—No quiero hablar así de él... —dijo con un hilo de voz—. Pero no puedo evitarlo. Seguro que tu hermano está bien y no quiero que la preocupación te haga enfermar de nuevo.

Asentí y bebí otro sorbo de la taza. Seguía igual de caliente, pero no me importó.

Después de habernos terminado nuestras bebidas, nos metimos debajo de las mantas de su cama y dejamos encendidas solo las diminutas luces que decoraban la pared de encima de su escritorio a rebosar de papeles y libros. Agradecí que la tenue luz despejara un poco la oscuridad que envolvía la habitación, porque estaba segura de que no podría dormir en condiciones si no veía absolutamente nada. Me preocupaba un poco que Emilia se diera cuenta de que tenía pesadillas desde el cuatro de febrero.

El teléfono que había en la mesita de noche empezó a sonar de manera tan estrepitosa que me arrancó un susto enorme. Emilia se acercó para cogerlo antes de que diera más la lata.

—¿Diga? —preguntó—. Ah, hola. Sí, está mejor.

Me dedicó una mirada risueña y yo se la devolví algo más relajada. Le hice un gesto para preguntarle quién era y ella susurró «tu padre». Torcí un poco los labios y le pedí con un movimiento de manos que me pasara el teléfono.

Hacía unas horas, había llamado a mi padre para advertirle de que me quedaría con Emilia esa noche, así no se preocuparía si no me veía aparecer por la puerta. Me habría encantado obviar el hecho de que tenía fiebre, pero mi padre se percató de que mi voz sonaba extraña y no me había quedado más remedio que serle sincera.

—Se la paso.

Emilia me dio el teléfono y se acomodó de nuevo en su lado de la cama.

—Hola.

—¿Qué tal estás, Skye? —Sonaba un poco inquieto, pero intentó mantener un tono más o menos jovial—. ¿Has cenado bien?

—Estoy mucho mejor. —Asentí, aunque no pudiera verme—. Y sí, he comido fenomenal; Emilia ha hecho sopa y no de la instantánea.

Le dediqué a Emilia una mirada y ella adoptó una expresión de fingida modestia.

—Me alegro mucho, hija. —Se hizo un silencio algo raro—. Descansa muy bien y, si lo necesitas, tómate el día libre mañana. Quédate allí con Emilia, ved muchas películas. Me suena que tenía una buena colección de VHS, ¿no?

Miré hacia la estantería de madera oscura que había junto a su escritorio. Dos de las baldas estaban dedicadas única y exclusivamente a almacenar películas. En la balda superior había terror mezclado con misterio, desde Sleepwalkers hasta The silence of the lambs, y en la balda inferior había colocado las de romance, desde Pretty Woman hasta Dirty dancing.

Me sorprendió que lo recordase. Era algo que le había dicho hacía muchos años.

—Sí que tiene, sí —dije.

—No se preocupe, señor Savard. —Emilia se acercó al auricular del teléfono y habló en voz más alta de lo normal—. Skye está en buenas manos.

Mi padre soltó una risa a través de la línea.

—No me quepa duda —aseguró—. Bueno, hija, te dejo ya. Cuídate... y vuelve cuando quieras.

A pesar de su tono, había notado un resquicio de tristeza en esas tres últimas palabras. Emilia relajó el gesto cuando se percató de que había adoptado una expresión afligida.

—Claro. Pasa buena noche.

Le pasé el auricular a Emilia y ella colgó el teléfono en la mesita.

—Veo que os empezáis a llevar mejor, ¿no? —Emilia se encogió de hombros mientras hacía un mohín.

Ladeé la cabeza de un lado a otro como respuesta.

No es como si mi padre y yo nos hubiéramos llevado mal alguna vez. Desde que había empezado a beber, simplemente hablábamos lo justo y necesario. Un saludo de vez en cuando, alguna pregunta curiosa acerca de mis estudios o mi trabajo, pero poco más. Había sido Bill quien peleaba con él de forma constante. Yo tan solo intentaba vivir un día tras otro. Me esforzaba muchísimo en que mi padre regresara a terapia una y otra vez, pero nunca hablábamos de nosotros mismos.

Desde la marcha de mi hermano, habíamos comenzado a entablar un poco más de conversación y, al verlo tan predispuesto a realizar la terapia, me permití relajarme algo más con él.

Eso sí, que no nos comunicáramos demasiado no significaba que fuera a dejarlo solo en casa y más después de lo que había ocurrido.

Me tumbé en la cama junto a Emilia y dejé correr unos minutos en silencio.

—No puedo evitar preguntarme por qué Bill no se ha puesto en contacto conmigo —dije tan bajo que fue casi un susurro—. Es lo que peor llevo junto a la preocupación de no saber si está bien.

Emilia se giró para mirarme.

—Espero que no te estés culpando de nada.

—No... —Me detuve para meditarlo unos segundos—. Puede que un poco.

—Ah, no. —Se reincorporó un poco, apoyó la espalda en el cabecero de la cama y me miró con rabia—. Tú no has hecho nada malo, Skye. Es Bill el que la ha pifiado al largarse de esas formas.

—No te he contado esto porque me dolía bastante decirlo en voz alta, pero... Cuando los escuché discutir, Bill soltó que había tenido que cuidarme demasiado y que odiaba esa vida.

—¿Dijo eso? —Se sentó sobre las mantas y apretó la almohada con el puño.

—No eso exactamente. Dijo algo así como... que había tenido que cuidarme todos estos años, hablar con mis profesores, acompañarme al médico... Hacer cosas que no le correspondían. Lo que sí recuerdo como si lo tuviera grabado a fuego en la cabeza fue cuando dijo: «Estoy viviendo una vida que odio».

Emilia sacudió la cabeza con lentitud.

—Tu padre y Bill estaban discutiendo a grito pelado. Cuando peleamos, todos decimos cosas que no pensamos en realidad.

—Creo que lo pensaba de verdad, Emilia. —Tuve que detenerme un momento. Empezaba a notar un inmenso nudo en la garganta—. Si no, ¿por qué no me ha llamado ni una sola vez?

No contestó. Tan solo dejó caer sus delgadas cejas en una expresión apesadumbrada. Hasta ella misma lo pensaba en el fondo.

Si casi todos los aspectos de su vida lo habían abrumado hasta el punto de desaparecer, imaginaba que necesitaría un tiempo para aclararse y poner en orden sus pensamientos y lo que sentía. Pero, en ese caso, debería haberme llamado para decírmelo, para explicarse, y entonces tomarse su tiempo. No eso.

Aquello era... cruel.

Me di cuenta de que había empezado a llorar cuando Emilia me abrazó y yo enterré la cabeza en su hombro. 

Querida hermanaWhere stories live. Discover now