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Skye
Edmonton, 1 de noviembre de 1994
06:25 P.M.

Atravesé la puerta del personal que el encargado había dejado abierta después de pasar al interior. La cerré tras de mí con el entrecejo arrugado y una fina línea en los labios. No habría podido prever ni en diez años la bronca tan inmensa que me iba a caer encima.

Ni siquiera tomé asiento frente a su escritorio ordenado y pulcro, como si hubiera acabado de limpiarlo hacía pocas horas, sino que esperé de pie mientras me tiraba de los dedos de la mano.

Aran se giró con presteza después de dejar correr los segundos más agónicos que recordaba. Fue a decir algo, pero se contuvo. Inspiró hondo y probó de nuevo con fingida calma.

—No quiero que tus amigos vuelvan por aquí, ¿de acuerdo, Skye?

Apreté los labios en una fina línea y permanecí lo más estoica posible por unos momentos. Mi primer impulso había sido replicar, pero, en el fondo, el encargado tenía sus razones. Mis amigos no entorpecían mi trabajo; me ayudaban a no pensar demasiado en todo lo que tenía encima. Pero no creía que fuera agradable para él verlos rondar por allí a menudo.

Y aun así... no pude contenerme.

—No creo que el hecho de que estén o no por aquí vaya a cambiar nada —dije con un hilo de voz.

Aran me miró con las cejas muy fruncidas. 

—Hago bien mi trabajo, sé tratar con los niños y jamás he faltado al trabajo, salvo aquel día que me puse enferma y me mareé. —Estiré tanto de uno de mis dedos que crujió a modo de advertencia—. Lo de hoy ha sido una excepción y lo lamento. No volverá a pasar, te lo aseguro.

Los silenciosos segundos que pasaron mientras el nudo en mi garganta se tensaba me hicieron temblar. Lo disimulé bien, pero me costó horrores. Lo más extraño de todo era que la raíz de aquellos nervios no era por miedo hacia el encargado.

Sino por miedo a que no hubiera represalias.

¿Por qué me sentía así? ¿El hecho de que mi hermano me hubiera repetido durante tanto tiempo que persiguiera algo mejor me estaba condicionando en ese momento? ¿O en realidad... lo sentía de verdad como una idea propia?

Volví a tirarme de los dedos a pesar del daño.

—No, no va a volver a suceder —espetó Aran sin ser capaz de ocultar lo que encerraba en su interior—. Tus amigos tienen prohibido el paso aquí a partir de ahora. Si los vuelvo a ver, te pondré en la calle. Esto es un lugar de trabajo, no un sitio para quedar con tus colegas y estar de risitas.

Apreté los dientes y dejé mis dedos libres cuando tensé los hombros. A pesar de las ganas, no discutí con él acerca del tema. Ya intentaría hablar acerca de eso cuando Aran no estuviera tan susceptible como aquel día. Además, tenía que pedirle algo y debía ser antes de finalizar mi jornada. Mis esperanzas de que me concediera las vacaciones que llevábamos posponiendo meses y meses se evaporarían como agua al sol si le rebatía cualquier cosa.

Cuando Aran vio que no volvía a mi puesto, profundizó la arruga del entrecejo y se cruzó de brazos a la espera de una explicación.

Tragué saliva y me armé de valor.

—Me gustaría cogerme las vacaciones que me debes —solté, rápido y sin pensar.

Sacudió la cabeza y relajó el gesto.

—Ahora mismo no me viene muy bien, Skye. ¿Qué tal si lo hablamos el mes que viene?

Me quedé muy quieta ante su contestación. No fueron palabras dichas con hosquedad o malicia, pero algo dentro de mí se removió de forma intensa. Y tal vez aquel sentimiento había surgido por la incertidumbre de no saber si mi padre se recuperaría o no.

No podía esperar.

—El mes que viene no me viene muy bien. —Mi voz sonó áspera como las lijas sin estrenar—. Las necesito ahora. Podemos fijarlas a partir de la semana que viene, así podemos buscar un sustituto con más tiempo.

—¿No puedes...? —Apretó el puño con fuerza—. ¿No podemos posponerlo? De veras, Skye, es mal momento.

—¿Por qué?

Aran abrió tanto los ojos que estos empezaron a enrojecerse a los pocos segundos.

—¿Por qué? —repitió, incrédulo.

—Sí, ¿por qué? —Crispé las cejas y noté punzadas en la sien—. Jamás me he pedido vacaciones, he venido siempre que me has necesitado. En todos los festivos que te he hecho falta he estado aquí y sin rechistar. Por una vez que pido los días que me corresponden, ¿no podrías simplemente dármelos y punto?

Me arrepentí de aquellas palabras en el momento en que abandonaron mis labios. ¿Qué demonios eran esas exigencias y esos modos de hablar al encargado? Era brusco, sí, pero yo jamás le había hablado así. Y no quería perder mi trabajo.

«Sí que quiero».

No. Dios mío, claro que no quería.

Aran me miró con una intensidad aterradora justo antes de que toda su furia contenida estallase.

—¡Sal por esa puerta y vuelve a tu puesto! —Su rostro se desencajó de rabia—. ¡Luego hablaremos, Skye! ¡Luego hablaremos de esto!

Sacudí la cabeza y di un paso tembloroso hacia el escritorio.

—¿Vas a darme mis vacaciones?

—¡Que vuelvas a tu puesto! —Hizo un gesto violento con la mano y señaló a la puerta.

Asentí despacio. Me tembló el labio inferior, pero mi lengua no titubeó cuando dije:

—No voy a volver a mi puesto. Dejo el trabajo. 


Querida hermanaWhere stories live. Discover now