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Skye
Edmonton, 31 de octubre de 1993
08:00 P.M.

Chris dio un salto inmenso en el sofá y se sujetó a mi brazo por acto reflejo. No pude evitar soltar una carcajada mientras me llenaba la boca de las palomitas de mantequilla que una amiga de Emilia había traído a su casa y que, a decir verdad, tenían un sabor bastante cuestionable.

Unos cuantos amigos de Emilia, incluidos Chris y yo, nos habíamos reunido en su piso para hacer una maratón de películas de terror. Tanto Emilia como yo soltábamos unas cuantas risas en las escenas que se suponía que debían infundir terror, mientras que los demás se encogían en el suelo alrededor del pequeño sofá.

Sentado a mi vera, Chris desviaba la mirada hacia el lado cuando Regan MacNeil aparecía en pantalla. Era su primera vez viendo The Exorcist.

Cuando llegamos a la mítica escena de la escalera, Emilia y yo ahogamos una risa al unísono mientras que Chris se llevaba una mano a los ojos y el resto daban un respingo.

Después, pusimos la siguiente película de terror de la larga lista que habíamos preparado entre todos. No tardamos en sumergirnos de lleno en ella con una nueva montaña de chucherías alrededor.

El recuerdo de mi hermano me sacudió de golpe y porrón, como solía ocurrir a menudo. Dejé las palomitas a un lado y me eché sobre el sofá con el rostro muy serio. Habíamos llegado a la escena de Friday the 13th en la que Trish y Rob quedaban atrapados en el sótano hasta que Jason hacía acto de presencia. Chris desvió sus ojos hacia mí cuando el asesino alzó el hacha. Me encontró repantingada sobre varios cojines con una expresión irritada. Al notar sus pupilas clavadas en mí, agarré uno de los cojines más blandos y lo abracé mientras me esforzaba por demudar el rostro a uno más alegre.

Pero él ya había visto el reflejo de Bill en mis ojos.

Se acomodó a mi lado a la misma altura y me tendió la mano con media sonrisa. Inspiré aire despacio y decidí aceptar el gesto. Apretó con fuerza mi mano y se la llevó al pecho. Me eché entonces sobre su hombro después de que alzara el brazo y me invitara a hacerlo. Me sentía afortunada de que Chris y yo nos hubiéramos hecho amigos meses atrás. Sentía una conexión similar a la que tenía con Emilia; a veces no hacían falta palabras, simplemente sabíamos lo que el otro necesitaba, como esa noche de Halloween cuando mi hermano se coló en mis pensamientos.

Pensaba en Bill a diario. Siempre que sonaba el teléfono de casa, me lanzaba sobre él. Pero nunca era mi hermano. Jamás llamaba.

Sabía que, en el fondo, lo seguiría esperando incluso si él se había olvidado de mí.

No me reí cuando Jason clavó su machete sobre el pecho de uno de los personajes secundarios. Tampoco me reí cuando pasamos a A Nightmare on Elm Street.

El resto de la noche estuvo protagonizada por la compañía de Chris e inmensos remolinos de angustia en mi pecho. 

Querida hermanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora