Dos minutos y veinte segundos

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El bar del hotel estaba abarrotado de gente, pero todavía había sitio para ti en la barra.

- Einen rosa Martini, bitte (un Martini rosado, por favor)- le indicaste al camarero con un alemán bastante invadido por tu acento español. Sabías hablar con fluidez seis idiomas, pero el alemán era quizá el que más te costaba.

Miraste a tu alrededor. El lugar era hermoso, tal y como esperabas de un hotel de 400€ la noche. El camarero sirvió tu bebida con una gentil sonrisa y tú empezaste a beber ensuciando el vaso con tu pintalabios rojo. Tu obsesión por los detalles hizo que odiaras aquella imperfección. Pensaste en ir al baño y comprobar si tu maquillaje seguía intacto, pero una mano apoyada en tu espalda llamó repentinamente tu atención.

- ¿__________?

- Sí, ¿Andrés de Fonollosa?

- El mismo, encantado de conocerla.

El hombre se sentó a tu lado, quizá demasiado cerca de ti, pero no te importó. Era esbelto y vestía un traje de Hugo Boss de la última colección otoño invierno. "Un hombre con clase", pensaste. Eso te dio confianza.

El camarero volvió a acercarse a la barra.

- Das gleiche wie fräulein, bitte (lo mismo que la señorita, gracias)- le indicó. Su alemán era mejor que el tuyo.

- Antes de empezar a conversar- empezaste- me gustaría aclarar desde ya que Martín me ha puesto al tanto del plan, el robo del oro del Banco de España. He accedido a reunirme con usted porque se lo prometí a Martín como un favor personal, pero dudo mucho que consiga convencerme de participar en este trabajo. No acostumbro a trabajar bajo la jefatura de alguien que no conozco y, con todos mis respetos, es un plan demasiado... arriesgado.

- Por favor, señorita _________, ya tendremos tiempo para hablar de negocios, ha hecho un viaje largo para llegar a Berlín, disfrutemos de esta copa.

Había algo en él que te llamaba la atención, pero no supiste con exactitud el qué. Te gustaba mucho su timbre de voz y también su postura. Emanaba muchísima seguridad, narcisismo quizás, y sabías que eso podía ser peligroso. Pero definitivamente, te gustó.

Le miraste como miras siempre a los hombres; a los ojos y analizándolos con destreza. Ibas decidida a hablar de trabajo, él era como tú, un ladrón y un timador, personas con las que uno debía ir con pies de plomo. Conocías su nombre por el robo que cometió hacía unos años en los Campos Eliseos, 434 diamantes. No estaba mal. Y por supuesto, él conocía el tuyo. No había ladrón, timador ni estafador sobre la faz de la tierra que no quisiera trabajar contigo. Tu manera de trabajar era impecable y los golpes en los que participabas, legendarios.

- De acuerdo.- dijiste dejando a un lado tu copa y poniéndote de pie.- Si le apetece dejar las charlas de trabajo para más tarde, póngase su abrigo y acompáñeme.

Él estaba sorprendido y a la vez fascinado. No se esperaba que fueras a reaccionar de una manera tan imprevisible. Le divertía aquello.

Te hizo caso y te siguió fuera del hotel. La noche era fría y la nieve caía sobre la ciudad de Berlín. Una nevada navideña.

- ¿A dónde vamos?- preguntó mientras alzabas la mano para que un taxi se parara a vuestros pies.

- A un sitio que estoy segura que le gustará.

Os subisteis al taxi e indicaste al conductor que os llevara al número 188 de la calle Kurfürstendamm. Andrés no preguntó qué había allí, se limitó a dejarse llevar por el misterio de la situación. Habías decidido que querías gustarle a aquel hombre y sabías cómo hacerlo.

BERLÍN Y TÚ. LA CASA DE PAPEL. ONE SHOTS.Where stories live. Discover now