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Skye
Edmonton, 1 de marzo de 1993
08:00 P.M.

La habitación de Emilia olía a fresas y una momentánea sensación de paz me envolvió. Resultaba bastante curioso, ya que el estilo de Emilia lo protagonizaban colores oscuros como el negro, el rojo y el morado intenso. Cuando te cruzabas con ella, esperabas sentir una fragancia fuerte, misteriosa y con toques frescos. Sin embargo, era dulzona, aniñada y achispada. Ese contraste era algo que adoraba de ella.

Después de sufrir aquel vahído, Emilia había corrido hacia mí como si le fuera la vida en ello. No había llegado a desmayarme, pero todo me daba vueltas y apenas habría podido ponerme en pie de no ser por ella.

Después de comprobar que Emilia lo tenía todo controlado, Chris habló con el encargado acerca de ello. Aran, que ya de por sí tenía un cabreo inmenso ese día, se volvió iracundo, aunque no pudo decirme que no cuando le pedí el resto del día libre.

Tenía fiebre alta y eso era motivo suficiente para mandarme a casa. Chris se ofreció a cubrir mi puesto aquel día, pero el encargado rechazó su oferta con un rodeo de ojos y un gesto exasperado con la mano.

Chris nos acompañó a casa de Emilia y, después de estar un buen rato con nosotras, se fue a su piso. Agradecí que nos dejara intimidad y también que Anna, la compañera de piso de Emilia, estuviera con sus padres ese lunes.

La puerta de la habitación se abrió y Emilia apareció con dos tazas humeantes. Me reincorporé de la cama sin demasiado esfuerzo, ya que la fiebre me había bajado de forma considerable, y acepté la taza. Me la llevé a la cara, olisqueé el chocolate caliente y solté un suspiro atropellado. Bebí un trago ansioso hasta quemarme la lengua. Emilia siempre sabía cómo levantarme el ánimo.

Se sentó en la cama a mi lado con su taza entre las manos y me miró con una sonrisa, aunque se la veía preocupada.

—¿Seguro que no quieres que vayamos al médico? —preguntó.

Sacudí la cabeza y sonreí.

—Segurísimo. Creo que ha sido solo un poco de estrés. Con la cena de antes, este chocolate y muchas horas de sueño, me recuperaré del todo.

Emilia crispó una ceja y torció la boca.

—¿Un poco de estrés? Un poco de estrés es lo que me ayuda a mí a entregar trabajos para el máster, no lo que hace que te suba la fiebre.

Me encogí de hombros porque no supe qué responder. Ella tenía razón, tan solo pretendía no preocuparla demasiado. No me gustaba que los demás ocuparan su tiempo en inquietarse por mí. No había razones. Estaba triste, pero era normal después de lo que había ocurrido. Solo necesitaba tiempo.

«Y saber que Bill estaba bien».

—Siento mucho haberte preocupado —le dije en voz baja—. Es que... todo es muy reciente aún.

Suavizó la mirada y acortó un poco la distancia entre ambas.

—Lo sé. Siento mucho que el imbécil de tu hermano te tenga así de mal.

La miré con una suave advertencia en mis ojos y Emilia alzó las manos con la taza bien sujeta en una de ellas.

—Me ha salido del alma, perdona. —A pesar de la disculpa, se notaba que no lo sentía en absoluto.

—Podría haberle pasado algo, Emilia. Podría estar en peligro.

—Bill. En peligro. Hablamos del mismo Bill, ¿no?

—Que sea valiente y capaz no significa que no le haya podido ocurrir cualquier cosa.

Emilia sacudió la cabeza, dejó la taza en la mesita de noche y me sujetó una mano con las suyas. Sus dedos estaban ardiendo al haber estado en contacto con el chocolate caliente.

Querida hermanaWhere stories live. Discover now