse o ponerse nerviosa.
—No me mira raro.

—Sí te mira raro —insistió el niño, dejando caer su cabeza contra el marco de la puerta de su cuarto—. Como cuando vos mirás un helado y no sabés si comértelo ahora o guardarlo para después.

Se-Mi soltó un suspiro largo, luchando por no sonreír ante la comparación.
—No es asunto tuyo, Seo-Jun.

—Entonces… ¿por qué está ahí todos los días? —preguntó él, con esa lógica implacable que solo un niño podía tener.

Se-Mi se giró hacia la ventana de nuevo. Nam-Gyu seguía en el mismo lugar, pero ahora inclinaba apenas la cabeza, como si hubiera notado que hablaban de él.
Y esa sonrisa… esa maldita sonrisa seguía ahí.

El corazón de Se-Mi dio un salto.
Sabía que si no cerraba las cortinas ahora, en cualquier momento Nam-Gyu iba a cruzar la calle y tocar su puerta.

Y parte de ella… no estaba segura de querer evitarlo.

Se-Mi dejó la taza de café sobre la mesa con un leve golpe, como si quisiera descargar en ese gesto todo lo que sentía.
Se acercó a Seo-Jun, se inclinó hasta quedar a su altura y lo miró con suavidad.

—Hablaré con él —le dijo, depositando un beso en su frente—. Vos andá a tu cuarto y no salgas hasta que yo entre, ¿bueno?

Seo-Jun asintió, obediente, y arrastró sus pies de vuelta hacia su habitación, cerrando la puerta con un clic suave.

Se-Mi tomó aire, cuadró los hombros y salió. El aire fresco le dio en la cara mientras avanzaba hacia Nam-Gyu, quien no se movió ni un centímetro.
Su sonrisa seguía ahí, como si la hubiera estado esperando toda la noche.

—Dejá de ser tan obvio —soltó ella apenas estuvo frente a él, con el ceño fruncido—. El niño se dio cuenta de que me mirás todo el rato y… —hizo una breve pausa, midiendo las palabras—. Ayer nos vio.

La sonrisa de Nam-Gyu no desapareció, pero sí se volvió más lenta, más cargada de intención.
—¿Nos vio? —repitió, como saboreando la idea—. Entonces sabe que no estoy mintiendo cuando digo que me importás.

Se-Mi apretó los labios, sintiendo el calor subirle al rostro.
—No uses a mi hijo para justificar lo que pasó.

—No necesito justificar nada —respondió él, inclinándose apenas hacia ella—. Ayer… fue real. Y vos lo sabés.

Ella quiso contestarle, pero la cercanía de Nam-Gyu, su tono bajo, y la forma en que la miraba, como si pudiera leer cada pensamiento, hicieron que por un instante se quedara sin voz.

—Decime, Se-Mi… —murmuró, ladeando la cabeza—. ¿Querés que me vaya o que entre?

El silencio entre ambos se volvió espeso, y ella sintió que cualquier respuesta que diera iba a cambiarlo todo.

^Semgyu^Where stories live. Discover now