Cuenta atrás

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Fin de año. Andrés pensó que era demasiado triste pasar un día tan señalado encerrado en la habitación del hotel, como un pobre exiliado del selecto club de los felices.

Estaba solo en París, posiblemente la única ciudad del mundo a la que no puedes ir solo. ¿Qué se siente al estar en la ciudad del amor sin amor? Andrés lo sabía.

Un smoking de Tom Ford y unas cuántas gotas de un perfume de Baccarat después, fue al restaurante del hotel poco antes de medianoche para tomarse la última copa del año seguida de la primera copa del año.

Al menos estaría rodeado de gente, era una imagen menos triste.Podría incluso imaginar que formaba parte de ellos.

Sentado en la barra, pidió un licor de chartreuse y giró el taburete para observar desde allí el espacio. Gente, unas cien personas, casi todos franceses con vestidos y trajes caros, en pie para recibir el año mientras una cuenta atrás en una pantalla gigante les iba a indicar cuánto tiempo quedaba. A Andrés le molestó que casi todos llevaban esas coronas de plástico y gafas ridículas propias de fin de año, una de esas horteradas de gente sin gusto. ¿Cómo era posible que un hotel de tanta categoría permitiera semejante despliegue de vulgaridad barata? ¿Cómo toda esa gente, tan versada en la elegancia, se ponían esas tonterías encima?

Aquello le enfadó por dentro. Sin embargo, en su interior Andrés sabía que su enfado no venía de eso, si no de ser el único en la fiesta que estaba solo. Nadie comenzaría el año con él. Los próximos doce meses iban a ser iguales que los anteriores; un bloqueo sentimental que inundaba su vida por completo. Quería y no quería estar sólo. Ya no confiaba en las mujeres, en cómo todas las que pasaron por su vida nunca se quedaron a su lado. Quizá hubiera sido mejor haberse quedado en la cama y no mezclarse con la gente que sí era capaz de formar algo que durase para toda la vida.

Nueve minutos para el uno de enero.

Se levantó furioso, se acabó su copa de un sólo sorbo y se fue. Pensó en activar la alarma de incendios para fastidiarle la noche a los demás, pero respiró hondo y simplemente subió al ascensor. Su único consuelo era que en su habitación le esperaba un habanero que había estado reservando para un día especial. No es que fuera fumador, pero...

Su habitación, demasiado grande para una sóla persona, estaba en la última planta del hotel.

Seis minutos.

Antes de abrir la puerta recordó que todo el edificio estaba lleno de detectores de humo y que no iba a poder fumarse su puro sin llamar la atención de recepción. "Joder" resopló.

Entró en la habitación y vió el puro sobre la mesa de la entrada. No, no le quitarían ese placer. Lo cogió y volvió a cerrar la puerta de la habitación.

Se dirigiría a una de las salidas de emergencias que daban a la azotea. Sí, ese tipo de puertas estaban conectadas a alarmas, pero era trabajo de tontos desactivarlas y poder abrirlas sin activar el sistema de seguridad. Al menos lo era para un ladrón como él.

Llegó a la puerta y miró a su alrededor. Nadie. Claro, sólo faltaban 3 minutos. Pero algo le paralizó cuando volvió sus ojos a la cerradura. Ya la habían manipulado. Ya estaba abierta y desconectada. Qué raro. Pensó en algún error de mantenimiento y no le dió importancia.

Llegó a la azotea, dónde pegaba un viento frío pero que a la vez despejó sus pensamientos. Desde allí se veía la torre Eiffel, imponente y solemne.

Recorrió un poco el espacio solitario y posó el habanero sobre sus labios. Sacó un mechero de uno de los bolsillos interiores del smoking y encendió el puro. O más bien lo intentó. La mecha no era lo suficientemente fuerte como para mantenerse. Una ira caliente empezó a inundar el pecho, como si su estabilidad emocional en aquel momento dependiera de que ese mechero funcionase. Pero ella paró esa furia antes de que pudiera salir.

Avez-vous besoin de feu? (¿Necesitas fuego?)

Una mujer, sentada en un banco a su derecha estaba fumando. Andrés ni siquiera se había dado cuenta de que no estaba solo hasta que escuchó su voz.

Oui, merci (Sí, gracias)

Se acercó a ella y ésta le encendió el puro con su mechero. Con el acercamiento, Andrés pudo examinarla mejor. Alta, jóven, un collar de diamantes, pendientes de rubí, vestido de Prada, no, Channel.

Rica, sin duda, de las de toda la vida, las que optan por la elegancia a la ostentosidad. Sin maquillaje recargado ni manicuras barrocas. Guapa. Muy guapa. ¿Qué hacía alguien así en una azotea sola a dos minutos de acabar el año?

Oh, ha vuelto. Ha vuelto esa sensación que a Andrés tanto le gustaba, ese latido que le regalaba el alma cada vez que un misterio lo encontraba. Emoción, juego. Al fin era capaz de volver a vivirlo.

Como Sherlock Holmes en la escena del crimen, Andrés jugó al juego de la deducción.

- Dos españoles en una azotea sucia el día de noche vieja.

Ella levantó la mirada sorprendida, divertida.

- ¿Cómo has sabido que soy española? Tengo un francés perfecto.

Andrés sonrió y le señaló con la mirada el saquito de uvas que descansaban al lado de la chica. Ella lo entendió. ¿Quién si no un español iba a comer doce uvas como entrada de año nuevo?

- Ah, claro- contestó ella dándole otra calada a su cigarro.- Aunque España no es el único país con la tradición de las uvas.

- Pero sí somos los más supersticiosos, hasta el punto de comerlas aunque sea en la soledad de un cigarrillo.

- ¿Ah sí? ¿Entonces dónde están las tuyas?

Andrés dió una calada al puro con los ojos cerrados y la cara apuntando al cielo, disfrutando de la brisa y la compañía.

- Ya he tenido suficiente mala suerte para una vida, no creo que unas uvas puedan arreglar eso.

Ella sonrió.

- Un mal año, ¿eh?

- Tiene que serlo para acabar solos en una azotea en vez de compartir la noche con tus seres queridos.

- Ya...- ella agarró su paquete de uvas y de las 12, sacó 6.

- Toma- se las ofreció- para compartir nuestra suerte.

Un minuto.

Fue ahí cuando Andrés supo que estaba enamorado. Cualquiera diría que era demasiado pronto, pero no para Andrés. Ella iba a ser la mujer de su vida. La primera nochevieja juntos, pero no la última.

La miró a los ojos mientras cogía su parte de las uvas y ella no apartó la mirada.

5, 4, 3, 2, 1... La torre Eiffel se iluminó ante ellos y empezó el espectáculo pirotécnico. Ella estaba disfrutando de las luces pero él estaba disfrutando de ella. Nada más existía. París volvía a tener sentido.

- Todavía no sé tu nombre- dijo interrumpiéndolo de su ensueño.

- Andrés - tuvo que hacer un esfuerzo para recordarlo.

- Feliz año, Andrés.

Él sonrió de oreja a oreja, sabiendo que ella también estaba sintiendo aquella feroz, más bien bruta conexión entre los dos.

- Tienes que dejarme invitarte a una copa.


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⏰ Última actualización: Mar 23 ⏰

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