Por un momento, ninguno habló. Solo se miraban, respirando fuerte, con la sensación de que una palabra más podía romperlo todo… o terminar de incendiarlo.
El silencio entre ellos era tan denso que casi dolía… hasta que un chico pasó corriendo por la vereda, chocando de lleno contra Se-Mi.
Ella perdió el equilibrio y, en un intento por no caer al suelo, terminó aferrándose a Nam-Gyu. Él reaccionó rápido, atrapándola por la cintura, pero el impulso los hizo girar y chocar contra la pared.
Sus rostros quedaron tan cerca que apenas hubo un segundo para reaccionar… y no lo hicieron.
El roce fue breve al principio, pero suficiente para que sus labios se encontraran en un beso torpe, cargado de todo lo que venían guardando.
Cuando se dieron cuenta de lo que estaba pasando, se separaron de golpe, respirando agitados.
Se-Mi dio un paso atrás, llevando una mano a sus labios, sin atreverse a mirarlo.
Nam-Gyu apartó la vista, como si no pudiera sostener la intensidad de lo que acababa de pasar.
—No… —murmuró ella, más para sí misma que para él.
—No —repitió él, pero su voz sonó como si estuviera intentando convencerse.
El aire parecía arder entre los dos, y sin embargo, ninguno se movió por unos segundos más.
Nam-Gyu rompió el silencio primero, su voz grave y todavía agitada.
—¿Por qué me besaste?
Se-Mi lo miró, sin apartar la mano de sus labios.
—¿Por qué correspondiste? —preguntó ella, y aunque no sonó como un reproche, sí tenía un matiz distinto… como si buscara una respuesta que él mismo no tenía.
Nam-Gyu la sostuvo la mirada unos segundos, y en esos ojos vio de todo: rabia, confusión… y algo más, algo que lo empujaba a acercarse otra vez.
—Porque… —empezó, pero dudó, tragando saliva—, porque todavía no sé cómo dejar de hacerlo.
Se-Mi sintió un escalofrío recorrerle la espalda, aunque no quiso mostrarlo.
—Entonces más te vale aprender… —murmuró, pero su voz carecía de la firmeza que pretendía tener.
Él sonrió apenas, sin humor.
—No estoy seguro de que quiera.
Ese último cruce de palabras quedó flotando entre los dos, dejando claro que, aunque se apartaran, la línea que habían cruzado no se borraría tan fácil.
—Pues vas a tener que querer —dijo Se-Mi, sonriendo debajo de su mano que aún estaba cerca de sus labios.
Nam-Gyu la miró fijo, y en ese cambio sutil de tono notó que había más detrás de esa sonrisa. Soltó una risa, algo más relajada y auténtica.
—¿Y vos? —replicó con una sonrisa ladeada—. Me retás a mí, pero vos tampoco te contenés.
Se-Mi levantó una ceja, divertida, pero con un brillo que no ocultaba el juego que tenían entre ellos.
—Eso es porque vos me sacás lo peor… y lo mejor.
Nam-Gyu se acercó un poco más, pero sin romper la distancia que ambos mantenían como un límite invisible.
—Entonces, ¿qué hacemos con todo eso?
Ella suspiró, juguetona y seria a la vez.
—Por ahora, solo aceptarlo.
Desde arriba, Seo-Jun los observaba en silencio, acurrucado junto a la ventana del segundo piso.
No le caía bien su papá. Pero en esa tarde, algo en la mirada de su mamita le pareció diferente. Se veía más tranquila, casi feliz, y eso le dio un cosquilleo extraño en el pecho.
Si ella era feliz con Nam-Gyu… entonces él también lo iba a aceptar.
Porque, más que nada, lo que había sentido durante todo ese tiempo no era rechazo hacia su papá, sino hacia la pelea que veía entre ellos, hacia el dolor que había marcado a su mamá.
Pero ahora, viendo esa sonrisa tímida que Se-Mi le regalaba a Nam-Gyu, Seo-Jun decidió que, aunque le costara, quería darle una oportunidad.
Después de todo, para él, su mamá era lo más importante.
Seo-Jun vio cómo Nam-Gyu se preparaba para irse, alejándose con pasos lentos y la mirada baja.
Sin pensarlo dos veces, corrió escaleras abajo y salió al jardín, justo a tiempo para alcanzarlo.
Se aferró a la pierna de Nam-Gyu con fuerza, casi sin aliento.
—Perdón… —susurró con voz temblorosa, mirando hacia arriba con ojos grandes y sinceros.
Nam-Gyu se detuvo en seco, sorprendido por la súbita aparición del niño.
Miró hacia abajo y, por un instante, la dureza de su expresión se suavizó.
—¿Seo-Jun? —dijo, arrodillándose para estar a su altura—. ¿Qué pasó?
El niño soltó un suspiro y, con una sinceridad que no podía ocultar, murmuró:
—No quiero que te vayas. Mamá está feliz cuando estás acá.
Nam-Gyu sintió un nudo en la garganta. Por primera vez, esas palabras le llegaron directo al corazón.
—No me iré, pequeño. —le prometió, abrazándolo con cuidado—. No voy a irme.
Seo-Jun cerró los ojos, aferrándose más fuerte a él, como si así pudiera asegurarse de que esas palabras fueran verdad.
