Lo miró directo a los ojos, aunque aún sentía sus manos firmes en su cintura.
—Claro que no —respondió con un dejo desafiante—. Además… suéltame.
Nam-Gyu sonrió con esa mezcla de diversión y desafío que solo ella conocía.
—Claro —respondió Nam-Gyu con una sonrisa ladeada—, ¿y por eso estabas toda roja, no? Y no te voy a soltar.
Se-Mi tragó saliva, sintiendo cómo el aire se le hacía más denso cuando Nam-Gyu empezó a acercarse aún más a ella.
Por un instante, el mundo pareció reducirse a esa cercanía peligrosa y la electricidad que chispeaba entre ambos.
—¿Yo roja? Pfff, nada que ver —respondió Se-Mi, ladeando la cabeza con una sonrisa desafiante—. Ubícate.
Nam-Gyu la miró divertido, como si estuviera disfrutando cada segundo de esa batalla silenciosa entre ellos.
—¿Sabes? Que estemos así sería muy raro para el niño, si es que nos ve —respondió Nam-Gyu con una sonrisa ladeada.
Se-Mi lo miró confundida.
—¿Lo estás diciendo por algo?
Nam-Gyu negó lentamente con la cabeza, manteniendo esa sonrisa que no aclaraba nada pero lo decía todo.
Se-Mi rodó los ojos y volvió a mirarlo con una mezcla de frustración y diversión.
—Eres un imbécil, en serio —dijo, apretando la voz—. Suéltame.
Nam-Gyu no mostró señales de ceder, pero la miró con esa sonrisa de medio lado, tan desafiante como encantadora.
De pronto Se-Mi se soltó.
—¡Que me sueltes! —escupió antes de entrar, sin darle oportunidad de responder.
Unos días después, la invitaron a un club. Dejó a Seo-Jun dormido y fue, prometiéndose que no iba a beber… Se supone.
Pero en medio de las luces y el ruido, lo vio.
Nam-Gyu.
Ahí, de pie, como si siempre hubiera pertenecido a ese lugar. La miraba con esa pose tan suya, relajada, con las manos en los bolsillos y una mirada que podía quemar y congelar al mismo tiempo.
Se-Mi se sorprendió; sabía que era promotor en un club, pero no recordaba que fuera ese.
Horas después, entre risas y copas, sus amigas y ella estaban medio borrachas. Sin que nadie lo notara, Nam-Gyu se acercó, la tomó firmemente del brazo y la guió hasta su auto. No dijo nada en el camino; solo manejó hasta su casa.
Cuando llegaron, eran las 5:00 AM. Mientras caminaban hacia la entrada, Se-Mi tropezó, y Nam-Gyu, en un reflejo, la sostuvo de la cintura. Estaba a punto de soltarla, pero ella se aferró a su campera, apoyando la cabeza en su pecho.
—Puta madre, Nam-Gyu… ¿por qué eres así? —murmuró con una voz casi rota.
Nam-Gyu sonrió apenas.
—¿Así cómo?
—Siempre haces estas cosas… —dijo, como si fuera un reproche, aunque su tono sonaba más a confesión.
Él respiró hondo. No iba a aprovecharse de ella.
—Vamos adentro. Ahora no estás bien. Cuando te levantes, me reprochas todo lo que quieras, ¿ok? — dijo Nam-Gyu mientras Se-Mi retiraba con cuidado sus manos de la campera de el, asintiendo lentamente.
Nam-Gyu agarró la llave de Se-Mi, que estaba en su cartera, y abrió la puerta. Con cuidado la hizo entrar mientras le tapaba la boca para que no hiciera ruido. Ya en su cuarto, la cambió, le puso un pijama y le quitó los zapatos antes de acostarla en la cama. La arropó, se quedó unos segundos mirándola, y luego salió cerrando la puerta con suavidad.
En la cocina, se dejó caer en una silla con el celular en la mano. Pasó el rato en silencio, hasta que a las 7:30 AM escuchó pasos. Seo-Jun salió del cuarto, el pelo alborotado por el sueño.
—¿Qué hace acá? —preguntó apenas, con voz somnolienta.
Nam-Gyu lo miró y le sonrió apenas.
—¿Tu mami te dijo a dónde fue?
Seo-Jun asintió lentamente.
—Pues ahí se empezó a sentir mal y la traje. Está dormida, así que shh —dijo, llevándose un dedo a los labios.
El niño alzó una ceja.
—¿A qué se refería con que nos parecemos?
Nam-Gyu se quedó en silencio unos segundos. Era su oportunidad, sí… pero al final decidió no decir nada.
—Ah… nada, es que me dio algo de felicidad ver que vos y yo nos parecemos tanto —respondió con una sonrisa ladeada.
—A mí no —soltó Seo-Jun, frío, sin siquiera parpadear.
La sonrisa de Nam-Gyu se congeló apenas un segundo antes de desvanecerse. Bajó la mirada hacia su celular y, aunque no dijo nada, sus nudillos se tensaron alrededor del dispositivo.
Se quedaron en silencio por un momento, hasta que Se-Mi apareció en la puerta de su cuarto, arrastrando los pies. Tenía el cabello algo revuelto y los ojos entrecerrados por el dolor. Se quedó parada, mirándolo fijamente.
—¿Qué pasó? Me duele la cabeza —murmuró, llevándose una mano a la frente para sobársela.
—No es momento de explicártelo, Se-Mi… no frente a él —respondió Nam-Gyu, desviando la mirada hacia Seo-Jun.
El niño miró a su madre y luego a él.
—Pues ya me voy —dijo seco, y desapareció en su cuarto cerrando la puerta.
Se-Mi se dejó caer en la silla de la mesa, y Nam-Gyu se levantó sin decir nada. Tomó una pastilla para el dolor de cabeza, llenó un vaso con agua y se lo colocó delante. Cuando ella lo tomó, él volvió a sentarse frente a ella.
—Después de verme en el club te pusiste a beber, aunque no debías. Te emborrachaste y te traje aquí. Fácil —dijo con un tono serio que le llamó la atención.
Se-Mi lo observó unos segundos.
—¿Qué te pasa? Estás muy serio… —preguntó con una mezcla de duda y preocupación.
—¿Qué le dijiste a Seo-Jun de mí? —soltó él, directo.
—Nada… ¿por qué? —frunció el ceño, confundida.
—Pues resulta que, al parecer, el niño tiene algo contra mí. No sé… me odia o algo.
Se-Mi dejó escapar una pequeña sonrisa.
—Eso es por las cosas que haces. A mí no me culpes.
—Boe, lo que digas… pero intenta cambiarle aunque sea un poco la opinión —dijo Nam-Gyu, mirándola fijo—. Es tu hijo, sí, pero también es mío.
Se-Mi apoyó los codos en la mesa, dejándose caer un poco hacia adelante, con la cabeza entre las manos.
—Bien… pero vos también hacé algo, no me tires todo a mí —respondió, con un suspiro cansado.
Nam-Gyu esbozó una media sonrisa, ladeando la cabeza.
—Trato hecho… pero si yo logro que me quiera antes que vos, me vas a deber algo.
Ella levantó la vista, arqueando una ceja.
—¿Y qué se supone que te debo?
—Todavía no lo decido… pero no creo que te guste —contestó él, dejando que la intriga se colara en el aire.
Del otro lado, en su cuarto, Seo-Jun había escuchado toda la conversación. No era su intención, pero desde que oyó que mencionaban que Se-Mi se había emborrachado, se quedó en silencio, con el oído atento.
¿“Su hijo”?
Eso no podía ser…
Él no tenía papá.
Al menos, eso era lo que siempre había creído.
Sintió un nudo raro en el estómago, una mezcla de confusión y algo de enojo, mientras apretaba fuerte su peluche contra el pecho.
