El maldito invierno: Canon

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El techo de zinc tintinea con las constantes gotas suicidas que acaban su vida sobre él, y el coro de últimas palabras de estas se desdibuja dentro de la casa; se hacen carrasposos, abrumadores, igual que cuando uno se sumerge en un mar turbulento. Hoy, la lluvia de la mañana es más débil que la de los días anteriores, y sin razón aparente, la muchacha se ha levantado temprano. Esto podría parecer algo positivo, como si su cuerpo estuviera batallando por recuperar su ritmo circadiano, pero la verdad es que ella, aun con un pesado cansancio, no logra conciliar el sueño. Después de girar una y otra vez sobre la cama, entendió que le terminaría haciendo un hueco al colchón antes de caer dormida de nuevo, así que, con resignación, se levantó.

En el baño, Lupe cepilla sus dientes con movimientos circulares y robóticos, y todavía más letárgicos de lo normal, aunque sea difícil de creerlo. Escupe la espuma de la pasta dental, empapa un poco su rostro para dar la impresión de limpieza, pero ahora se cuestiona qué sentido tiene hacer eso: No va a salir, los únicos que la ven son su propia familia, y más importante que todo esto es que no hay cantidad de agua en el mundo que vaya a cambiar el reflejo en el espejo, no hay cepillo de dientes, ni kit de maquillaje, ni peine, ni perfume, ni vestido que mute lo inmutable; que ella está estancada siendo...Guadalupe Espinoza Solano.

Su realización no cambia su actuar, y al final, trata de verse un poco más presentable solo para ir al comedor y acabar con cualquier olvidado resto de comida que esté cautivo dentro del refrigerador. Entre la leche cortada, el apestoso queso maduro y la frígida pizza de la semana anterior, Lupe encuentra un gansito a medio comer, y de manera inconsciente, su mano se lanza hacia el olvidado postre, pero antes de devorarlo, la chica va hacia su cuarto, toma una nota y un lapicero, y escribe "Vale por medio gansito; firma, Lupe" y la deja dentro del frigorífico. Complementa su desayuno con la ya mencionada pizza y queda satisfecha, al mismo tiempo que entra en su rutina de tele, radio y teléfono. No obstante, desde su rincón de la mesa, la llama la atención la luz que a la casa desde el planché; habían sido varios días desde que el sol había brillado por ahí.

Apagó los electrónicos, se puso sus sandalias, y arrastró los pies hacia allá, pasando por la pila de roca roja para lavar, donde el olor a detergente abarcaba todo el pequeño planché. Se podría decir que ese era el tragaluz de la casa, y justo por esto es que Doña Jeanette tenía unas cuantas macetas colocadas ahí; Unas hortensias, una suculenta, unas rositas y una tierna buganvilla celeste. Sin más razón que "porque sí", Lupe se puso de cuclillas, debajo de la garuba, con la vista en el blanco y deslumbrante cielo. El agua caía sobre ella, igual que en la ducha, pero aquí, no sentía esa misma incomodidad incipiente, y quizás era por la suavidad de las gotas de sereno comparadas con el chorro pragmático de una ducha, o tal vez tenía algo que ver con la suave sinfonía del agua al deslizarse por hojas y pétalos, incluso podía ser gracias al hipnótico olor de la tierra mojada; Daba igual la explicación, porque estar ahí era como una exhalación después de haber estado minutos enteros sumergido bajo el agua. De pronto, unos pajaritos se colocaron por encima de la pared de concreto que daba a la calle, ambos vistiendo muy bonitos colores y acicalándose entre ellos de la manera más tierna que se pueda imaginar.

Lupe sintió aún más peso liberado con tan cálida escena, pero lamentó que no pudiera verlos de más cerca, no obstante, se le ocurrió una idea bastante simple. Corrió a la cocina, casi resbalándose al girar de vuelta a la casa, y salió de nuevo con un pequeño tupper lleno de confleis, y con voz un tanto ronca, a la vez que agitaba el contenedor, dijo:

—Pajaritos, aquí les traje algo de comer.

Las aves percibieron el alimento, pero como todo animal salvaje, se acercaron cautelosos a esta, pegando saltitos de poco a poco hasta estar en rango de los brazos de Lupe, pero cuando picaron la primera hojuela, perdieron toda desconfianza y se quedaron merendando, mientras la chica los veía, de cuclillas, dejando el tupper en el piso, y reposando sus mejillas sobre sus manos. Siguió y siguió, y siguió viendo hasta que uno de los pajaritos agarró una hojuela más con el pico y salió volando, dejando al otro comiendo solo. A la trigueña, esto la agarró por sorpresa, pero imaginó que no tardaría mucho en que el otro pajarito hiciera lo mismo y se fuera de vuelta con su par...pero pasaba el tiempo, y el pajarito seguía ahí, solo picando más confleis. Ella estaba confundida frente a la falta de interés del pájaro en irse junto al otro, y como si se sintiera responsable al respecto, decidió hablar con la criatura:

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⏰ Última actualización: May 13 ⏰

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