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Skye
Golden Bay, 17 de noviembre de 1994
12:05 A.M.

Sentí cómo se abría en mi pecho tal abismo que me robó el aliento por completo. Mis labios temblaron de forma involuntaria.

¿Cómo se había enterado de aquello...?

Agaché la cabeza y cerré los párpados con fuerza súbita al ver la expresión de Oliver. Sus ojos se habían oscurecido y la mueca severa que solía mostrar se había intensificado hasta parecer casi fiera.

No lograba articular palabra. No quería contestarle; si lo hacía, buscaría la nota y me la arrebataría. Pero ya era tarde. Había visto mi reacción. No acostumbraba a tratar con malas gentes. No era más que una chica normal y corriente que había ido a buscar a su hermano para convencerlo de volver a casa.

Decidí guardar silencio. Me importaba bien poco que existiera un acuerdo sobre la responsabilidad de contestar si perdía la partida. No hablábamos de algo trascendental; si contestaba, sería lo mismo que entregarle a Ivik en bandeja. Y no solo eso, sino que mi única esperanza se esfumaría como polvo en el aire.

Oliver sacudió la cabeza y apretó los dedos entrecruzados de sus manos.

—Skye —susurró—. Contesta.

Me mantuve quieta. Noté un brusco tic en la base del cráneo, pero lo ignoré como pude.

El anut arrastró la silla mientras apoyaba ambas manos sobre la mesa y se levantaba con una calma arrolladora. Se acercó sosegado a mí y se ubicó a mis espaldas.

Sabía que algo estaba a punto de sucederme y esa idea hizo que me temblara el labio inferior y que cerrara los ojos con fuerza.

—Puedo quedarme aquí toda la noche hasta que hables, si fuera necesario —dijo.

Su tranquilidad me ponía el vello de punta. Me angustiaba esa calma porque era de la misma naturaleza que los suaves vientos que preceden a las tormentas. Si Oliver iba a explotar, que fuera rápido, por favor.

—Si vas a hacer algo, hazlo ya. —Casi fue un ruego. Seguía con los párpados sellados.

Dejé de sentir su presencia a centímetros y escuché cómo se alejaba hacia el fondo de la habitación. Fue entonces cuando me permití abrir los ojos, aunque muy despacio.

—No me moveré de aquí hasta que me respondas —dijo mientras retiraba la cortina y miraba a través de la ventana hacia aquella oscuridad que ni las farolas eran capaces de desvanecer—. Tú decides.

—No entiendo cómo podría alguien dedicarse a algo como esto y disfrutarlo... ¿No sientes ningún tipo de remordimiento?

La pregunta era ridícula. Pero necesitaba buscar alguna excusa para no contestar.

—Con el tiempo aprendes a ignorar lo que puedas llegar a sentir —explicó.

—¿El qué exactamente?

—Escúchame bien, Skye. —Se giró con violencia y dio dos pasos firmes—. Aquí soy yo quien hace las preguntas. No vuelvas a tratar de darle la vuelta a la conversación.

Las lágrimas abandonaron mis ojos ante su tono iracundo. Pese al miedo, no fui capaz de decir toda la verdad.

—Me la comí.

Oliver se quedó muy quieto.

—¿Qué?

—Mastiqué la nota y me la tragué.

—No me lo puedo creer. —El anut se rascó la frente con ademán sorprendido—. ¿De verdad piensas que me trago esa mentira?

—Es la verdad.

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