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Se-Mi y Nam-Gyu intercambiaron un par de comentarios más, cortantes, con esa mezcla de burla y agresión que ya les era natural.

—Eres insoportable —murmuró ella, rodando los ojos.

—Y tú adicta a negarlo todo —replicó él, con media sonrisa.

Antes de que ella pudiera contestar, Nam-Gyu se inclinó y, sin pedir permiso, le robó un beso rápido pero firme. Se-Mi se quedó inmóvil un segundo, sorprendida, y para cuando quiso reaccionar, él ya se había apartado.

—Nos vemos, Se-Mi —dijo, dándole la espalda con una calma irritante mientras se iba.

Ella se quedó quieta, sintiendo todavía el calor de sus labios. Se pasó una mano por la cara, soltando un suspiro pesado, y se giró para ir a su cuarto… pero se congeló al ver a Seo-Jun parado en el pasillo.

El niño abrazaba con fuerza su peluche favorito, las lágrimas resbalando por sus mejillas. Sus ojos, grandes y brillantes, estaban fijos en ella.

—¿Ese chico es mi papá? —preguntó con la voz temblorosa.

El silencio cayó como un golpe.
Se-Mi sintió que el aire le pesaba, que las palabras se le atoraban en la garganta.

—Seo… —empezó, pero no sabía cómo seguir.

El niño la miraba, esperando una respuesta que podía cambiarlo todo.

Se-Mi se acercó despacio, con el corazón latiéndole con fuerza. Lo alzó en sus brazos y lo llevó hasta el sofá. Con suavidad, lo sentó y luego se arrodilló frente a él, buscando su mirada.

—Seo-Jun… perdón por no decirte nada —murmuró, con la voz quebrada.

El niño apretó más fuerte su peluche, tensando los hombros.
—No estoy enojado con vos… sino con él —dijo, con un hilo de voz, pero cargado de un enojo extraño para su edad.

Se-Mi tragó saliva, sintiendo un peso en el pecho.
—Entiendo… —susurró, intentando mantener la calma—. Pero no es tan simple como parece, cariño.

Seo-Jun levantó la vista, con los ojos húmedos pero firmes.
—Él nunca estuvo. Y ahora aparece como si… como si tuviera derecho —soltó, con una mezcla de dolor y rabia.

Se-Mi sintió que sus palabras le atravesaban el corazón. Se acercó un poco más y le acarició la mejilla.
—No quiero que lo odies… aunque sé que ahora no es fácil.

Seo-Jun se quedó en silencio, bajando la mirada.
—No lo voy a querer solo porque vos me digas… —respondió, apartando un poco la cara.

En ese instante, un ruido suave en la puerta los hizo girar. Nam-Gyu estaba ahí, apoyado en el marco, observándolos en silencio. Sus ojos habían perdido la sonrisa y se notaban tensos, como si hubiera escuchado cada palabra.

Seo-Jun, sin pensarlo dos veces, agarró una almohada del sofá y se la lanzó con fuerza a Nam-Gyu.

—¡¿Quién te crees para desaparecer y volver como si nada?! —le gritó, con la voz quebrada por la rabia y las lágrimas.

La almohada golpeó a Nam-Gyu en el pecho, pero él no se movió. Se quedó ahí, de pie, mirándolo fijamente. No había ira en su rostro… solo un silencio pesado que casi dolía.

—Seo-Jun… —empezó, pero el niño no lo dejó seguir.

—¡No digas mi nombre! —interrumpió, abrazando su peluche con más fuerza—. No tenés derecho a nada.

Se-Mi se incorporó rápidamente, poniéndose entre los dos.
—Basta, por favor… —pidió, con un tono firme pero suplicante.

Nam-Gyu respiró hondo, su mirada fija en Seo-Jun.
—No voy a irme esta vez —dijo, con una calma peligrosa—. Te guste o no, yo… soy tu padre.

Seo-Jun sintió como si esas palabras fueran un golpe en el estómago. Se quedó mirándolo, con los labios apretados, antes de salir corriendo hacia su cuarto y cerrar la puerta con fuerza.

El silencio volvió a caer sobre la sala, y Se-Mi se pasó una mano por el rostro, agotada.
—No era así como quería que lo supiera… —murmuró, más para sí misma que para él.

Nam-Gyu dio un paso dentro, pero ella lo detuvo con la mirada.
—Ya hiciste suficiente por hoy.

—Pero Se-Mi, yo… —intentó continuar Nam-Gyu, dando un paso hacia ella.

—Basta —lo cortó, con un tono que no admitía discusión—. Mi hijo por hoy tuvo suficiente. Hablaré con él, pero déjalo en paz… por ahora.

Nam-Gyu la miró unos segundos, como si quisiera decir algo más, pero terminó desviando la mirada. Sus manos se tensaron en los bolsillos, y sin pronunciar otra palabra, salió de la casa, cerrando la puerta con un golpe seco.

Se-Mi suspiró, sintiendo un nudo en la garganta, y se dirigió al cuarto de Seo-Jun. Abrió la puerta con cuidado, y lo encontró sentado en la cama, abrazando su peluche con fuerza. Tenía los ojos rojos, pero evitaba mirarla.

Ella se sentó a su lado y, sin decir nada al principio, lo rodeó con los brazos.
—Perdóname… —susurró, apoyando el mentón sobre su cabello—. Nunca quise que te enteraras así.

Seo-Jun no respondió enseguida, pero poco a poco aflojó el agarre sobre su peluche y se dejó abrazar, escondiendo la cara en su pecho.

—No quiero que él me quite tu cariño… —murmuró con voz baja y quebrada.

Se-Mi cerró los ojos con fuerza, sintiendo que esas palabras le atravesaban el alma.
—Nadie va a quitarte el cariño intense que te tengo, Seo-Jun. Nunca —dijo, apretándolo un poco más fuerte.

Seo-Jun se quedó en silencio unos segundos, jugando con la oreja de su peluche, hasta que habló sin mirarla.

—Entonces… ¿por qué no estuvo antes? —preguntó con un hilo de voz—. ¿Por qué ahora volvió… como si nada?

Se-Mi sintió que su estómago se encogía. No era una pregunta fácil, y mucho menos una que pudiera responder sin remover cosas que había intentado enterrar.

—Seo… —murmuró, buscando las palabras—. A veces… los adultos cometen errores. Cosas que no siempre tienen arreglo rápido.

—¿Errores como dejarme? —la interrumpió, con un tono más fuerte y herido.

Ella apretó los labios, conteniendo las lágrimas.
—Él no estuvo porque… las cosas entre nosotros fueron complicadas. Y yo decidí que lo mejor era que no estuviera.

Seo-Jun alzó la mirada por fin, con los ojos vidriosos.
—¿Y ahora?

—Ahora… —Se-Mi tragó saliva—. Ahora quiere quedarse. Y aunque eso me asusta, creo que… merece la oportunidad de demostrar si realmente quiere ser tu papá.

El niño bajó la mirada, abrazándose otra vez a su peluche.
—Pues yo no sé si quiero darle esa oportunidad —murmuró.

Se-Mi lo abrazó de nuevo, sin forzarlo a responder más.
—No tienes que decidirlo ahora.

Afuera, en la calle, Nam-Gyu seguía apoyado en su auto, sin irse todavía. Había escuchado parte de lo que Se-Mi dijo, y su expresión era una mezcla de determinación y culpa.

^Semgyu^Where stories live. Discover now