Las segundas oportunidades existen, y el amor es la base del perdon.
Ambientada en el año 1955
Jungkook es el jefe de la mafia más grande de Busan, la cual fue heredada por su padre. Creció en un mundo donde la traición se paga con muerte y la famil...
—Este hombre la encontró —dijo Changbin—. Dile al jefe lo que viste.
El sirviente, un hombre de unos cuarenta años, se acercó con pasos inseguros. Sus manos temblaban.
—Fui yo quien respondió su llamada, señor —balbuceó—. Como estaba buscando a Jimin, decidí revisar la casa. Me encontré con Leewon y le pregunté si lo había visto. Me dijo que Jimin había entrado a este almacén, cargando varias cosas.
La ceja de Jungkook se alzó.
El nombre de Jimin, otra vez.
Sintió como si le hubieran dado un golpe en la nuca.
El sirviente continuó:
—Pensé que Jimin estaría aquí... ha sido amigo de prostitutas desde la casa de juego. Ellas lo cuidaban como a un hermano menor. Creí que estaba con Rose, pero cuando entré... ella estaba muerta. Grité y desperté a todos.
Jungkook alzó la mirada al techo mohoso. Luego giró el rostro y encontró a Leewon, el sirviente que vio a Jimin entrar.
Changbin notó su atención y llamó al hombre.
—Tú. Ven aquí.
Leewon, un joven de menos de treinta años, se acercó con cautela.
—¿Estás seguro de que era Jimin? —preguntó Changbin con voz dura.
—Por supuesto. ¿Hay otro niño cojo en esta casa? Se puede reconocer a Jimin desde kilómetros de distancia.
—Si lo viste desde lejos, pudo ser otro.
—Era él —respondió Leewon sin titubear.
Jungkook desvió la mirada hacia Rose. Había un vendaje en su hombro, cubriendo la herida de bala. Se acercó un poco más... y pisó algo crujiente.
Bajó la vista.
Era chocolate.
Un chocolate importado.
Uno que solo él podía conseguir.
El mismo que le había dado a Jimin.
El aire se volvió pesado. Jungkook salió del almacén en silencio, con Changbin siguiéndolo de cerca. Su mente era un torbellino, pero a diferencia de antes, todo comenzaba a encajar.
Dos sirvientas corrieron hacia él, ansiosas por hablar.
—Durante el día, Jimin iba a su habitación y hacía llamadas telefónicas.
—Sí, lo vi varias veces. Siempre en secreto.
Llamadas telefónicas.
Todo era obvio ahora.
Jimin había estado esperando la noticia. Tal vez la salida de Seokjin del hospital. Necesitaba tiempo para huir.
Jimin no era quien él creía.
Había matado a Rose. La usó y luego la descartó. Fingió ser inocente. Se ganó su confianza, vendó sus heridas... y luego la apuñaló.
Todas las piezas encajaban.
Jungkook sacó un cigarro. Lo encendió con calma, exhalando el humo lentamente. Pero antes de que pudiera procesar más, un grito interrumpió la noche.
—¡Jefe!
Maldijo en voz baja. ¿Por qué le molestaba tanto escuchar su título hoy?
Se giró con una expresión endurecida. Otro miembro de la organización venía corriendo, su rostro desencajado.
—El edificio de atrás... se está quemando.
Un silencio sepulcral se apoderó del lugar.
Jungkook alzó una ceja. Se cubrió un ojo con la palma de su mano y soltó una carcajada. definitivamente le estaba lloviendo sobre mojado.
El incendio en el edificio de atrás. No era grave. Pero sí simbólico.
El olor a droga quemada impregnaba el aire. Los hombres se apresuraban con cubetas de agua. En cuestión de minutos, las llamas fueron extinguidas.
Pero todo estaba perdido.
Materiales, máquinas. Todo reducido a cenizas.
Jungkook miró la pared ennegrecida.
—Si Jimin lo hizo, no debe estar lejos —dijo un pandillero—. Con sus piernas, no podrá llegar muy lejos.
—Jimin cometió muchos pecados esta noche —murmuró Jungkook.
Kai se acercó y preguntó en voz baja:
—¿Qué hacemos ahora?
Jungkook dio una última calada al cigarro. Luego lo aplastó bajo su bota y habló con voz helada.
—Encuéntrenlo. Tráiganlo ante mí. Vivo.
—Sí, señor.
Los pandilleros se dispersaron rapidamente.
La cacería del traidor había comenzado.
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