Prólogo

100 4 0
                                    


Hacía horas que la oscuridad había engullido aquel cobertizo. Busqué resquicios de luz entre las hendiduras de las paredes de madera, pero las farolas no se encendieron esa noche. No veía casi nada, tan solo el tenue resplandor de un par de luces de esa maldita casa que no servían ni para iluminar el cobertizo, aunque fuera un mínimo.

Había escuchado ruido hacía un buen rato, pero nadie había acudido al cobertizo para absolutamente nada. Me encontraba expectante; esperaba un castigo inminente que parecía que jamás llegaba. Hubo un punto de inflexión cuando el cobertizo se quedó en penumbra, donde empecé a plantearme el hecho de aceptar mi muerte. Pensé largo y tendido en lo fácil que sería para ellos dejarme morir sin ponerme una mano encima: inanición, hipotermia, deshidratación... Múltiples posibilidades que me hicieron derramar unas cuantas lágrimas.

Lamentaba muchas cosas. Bill no se merecía tanto esfuerzo.

Si tan solo hubiera sido más fuerte...

Solo eso...

·

No sabía cuánto tiempo había pasado. Horas. Días.

Estaba medio dormida, aunque era una sensación muy extraña. No era igual que cuando estás tan cansado que te quedas dormido sin remedio. Venía acompañada de un cosquilleo, un frío dulce y unas extremidades que no respondían. Tenía hasta un poco de calor y el sudor me cubría el cuello y el rostro, pero ni siquiera era capaz de mover el brazo para apartar aquellas perlas de mi cara. Nunca había experimentado algo como eso. Habría jurado que eran los momentos previos a mi muerte. No podía ser de otra forma.

Los párpados me pesaban y veía sombras raras entre la propia oscuridad. Oscilaban de un lado a otro y no sabía si eran de verdad o si eran parte de mis propios sueños, que se colaban en el mundo real.

Escuché un murmullo. Un balbuceo como si procediera de un bebé con voz de adulto. Después, escuché otro más agudo, pero igual de profundo y distorsionado que el anterior. Ambos hablaban de forma atropellada y, de pronto, sentí cómo aquellas sombras que creía parte de mi imaginación me envolvían con su negrura. Tenían brazos y cuerpo, como seres humanos, y sentía sus manos por mi cara, mi cabeza, mis brazos y mis piernas. No entendía nada ni tampoco sabía qué intentaban hacer con tanto manoseo, solo soltaba quejidos ahogados en la oscuridad mientras veía cómo aquellas sombras hacían conmigo lo que querían. 

Querida hermanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora