Capítulo 3: Hogar dulce hogar

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Condado de Westcherter, New York.




Al llegar al hogar de los Liberman por cuatro generaciones, le toma a su madre menos de dos segundos en abrir la puerta principal y salir a recibirlo. Rauda y cariñosa, como siempre, camina sin importarle pisar el mojado suelo por culpa de la nieve. Andrew ni siquiera ha salido del auto pero no duda en bajar la ventana para abrazar a su madre. 

— ¡Andrew, cariño! ¿Cuándo llegaste? Olvídalo. ¡Dulzura*, estás helado! Ven pasa, pasa —  le insta mamá Liberman abriendo la puerta del auto por él — ¡Henry, Henry! ¡Adivina quien vino! – grita su madre a la vez que lo abraza. Andrew no puede hacer otra cosa que corresponder al abrazo.

Desde el portal de la casa, el patriarca de los Liberman los observa con ojos llenos de amor. Cuando decide que el abrazo que le está dando su querida esposa a su hijo es más que suficiente, avanza a rescatarlo dándole el primer abrazo en meses a su primogénito. Cuando se tienen al padre de los Liberman y al hijo mayor juntos uno puede notar el increíble parecido. Ambos poseen ojos extremadamente azules, un cabello rubio dorado sin llegar a ser castaño, la misma nariz griega y la altura suficiente para destacar en un pase repleto de peatones en plena quinta avenida*, lo único que los diferencia es ese bigote rubio que posee el mayor que lo hace parecer un personaje amable de caricatura.

—Hola papá – saluda Andrew después de romper el abrazo.

—Hola hijo – le contesta este dándole otro apretón, pues no ha visto a su hijo en meses.

— ¡Henry! ¡¿Qué haces?! – interrumpe su esposa empujando a su hijo hacia el interior de la casa —. Deja que entre y carga las maletas de Drew. Ven cariño te voy a servir chocolate caliente. Cariño, estás helado.

—Solo porque me duché antes de venir, mamá. No me puse guantes – explica Andrew mirando hacia donde está su padre. Siente pena al ver el rostro de Henry tratando de descifrar el como llevaría tantas cajas sin realizar dos viajes. 

Al entrar a aquella casa de madera, las memorias de su infancia vuelven a él. Es en épocas como esta en que más añora la compañía de su familia. Oh, qué buenos recuerdos.

Cuando pisan la cocina, Caroline, la madre de Drew, suelta a su hijo para empezar a servir el chocolate caliente y agregarle un par de malvaviscos, como a él le gusta. Se puede escuchar pasos acercándose y Andrew decide que es buena idea esconderse debajo de la isla. Segundos después, una mata de cabellos rubios aparece por el umbral.

— ¿Mamá, quién era? — pregunta Bridget, la hermana menor de Drew y la gemela de Malcom.

— ¡Soy yo! – responde Drew saltando de su escondite para sorpresa de la rubia. 

— ¡Andrew! – grita la menor saltando a los brazos de su hermano sin dudarlo, aún cuando ya no es una niña y a Drew se le hace difícil recibirla sin perder el equilibrio. Le da un par de giros y cuando la baja el aliento se le escapa. 

Su hermanita está...crecida. Su rostro ha estirado y se asemeja más al de una mujer que al de la cría que lo obligaba a jugar a las  barbies con ella. Además, hay un par de cosas que el definitivamente no quería que apareciesen. No tan temprano. 

— ¿Cuando llegaste? —  pregunta Bridget.  

— Hoy en la mañana — responde Drew —. Veo que sigues igual de enana.

—No soy una enana, ya mido un metro sesenta y ocho – agrega ella acomodándose su chompa.

—Ya era hora que crecieras, Live va estar orgullosa – menciona Andrew —, pero sigues siendo una enana para mí – agrega solo para hacer molestar a su hermanita.

COLISIÓN - Homoerótica [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now