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Skye
Inlet de Chilkoot, 18 de noviembre de 1994
10:55 A.M.

Salí a cubierta después de intentar dormir un poco. Me había echado una siesta de una hora, pero no aguantaba mucho más en el catre. Cuando cerraba los ojos, soñaba que me encontraba en mitad del bosque. Corría cuesta arriba y la nieve se acumulaba cada vez más entre mis pies hasta que apenas podía dar un paso. Entonces alguien me atrapaba y me aplastaba los huesos. No le veía el rostro, ya que estaba de espaldas, pero su fuerza era descomunal. Justo cuando sonaba el crujido de mi cuerpo al doblarse en dos, me despertaba con la respiración agitada.

Así que había decidido salir a tomar el aire.

Me preguntaba si, en caso de que todo aquello acabase, podría descansar en paz alguna vez en la vida. Tras la marcha de Bill, tenía pesadillas a diario. Me habían perseguido durante cuatro meses cada noche. En ellas, recibía noticias de mi hermano; nunca buenas.

Necesitaba llegar a Edmonton lo antes posible. Me reconfortaba pensar que Ivik me acompañaría durante una buena temporada.

Ivik en Edmonton... No sabía cómo nos las arreglaríamos para encontrar a Bill si ni siquiera Isabella y sus hombres parecían ser capaces de lograrlo. Sin embargo, era mi hermano. Hallaría la manera con el apoyo de Ivik.

Inspiré la brisa salada. Un viento considerable azotaba las olas del mar, que estaba picado ya de por sí. Grandes nubarrones se acumulaban en el cielo y no tenía pinta de que fuera a despejarse en un tiempo. Solo esperaba que no nos cayera una tormenta en mitad de la nada.

Observé a los pescadores, quienes preparaban ya las redes de pesca. Eran enormes, mucho más de lo que me las habría imaginado. Divisé a Ivik en la popa. Ayudaba a varios trabajadores con los amarres. Luego miré a proa, donde el señor Farrar charlaba con dos hombres de algo que supuse que sería gracioso por cómo sacudían los hombros de la risa. Me aproximé a Farrar.

—¿Hay algo en lo que pueda ayudar, señor?

Charles me miró de soslayo con una ceja enarcada.

—Poneos a trabajar, ahora vuelvo —les ordenó a los dos hombres—. Ven, chica.

Me señaló una zona de estribor junto a la barandilla y caminamos hacia allí.

—No es necesario que nos ayudes con nada —dijo antes de detenerse y apoyarse sobre unas cajas apiladas—. No conoces el oficio; solo serías una carga.

Apreté los dientes e intenté ignorar la punzada en el pecho.

—Llegaremos a Ocean Crest pronto. —Se cruzó de brazos—. ¿Por qué no vas a los camarotes a descansar? Ivik te avisará cuando veamos tierra.

—Aprendo rápido, señor —dije con determinación—. Me vendrá bien mantenerme ocupada.

Farrar examinó el barco con sus ojos celestes entrecerrados mientras torcía la boca. Si me concentraba lo suficiente, casi podía ver cómo la indecisión nublaba su mente.

—Muy bien —dijo al fin—. Ayúdame a recoger aquellas cuerdas de allí.

Lo seguí hasta un lugar cerca de la popa donde había acumulados algunos trastos y, entre ellos, las cuerdas que había mencionado. Me explicó que debía apoyar la cuerda sobre uno de mis hombros, poner el antebrazo en un ángulo de noventa grados con respecto a la parte superior, y pasar entonces la cuerda entre la mano y el hombro en un movimiento circular. Sencillo. Lo malo era que la cuerda, conforme la enrollaba, pesaba más de lo que me hubiera gustado reconocer. Aun así, me esforcé en terminar la tarea.

El señor Farrar hacía lo mismo, pero con una soltura y rapidez impresionantes.

—Ivik es un muchacho fuera de lo común. —La voz de Charles me pilló de improvisto. No pensé que fuera a dirigirme la palabra durante el trabajo—. No se parece ni de lejos a nadie de Golden Bay.

Querida hermanaWhere stories live. Discover now