12∆ No puede ser el destino

74 13 3
                                    

—¡Wells!

En cuánto lo veo bajarse del auto, abro la puerta y corro a su encuentro para treparme a su cuello y volver a disfrutar del calor de su cuerpo. La felicidad que siento de verlo sano y salvo, sin ningún daño, me impide soltarlo antes de tiempo y dejar que el aire vuelva a circular entre viejos amantes que siguen sintiendo ternura por el otro, a pesar de una torpe separación. Pues, esta hambre de afecto no sólo me desborda a mí sino también a él, por eso, Theodore me rodea la cintura con los brazos, apretando su cuerpo contra el mío, y estampa un beso en el espacio libre entre mis pechos. ¿El oficial, dónde está? ¡Schratter! Mi querido señor Schratter se está perdiendo el reencuentro con quién, en un futuro, será su mejor amigo. Por eso, mis ojos no pueden evitar echar un vistazo a la carretera esperando ver a su coche regresando a casa, pero, lo único que me atropella es otro quejido dentro de mi pecho que me impide disfrutar plenamente del reencuentro con Wells y que se lleva mi buen humor de golpe. Hay algo que no va bien. Puedo sentirlo. Además, es la primera vez que el señor Schratter tarda tanto en volver, sobre todo, porque él mismo insistió en que siempre estuviéramos en la habitación o en el recinto del motel una vez se pusiera el sol.

Pero ha roto su palabra.

Y eso me preocupa.

Naima.

—¿Te has encontrado con alguien por el camino?

Theodore se asegura de volver a poner mis pies en el suelo, me arregla el vestido que se me ha subido ligeramente por encima de los muslos y se apodera de mi barbilla.

—Me alegra verte, cariño.

—Oh, pienso lo mismo. —digo volviendo mis ojos a él.

—¿Por qué mejor no entramos?

—Sí, claro. —respondo, y lo guio en dirección a la habitación, aunque me percato de que hemos llamado la atención de la pareja Lindsay. —Son los dueños del motel. No te preocupes.

—¿Es que creen que voy a atracar el motel?

—O secuestrar a la novia. —lo corrijo entre risas.

Aun así, saludo a la pareja con la mano, invito a Theodore a entrar primero y cierro la puerta tras mi paso. Vuelvo a mirar el reloj de la pared, van a ser las nueve y veinte de la noche, pero sigue sin haber rastro del señor Schratter. 

—¿Qué te ocurre, cariño?

—¿Has hablado con Schratter, por casualidad? —le pregunto, yendo de vuelta a la ventana. —Ya ha oscurecido. ¿Por qué estará tardando tanto?

—No te preocupes por él.

—¿Hay alguna razón por la que no debería? —insisto.

Pero, por la manera en que me mira, me doy cuenta que no le está haciendo demasiada gracia que me encuentre tan interesada en otro hombre después de haber estado fuera de su radar durante tantos días, y, por eso, hago de tripas corazón y lo invito a tomar asiento en la mesa.

—¿Te apetece una bebida fría?

—Por favor. —responde, y me dirijo a la nevera a por una lata de Coca-Cola para saciar su sed. —Tus heridas tienen mejor aspecto. Me preocupaba eso la última vez que te vi.

—Se están curando bien.

Theodore acaricia mi mejilla con los nudillos, aunque lo hace muy suavemente como si temiera hacerme daño, por lo que no puedo evitar ser yo quién esta vez presione mi mano contra la suya con la intención de sentir su tacto.

—El señor Schratter se ha ocupado muy bien de ello, Theo. —le hago saber. Él aparta su mano de mi mejilla, y yo no tengo más remedio que hacer lo mismo, sabiendo que esta vez he buscado romper el contacto. —Los primeros días mi salud se resintió, y tuve que guardar cama. Pero él se ocupó de cuidarme devotamente hasta que me repuse. De hecho, aún lo hace, está encima mío todo el día. Por eso, el que aún no haya vuelto a casa, me preocupa.

✨Naima✨Where stories live. Discover now