El verano del oro

3.2K 146 4
                                    


Aquel no era tu primer verano en Italia. Cuando eras niña solías pasar allí los agostos en una ostentosa casa en medio de la Toscana con tus hermanos. Habían pasado tantos años desde aquellos calurosos veranos de tu niñez que ya te habías olvidado de cómo era despertarte con el rocío matutino y el aire fresco italiano previo a un día de intenso calor.

"Ha sido buena idea venir", pensaste.

Martín Berrote, un viejo amigo con el que en un pasado habías robado en Cartier Paris, te había pedido que viajaras hasta Florencia para colaborar en la organización de lo que sería un gran golpe; el robo del oro de del Banco de España.

El oro se guardaba en una cámara acorazada con un sistema de seguridad con propulsión hidráulica, es decir, que en cuanto intentabas abrir la puerta, todo quedaba inundado.

Martín quiso presentarte ante Sergio Marquina y Andrés de Fonollosa porque tú eras la única persona que había abierto una cámara acorazada con ese mismo sistema de seguridad sin haber sido pillada por la policía. Tanto a Sergio como a Andrés les parecía un privilegio poder contar con tus consejos y sugerencias. Quizá incluso podían convencerte de participar en el robo.

Así que con la idea de otro posible golpe para tu carrera delictiva, te habías desplazado hasta un aislado monasterio cerca de la ciudad de Florencia, donde aquellos tres hombres estudiaban y preparaban todos los detalles y posibles contratiempos del robo.

La idea de robar el oro de España era buena. Te dio rabia que no se te hubiera ocurrido a ti.

Aquella mañana cumplías dos semanas en el monasterio, semanas que te habías pasado revisando planos y estudiando a fondo el plan que estaban elaborando.

En todo este tiempo habías tenido ocasión de conocer todos los rincones de aquel entrañable monasterio, incluso habías localizado un sitio perfecto para ver el amanecer con tranquilidad antes de empezar con todo el trabajo que te esperaba durante el resto de la jornada.

Las vistas desde aquella colina eran impresionantes a esa hora del día, y le habías cogido gusto a disfrutar de tu primer café del día allí.

Respirabas ese aire olvidado italiano mientras te reafirmabas en tus pensamientos.

"Sí, definitivamente ha sido muy buena idea venir".

Casi a mitad de tu taza de café, pudiste escuchar el eco de unos pasos lejanos que se acercaban hacia dónde estabas. De inmediato supusiste que era algún monje que estaba de paso, pero cuando aquellos pasos se pararon en frente tuya, decidiste darte la vuelta para averiguar que estabas equivocada.

- Buenos días Andrés. Qué madrugador.

- El olor del café me ha guiado hasta aquí.

Andrés se sentó en el gran alfeizar de piedra en el que estabas apoyada disfrutando de tu café. Vestía una bata que tú identificaste como de Versace y su pelo despeinado te decía que acababa de levantarse de la cama. Tu rostro se enrojeció un poco cuando por tu cabeza pasó un "está muy guapo recién levantado".

- ¿Qué lees?- preguntó cuando se dio cuenta de que sobre el alfeizar también descansaba un libro de aspecto viejo y gastado.

- El sueño de una noche de verano. Es el último libro de Shakespeare que me queda por leer.

- Es maravilloso, estoy convencido de que disfrutaras con su final.

La compañía de Andrés era agradable, tanto que últimamente habías notado que cada vez la apreciabas y la buscabas más. Querías agradarle, caerle bien...gustarle.

- Anoche me llamaron por teléfono los rusos. Quieren verme en Roma para que les dé el dinero que acordamos a cambio de los planos del subterráneo del Banco. Me reuniré con ellos el sábado, pasaré el fin de semana en Roma.

- Debería acompañarte- se apresuró a decir Andrés- no quisiera ofenderte, pero la mafia rusa no es muy feminista que digamos, son más bien conservadores. Seguro que les inspira más confianza que vayas a acompañada de un hombre.

Tu plan había salido a la perfección. Tenías ganas de estar a solas con Andrés, compartir algún tiempo con él fuera del monasterio. El encuentro con los rusos era la ocasión perfecta para hacerlo, y ni siquiera se lo habías tenido que pedir, se había ofrecido él a acompañarte.

- No es mala idea- contestaste- gracias por ofrecerte.

Con aquello tu mañana se había convertido en la promesa de un buen día. Estabas feliz. Por desgracia, lo que Andrés dijo a continuación borró la sonrisa de tu cara.

- Te acompaño encantado. Además, me vendrá bien pasar por Roma, quiero comprarle a Tatiana alguna joya bonita para cuando venga a visitarme al monasterio. Algo de Cartier o Tiffany. ¿Te he dicho que viene la semana que viene?

Por supuesto que te lo había dicho. Varias veces. Tú ya sabías que Andrés era un hombre que estaba prometido con una tal Tatiana. Era imposible evitar fijarse en todos esos marcos de fotos que adornaban su habitación, y él ponía la guinda hablando de lo hermosa y magnífica que era Tatiana. Todavía no la conocías y ya la odiabas. Pura envidia, de la mala. Pero, ¿quién podría culparla? Cualquier mujer caería bajo los encantos de Andrés de Fonollosa.

- Sí, yo aprovecharé para ver a un viejo amigo- contraatacaste. Por la expresión que puso, notaste que a Andrés no le gustó lo que habías dicho- quiere llevarme a cenar a La Terrazza dell'Eden y luego dar un paseo nocturno por el Panteón.

No era mentira, realmente Gianmarco Moretti, un romano con el que habías tenido una historia en tu pasado, quería aprovechar que estabas por Italia y quedar contigo, y no es que Gianmarco se hubiera molestado en disimular que le gustaría volver a achispar la llama entre vosotros.

A ti no te interesaba en absoluto volver a avivar tu relación con Gianmarco, pero disfrutabas haciéndole ver a Andrés que fuera de aquel monasterio eras una mujer deseada por otros hombres. Hasta podías ver como aquello le molestaba. Tanto que él también contraatacó.

- Qué maravilla- dijo sonriendo falsamente, controlando su fuero interno- dos jóvenes enamorados en la ciudad más romántica del mundo. Y verás, ya que hemos sacado el tema, me gustaría pedirte un favor.

- Lo que sea.

- Cuando llegue Tatiana sólo faltará un mes para nuestra boda y todavía quedan muchas cosas que preparar. Será algo sencillo, aquí mismo, en el monasterio. Quiere casarse de blanco, con un precioso vestido de costura italiana. Encaje, quizá algo de tul...- dijo arrastrando las palabras, como quien arrastra su dedo sobre tu herida- ¿me harías el favor de ir de compras con ella a Florencia? Ya sabes, para que le des tu exquisita opinión sobre el vestido. No tiene amigas por aquí y no quiero que se sienta sola.

Definitivamente tu agradable mañana se había convertido en un día pésimo. De compritas con Tatiana, la mujer que, a diferencia de ti, había conquistado a Andrés. No te imaginabas una tortura peor.

- Claro que la acompañaré, lo pasaremos bien- dijiste con una sonrisa de oreja a oreja. Si algo podía empeorar ese momento, era concederle a Andrés un solo gesto de molestia ante la idea de su próximo casamiento. Tenías que ser fuerte y no mostrar debilidad ante él. Que no se diera cuenta que, en realidad, aquel hombre te estaba haciendo sentir cosas que no habías sentido anteriormente por nadie.

El sábado siguiente Andrés y tú viajasteis en tren hasta Roma. Cerrasteis el trato con los rusos y disfrutasteis de la ciudad. Al final, él no compró ninguna joya para Tatiana ni tú te reuniste con Gianmarco. Ambos compartisteis cama de hotel aquel fin de semana.

BERLÍN Y TÚ. LA CASA DE PAPEL. ONE SHOTS.Where stories live. Discover now